Joseph Brodsky
El poeta ruso Joseph Brodsky (1940-1996) vivió la mitad de su vida exiliado en los Estados Unidos y escribió en inglés, si no el grueso de su obra lírica, que le valió el premio Nobel en 1987, sí la mayor parte de su obra más pública y alimenticia, la que desarrolló como ensayista, conferenciante y casi representante oficioso del modelo de intelectual liberal que asociamos con la cultura y valores norteamericanos.Es evidente que su carácter de disidente del comunismo propició esta rápida y casi completa asimilación. Pero también lo es que, en sus escritos sobre literatura y sobre el valor de la cultura en general, sus ideas quedan expuestas con una nitidez ética e intelectual que convence más por ajustarse a su propia experiencia que a una concepción del mundo predeterminada. En ese sentido, su liberalismo -su idea, por ejemplo, de que la poesía es un arte de afirmación individual- es menos doctrinario que el de otros notorios liberales -pienso en algún otro premio Nobel más próximo a nosotros-; a la vez que se presenta como más fundamentado en la propia trayectoria, literaria y vital, que en frías reflexiones al margen.
De ahí que la colección de conferencias y escritos más o menos ocasionales que reunió bajo el título Del dolor y la razón pueda leerse como un cumplido cuaderno de bitácora de ese recorrido. Su "americanismo" -si es que podemos llamarlo así- aparece imbricado en su educación sentimental: en los lazos emotivos establecidos en su infancia con determinados objetos de procedencia americana -una simple lata que contuvo carne en conserva, por ejemplo- llegados a Rusia en el maremágnum de la guerra, y luego en la casi clandestina afición al jazz que el poeta desarrolló en su juventud, para culminar en su plena incorporación madura a esa cultura idealizada desde la distancia.
Existe una clara continuidad, en efecto, entre su receptividad a ese lejano "botín de guerra" -así se titula un ensayo en el que da cuenta de sus recuerdos de juventud- y su competente apreciación de la mejor poesía contemporánea en inglés, por ejemplo. Y no sorprende que el núcleo de esta recopilación sean las dos extensas conferencias -o quizá ciclos de conferencias- que dedica a analizar la obra del inglés Thomas Hardy y del norteamericano Robert Frost.
En ellas Brodsky no sólo se revela como un excelente crítico, sino que también ofrece al lector la posibilidad de atisbar el funcionamiento de una mente poética en el acto de apropiarse, verso a verso y palabra por palabra, de las resonancias de la poesía escrita por otro. Y hacerlo, no hay que olvidarlo, en una lengua que no es la propia.
Sobre la competencia de Brodsky para escribir en inglés hay opiniones encontradas. La excelente traducción al castellano de estos textos, en todo caso, lima las asperezas que en la prosa del poeta trasterrado encontraban algunos críticos norteamericanos; que también reconocían, no obstante, la capacidad del ruso para urdir páginas brillantes en su segunda lengua. Tal como nos llegan a nosotros, estos textos de Brodsky abundan en acuñaciones memorables, que tienen la contundencia del aforismo: "Para alguien familiarizado con la obra de Dickens, matar en nombre de una idea resulta un poco más problemático que para alguien que no ha leído nunca a Dickens".
Hay también no pocas afirmaciones entre sorprendentes y chocantes, pero siempre provocadoras: cuando se encomienda, por ejemplo, "a ese tipo de personas... para quienes la literatura viene a reducirse a unos cien nombres", o cuando afirma que "la poesía más extraordinaria de este siglo está escrita en polaco". Brodsky hará un uso especial de este registro paradójico en sus discursos de compromiso: los que dirige a estudiantes en actos académicos -en uno de los cuales entona un elocuente "elogio del aburrimiento"- o los que pronuncia en ocasiones de protocolo -en la Biblioteca del Congreso, donde remeda la "modesta proposición" de Swift y propone que se hagan tiradas millonarias de poesía en beneficio de las masas-, o el que urde para aceptar el premio Nobel, donde se permite ironizar sobre "la manera curiosa de hacer el recorrido San Petersburgo-Estocolmo" en que ha consistido su vida.
Eso sí: con fructífera parada en América.