Image: Lo que no quise decir

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Ensayo

Lo que no quise decir

Sándor Márai

6 mayo, 2016 02:00

Sándor Márai

Traducción de M. Szij y J. M. Glez Trevejo. Salamandra. Barcelona, 2016. 159 páginas, 18€

Según explica la contraportada de este librito de Sándor Márai (Kassa -ciudad entonces húngara y hoy eslovaca-, 1900 - San Diego, California, 1989), los dos capítulos que lo componen debían haber formado parte de la tercera parte de Confesiones de un burgués, la que se publicó en 1971 con el título ¡Tierra, tierra!. Si el autor los mantuvo entonces inéditos, fue porque no quería que "esta triste confesión, esta acusación entre húngaros" fuese leída por extranjeros. Hoy, cuando ha pasado más de un cuarto de siglo desde la muerte de Márai, ha parecido oportuno ignorar esa cautela. Y el resultado es un tomito de apenas 150 páginas que se deja leer con una avidez pareja al dolor y la pasión que el autor puso en redactarlo.

No hay lugar, por tanto, para poner en duda la necesidad u oportunidad de publicar estas cuartillas en principio destinadas a permanecer inéditas: su valor literario es innegable, así como la urgencia de lo que transmiten, la mezcla de dolor, vergüenza y perplejidad intelectual y cívica con la que un escritor "burgués" que residía y trabajaba en un imperfecto estado centroeuropeo vivió el vertiginoso periodo que va desde el Anschluss -la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi- en 1938 a la entrada de las tropas soviéticas en Hungría diez años después.

En ese periodo se verificó lo que el autor describe como la muerte en su país de la cultura burguesa, ahogada entre concepciones totalitarias que coincidían en denostar el proyecto humanista aparejado al individualismo burgués. Es la tesis que sustenta buena parte de la andadura apasionada de lo que ya conocíamos de Confesiones de un burgués; y la novedad, quizá, estriba, no tanto en que estas otras páginas contengan muy precisas y atinadas observaciones sobre la Hungría del "regente" Horthy y sus sucesivos gobiernos conservadores, progresivamente escorados hacia el colaboracionismo con la Alemania hitleriana, sino en que registran las ambigüedades e indecisiones del autor al vivir estos acontecimientos, entendidos como resultado de la actuación colectiva de toda una clase social. "Pensé que algún día quizá tuviera que subir con ellos al cadalso, pues no podría romper la ley de la solidaridad de clase (…), y la compañía con la que debí compartir mi destino me suponía un castigo más grave que el cadalso en sí".

Es precisamente esta difícil posición lo que convierte este librito en un excepcional testimonio de integridad intelectual. En él no se juzgan los acontecimientos desde la ventaja que da el conocimiento de su desenlace, sino que se registra el contradictorio estado de conciencia de quien los vivió. Cuando redactó estas líneas, el intelectual liberal que fue Márai todavía mantenía "la esperanza de que el humanismo burgués sea el pionero que guíe a las masas en el difícil camino que conduce hacia el desarrollo, hacia una nueva forma de vida, el socialismo, que según mis convicciones llegará irremediablemente". Pero, en los momentos confusos que le tocó vivir, aceptó, por ejemplo, ser parte de la delegación de escritores que el régimen de Horthy envió a las provincias que Hungría recuperó de Checoslovaquia cuando la presión nazi logró la revisión del tratado de Trianon.

Márai da a entender que tampoco él, en cuanto que nacido en esos territorios amputados a su patria, fue inmune a las esperanzas de reintegración territorial que acompañaron el progresivo acercamiento de Hungría a la Alemania nazi. Igualmente, también se muestra comprensivo con la deriva conservadora de un régimen nacido como reacción al cruento intento de dictadura comunista que Hungría conoció en 1919. Los sucesivos dirigentes húngaros, cultos y simpatizantes con la Europa liberal admirada por intelectuales como el propio Márai, adolecieron de debilidad y de falta de reflejos ante el problema de fondo de la nación, que no era otro que el mantenimiento de una estructura social arcaica, que fortalecía la posición de los latifundistas y condenaba a la miseria al campesinado.

En esa tesitura, la condición "burguesa" en la que se reconocía Márai -y otros intelectuales europeos atrapados en coyunturas parecidas: piénsese en nuestro Chaves Nogales cuando se presenta como "un pequeño-burgués liberal"- no fue más que un espejismo. Los cañones alemanes y soviéticos se encargaron de disiparlo.