Yuval Noah Harari (1976) empezó como historiador militar pero quiere terminar como filósofo de la historia -y del porvenir. Inicialmente, este cambio de rumbo se concretó en un curso hecho libro, Sapiens. De animales a dioses, que pasó revista a miles de años deprehistoria e historia humana. El hecho de que fuera leído y apoyado por Bill Gates, Mark Zuckerberg o Barak Obama ayudó a catapultarlo como bestseller. En un tiempo marcado por lo que Ortega llamaba de forma pesimista “miseria de la especialización”, la obra de Harari quiere llenar la demanda de cuadros generales e ideas que trascienden pequeños aquí y ahora.
En esta última obra, Homo deus. Breve historia del mañana, Harari se convierte en una especie de filósofo del futuro que desarrolla las intuiciones de la primera obra. Supongamos que hemos conseguido controlar las grandes amenazas de supervivencia del pasado humano: la peste, la hambruna y la guerra. Supongamos que hemos creado, como especie, una “red de seguridad” contra el umbral de la pobreza. Supongamos que tenemos bastante “seguridad nutricional” como para preocuparnos más por la diabetes que por la muerte por inanición. Supongamos que tenemos un control razonable de la enfermedad, y estamos definitivamente libres de explicaciones arcaicas y espiritualistas. Supongamos que las guerras están desapareciendo. Quizás haya llegado el momento de dar un paso más. Harari piensa que, de hecho, podemos llegar a vencer a la muerte. ¿No viola acaso la muerte el artículo 3 de los derechos humanos universales? La muerte es el último obstáculo del progreso, y la inmortalidad es el “proyecto interminable de la humanidad”.
Harari desdeña las pegas y temores reaccionarios, esas “esperanzas exageradas de la historia” de las que hablaba por ejemplo nuestro Donoso Cortés. Para él, las vías prometeicas más extremas son practicables, y vencer a la muerte es en principio posible. Ya han nacido individuos que aspiran a ser inmortales, como Ray Kurzweil, y ambiciosos proyectos corporativos, como Calico -de Google-, cuya misión es “resolver la muerte”. Puede que la desigualdad percibida de hoy sea calderilla en un futuro donde selectos millonarios puedan alargar su vida mucho más allá de los límites naturales. Al libre albedrío también le dedica amplio espacio. Dice, en la versión castellana que leo, que “el liberalismo sostiene que no debemos esperar que una entidad externa nos proporcione algún sentido ya preparado.
En lugar de eso, cada votante, cliente y espectador debería usar su libre albedrio para crear sentido, no sólopara su vida, sino para el universo”. Y acusa a Richard Dawkins, Steven Pinker y otros “campeones del liberalismo” de deconstruir el yo y el libre albedrío y a la vez rehusar abandonar el liberalismo. Pero es un dilema de difícil salida cuando él mismo en un capítulo anterior dice “no podemos evitar estar moldeados por el pasado. Pero algo de libertad es mejor que ninguna”. Quizá ese “algo” sea suficiente para no descartar ni el liberalismo ni la idea de libertad. Quizá.
Harari piensa que la neurociencia está contribuyendo a eliminar el concepto tradicional de “alma” y de “mente”, mientras que ya es posible localizar la “rúbrica de la conciencia” en el cerebro de humanos y animales, cuestionando la tradicional “superioridad humana”. Sin embargo, no cree que el saber científico pueda sustituir a la religión, sobre todo cuando se trata de tomar decisiones éticas y ordenar sociedades: “Sin la mano orientadora dela religión es imposible mantener órdenes sociales a gran escala”. Cómo podrá sostenerse la autoridad de la religión en un escenario intelectual futuro que ha eliminado el alma y puesto en duda la mayoría de las afirmaciones factuales de las religiones, es un enigma que esta obra no resuelve. Al final de la historia de esta escatología tecnológica, Harari profetiza un mundo que habrá erradicado la subjetividad, suprimido el mundo espiritual y desbancado al hombre de su puesto central en el cosmos.
En la consumación de los tiempos se revelará que “el individuo no es másque una fantasía religiosa” y la realidad será meramente “un malla de algoritmos bioquímicos y electrónicos sin fronteras claras, y sin núcleos individuales”. Todo esto con un ritmo y una energía que convierten Homo Deus en un libro francamente ameno.