Pablo Neruda y Matilde Urrutia en los años 50

Edición de Gabriele Morelli. Ediciones Cátedra, Madrid, 2015. 316 págs. 12'50 €

No fue Pablo Neruda (1904-1973) sólo un poeta de amor o amores, al contrario, su obra lírica es caudalosa en casi todos los sentidos, pero como le ocurre a Vicente Aleixandre que fue su amigo en Madrid (y también Premio Nobel) Neruda aparece muy a menudo ligado al poema de amor, y en su caso al nombre de varias mujeres -musas de carne y hueso- quizá desde ese temprano, sencillo y archiclásico libro en nuestra lengua, que es Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Sí, abundoso en poemarios de amor parece lógico que Neruda tuviera una vida amorosa rica y una correspondencia que la testimonie, al menos parcialmente.



Así, el hispanista italiano Gabriele Morelli (siempre puntilloso y atento en sus trabajos) nos ofrece en Cartas de amor una rica gavilla de ese escribir ameno, fácil y lírico también de la prosa nerudiana - y más en la correspondencia- con una cuidada introducción en la que deslinda la vida amorosa de Pablo a través de las cartas a sus mujeres. Sólo faltan, pues esas cartas aún no están publicadas, las dirigidas a Alicia, el último y secreto amor de Pablo, que no por eso dejó a su última gran compañera, Matilde Urrutia. De hecho Alicia (a la que habría dedicado otro libro Álbum de Isla Negra, también inédito) era sobrina de Matilde -hija de su hermano Francisco- y Neruda traicionó a su gran amada con esta sobrina; consta que la tía lo sabía pues en una ocasión pilló a la pareja in fraganti. Morelli llama a esta relación, hasta ahora no muy divulgada (empieza a comienzos de los años 60) "el último amor del poeta anciano". La relación dura -siempre algo a escondidas- siete años. Respecto a Matilde, se acude a un comentario de García Márquez que sugiere que no se debe confundir en amor "la fidelidad con la lealtad". Es decir, Pablo fue siempre leal con Matilde (quien estuvo con él hasta el fin) pero no siempre le fue fiel... Cosas de hombres, dirán -o dirían- algunas mujeres.



También es generoso Morelli al iniciar la selección de mujeres amadas, pues comienza con dos cuyo amor es tan cierto como no erótico: su hermana Laura (a la que llama "Koneca", "conejita", siempre muy próxima) y su madrastra a la que nunca quiso dar ese nombre, pues la quiso mucho, Trinidad Candia, su "mamadre". Aunque las cartas a la hermana ni mucho menos carezcan de valor, el lector espera la relación de musas que se abre con Terusa -hacia 1921- la joven que inspira al bohemio con capa y morador de pensión, a ganar unos Juegos Florales en Santiago. Vendrán después las posibles musas (más de una) de los "Veinte poemas de amor..." -la propia Terusa, Albertina Rosa Azócar, el amor/desamor más duradero de la juventud del poeta, incluso cuando ya está en Birmania o en Ceilán y ella en Europa- para pasar a los que se tienen por los grandes amores de la madurez de Pablo y desde luego los que el gran público mejor conoce: la argentina, millonaria y comunista Delia del Carril, veinte años mayor que el poeta y a quien muchos afirman que debe su militancia política principal- y finalmente Matilde Urrutia (chilena y que había sido cantante de muy joven) y que fue, se ha dicho ya, el amor más definitivo de Pablo, la destinataria de otro de sus mejores libros amorosos, "Cien sonetos de amor". Claro que Morelli se encarga de decirnos que no fueron las únicas y acaso a lamentar que no exista o se conserve correspondencia con la extravagante millonaria británica Nancy Cunard (tan bien retratada por Man Ray) y con la que es seguro que Pablo tuvo algo más que un flirt, así como con otra ocasional (aquí sí hay cartas) Olga Margarita Burgos, estudiante de odontología y buena lectora de poesía...



Como vemos -y probablemente sin llegar a la exhaustividad- la vida amorosa de Pablo Neruda fue ciertamente rica y los avatares (incluso geográficos o políticos) de cada caso están bien consignados en la introducción. Pero obviamente más allá de la biografía, aunque lo marque todo, han de estar las cartas mismas, que tienen tanto el signo nerudiano -su soltura y expresividad lírica muy frecuente, también dibujitos muy elementales- como el signo o sello propio de las cartas de amor. Pessoa dijo que no había nada más cursi que escribir cartas de amor, ni nadie más cursi (o desdichado) que quien no hubiera escrito cartas de amor en su vida. Algo de eso es verdad, pero en Neruda casi siempre suena bien: Los nombres íntimos, las expresiones amorosas o eróticas, la sombra de los celos o del desamor, todo ello pasa inevitablemente por la carta de amor como la ruptura o su fantasma. A Albertina la llama a menudo "mocosa" o "chiquilla"; Delia es ya la "hormiga" o la "hormiguita", apodo que no le puso Neruda (ella era bajita de estatura) pero que duró muchos años: "Mi querida Hormiga de mi alma..."; o Matilde -acaso la de más claro amor- que será por su pelo rojizo "Patoja mía" , la "Pelirroja" o la "Chascona", por lo intrincado de sus cabellos.



Naturalmente como en toda carta de buen amor abundarán los "amor mío", los "adorada" o los finales "te quiere", pero ahí está menos ese Neruda que juega y hace salmos y juegos líricos que es lo mejor de las cartas, junto al sentido de fluidez en la escritura, signo de verdad y facilidad. Una bonita carta a Olga (la última) dice: "Olga dulce, Olga loca, Olga de miel, Olga de fuego, Olga setiembre, Olga agua, Olga roja, Olga ardiendo, Olga sombra, Olga días (...) Olga entre Olgas". ¿No es ello Neruda poemático y puro? Pero asimismo hay muchos detalles personales, mucha sencilla intimidad, por ejemplo en las cartas a Matilde cuando ella no está con él: "Acabo de soñar que volvía, (Neruda está en Varsovia) que usted no tenía teléfono, yo me enredaba con unos alambres en casa y peleaba con la cortina. (...) Cuánto la eché de menos". Del lado de ellas queda un pequeño testimonio de Albertina, escrito en 1983 y reproducido al final del volumen y claro está -aquí sólo citado- el libro que Matilde escribió sobre Pablo, "Mi vida junto a Pablo Neruda" de 1986. Todas (a excepción de la silenciosa Alicia) han muerto ya, como el propio Pablo tras el golpe de Pinochet, la embajada de París y el Nobel en 1971.



¿Qué puede ser el epistolario de un poeta grande sino vida a velas desplegadas? Todo vida.