Luis Goytisolo. Foto: Domènec Umbert
No es este ensayo, último premio Anagrama, la primera entrega que Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) dedica a la novelística. Hacia 1990 le escuché una exposición sobre "La novela del siglo XX y el porvenir del género" en el que abordaba ya ideas no especialmente optimistas, ahora reiteradas con alguna que otra muy interesante incorporación. Fue en la ciudad de Québec, en cuya Universidad de Laval nos desconcertó a sus oyentes, admiradores de su trayectoria como narrador, al confesarnos que la seguridad de ser un "verdadero arquitecto-urbanista del género" por haber ultimado Antagonía diez años antes había dado paso, paradójicamente, al convencimiento de que, muy al contrario, como escritor de novelas se estaba convirtiendo en "un dinosaurio en vías de extinción".Desde finales del siglo de Dickens, Stendhal, Flaubert, Balzac, Galdós, Tolstoi, Zola, Dostoievski y Henry James, la muerte de la novela es augurio recurrente, antes incluso de vaticinios similares referidos al libro y a la propia literatura. De hecho, lo más novedoso de esta última aportación a cargo de Luis Goytisolo a tan manido debate es precisamente la relación que establece entre los tres óbitos mencionados por mor del paulatino abandono -que podría volverse definitivo entre los llamados "nativos digitales"- de la actividad de la lectura (literaria, bien entendido; en la pantalla del ordenador seguirán apareciendo letras que habrán de ser leídas).
En aquella intervención suya, publicada enseguida (primavera de 1991) por la "Revista canadiense de estudios hispánicos", Luis Goytisolo reparaba ya en el influjo que sobre el futuro de la novela estaba teniendo el cine, tema al que dedicaría poco después, en 1995, su discurso de ingreso en la RAE sobre "El impacto de la imagen en la narrativa española contemporánea". Y al año siguiente produciría otra de las respuestas más arriesgadas y sorprendentes al nuevo horizonte de la narrativa mediatizada por lo audiovisual: su novela Mzungo, cuya situación final da paso a un videojuego interactivo que a través de un CD Rom permitía a los lectores seguir desarrollando la trama y jugando a su arbitrio con la suerte de los personajes.
A comienzos de los noventa le intrigaba la incidencia que sobre el acto individual de la lectura novelística tendría esa otra modalidad consistente en "leer" las imágenes a través del video. En los dos decenios largos que median entre sus preocupaciones de entonces y la publicación de Naturaleza de la novela, la proliferación y posibilidades técnicas existentes para aquella práctica se han desarrollado espectacularmente, a lo que se añade la omnipresencia de la red como proveedora de inagotables contenidos "legibles" y la emergencia de nuevas generaciones de lectores y potenciales escritores ahormados en los moldes de una nueva cultura.
El Luis Goytisolo de 1991, como el de 2013, temía que los nuevos cultivadores de la novela acabarían siendo "solitarios nostálgicos de un mundo que ya no existe". Veinticinco años más joven que él, Jeffrey Eugenides, uno de los últimos novelistas norteamericanos ya consagrados, declara con motivo de la traducción española de La trama nupcial que, aún siendo guionista y consumidor de esas formidables competidoras de la novela río que son las series, está convencido de que "la idea de que la gente va a dejar los libros para dedicarse exclusivamente a ver televisión es simplemente falsa". La discrepancia es evidente, y no seré yo el que ose terciar, desconfiado como soy de mis facultades proféticas. Pero lo que sí me parece muy atendible es la nueva requisitoria que el autor de Antagonía -de cuyo éxito internacional a raíz de su publicación unitaria acaba de dar cuenta una entusiasta crítica de M. Kerrigan en el TLS- hace en el sentido de que "una vocación de novelista difícilmente va a surgir en quien se ha formado en un medio donde la cultura y los conocimientos adquiridos y el empleo del tiempo libre poco o nada tengan que ver con la creación literaria" (página 174).
A este respecto, Luis Goytisolo parece alinearse en las filas de lo que por los mismos años de aquella conferencia quebequense antes mencionada Alvin Kernan anunció como the death of Literature. Llama, así, la atención acerca de la regresión representada por el olvido de la herencia del modernismo novelístico de la primera mitad del siglo XX (de Proust y Joyce a Thomas Mann y Faulkner) y la banalización de la poética del realismo-naturalismo decimonónicos perceptible en la muestra más palmaria de la postliteratura, entendida como la desliteraturización de la novela: los best-sellers.