Giorgio Agamben. Foto: Sexto Piso
Giorgio Agamben (Roma, 1942) está considerado una de las figuras más destacadas de la filosofía contemporánea. Su obra, marcada desde el inicio por influencias tan contrastadas como las de Benjamin o Heidegger, ha sabido captar con voz propia la condición humana en la era del nihilismo. Además, ha servido para conferir nuevo impulso a la teoría política ahí donde la crítica de herencia marxista daba muestras de agotamiento ideológico.Esta voluntad de rebasar las categorías tradicionales del discurso progresista y articular una respuesta consistente al modelo neoliberal cuajó a partir de los años noventa en la serie de volúmenes titulada Homo Sacer. Inspirándose en los últimos trabajos de Foucault, Agamben recurría ahí a esa noción tomada del Derecho Romano (alusiva al individuo excluido de la comunidad, que por eso puede ser asesinado impunemente) para proyectarla sobre el conjunto de formas de poder político habidas en Occidente y denunciar que, en última instancia, todas ellas tienden a reducir al ser humano a su pura condición biológica, a una vida desnuda, privada de valor y sometida por completo a los mecanismos de dominación. Con las dificultades que se derivan de un planteamiento tan extremo como éste, Agamben emprende la tarea de pensar una nueva legitimidad para el mundo actual.
Si no se conoce este trasfondo, es fácil perderse en las consideraciones aparentemente inconexas del conjunto de ensayos que componen El fuego y el relato. Desde luego, éstos no constituyen meramente unas inspiradas divagaciones estéticas: la literatura está en su centro, pero como detonante de una meditación sobre la fuerza liberadora que alberga siempre el lenguaje y que permite, pese a la costra de cosificaciones impuesta por los usos establecidos, abrir la experiencia a lo inesperado. Al igual que en la bella anécdota yasídica con la que se inicia el libro, por más que la conciencia desencantada del presente nos diga que hemos olvidado "cómo encender el fuego", que hemos perdido el misterio, aún nos queda la posibilidad de contar esa pérdida; y es así, como memoria de este olvido, como relato, como en cierto modo pervive esa dimensión misteriosa de la existencia y puede seguir ejerciendo su poder de reencantamiento de mundo.Lo mejor de esta reflexión es sin duda su capacidad de suscitar el apetito de esa vida más libre.
Si Agamben se remite, pues, al terreno de la creación literaria, es porque su tentativa de concebir otra política pasa por pensar de otra forma el hacer de los hombres, su poíesis. Lo que la poesía acomete con la potencia de su decir no es entonces sino eso mismo que la política o la filosofía han de acometer con la potencia de actuar: una "resistencia", en palabras de Deleuze.
Y aquí entra en juego otra idea-clave de Agamben, la de "inoperosidad": la poesía, en tanto supone un tipo de operación donde el lenguaje se desactiva de sus funciones comunicativas habituales para abrirlas a un posible nuevo uso, sería un ejemplo privilegiado de esta inoperosidad. La vida teórica, contemplativa, que se distancia de la exigencia de rendimiento constante impuesta por los modos cotidianos de vivir y nos descubre así la praxis más propiamente humana, sería otro. Esto es lo que exploran, por vías diversas, los diferentes ensayos, en busca, como se dice al final, del opus alchymicum, donde la creación de la obra y la recreación del autor generan propiamente esa otra forma-de-vida, que no es la mera repetición de las exigencias mecánicas del orden establecido que nos regula y controla.
Lo mejor de esta reflexión es sin duda su capacidad de suscitar el apetito de esa vida más libre. Lo más problemático: los resabios de nostalgia romántica con que se formula tanto la aspiración a esa otredad, demasiado absoluta, como su desmentido del presente, demasiado radical.