El papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio
Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti
29 marzo, 2013 01:00Jorge Mario Bergoglio, Francisco I. Foto: Juan Carlos Hidalgo
No querría trazar un panegírico del obispo Francisco. Traicionaría justamente la normalidad que es su principal característica. Su posible impacto en la vida de la Iglesia y del mundo podría sobrevenir precisamente de eso: de su predisposición a enfrentarse a lo que sucede en cada momento en torno a él con la misma naturalidad con que uno mira al semáforo antes de cruzar la calle. Si -como creo- nada de eso tiene que ver con una "pose", puede dinamitar el protocolo vaticano y, tras el protocolo, lo que caiga.
No parece amigo de profundas y largas reflexiones tanto como persona de criterios muy claros (y no menos profundos): cree que un cura puede y debe hablar de política si hace falta. Lo que no puede ser es partidista. Lleva la Argentina en el corazón, pero, justamente por eso, insiste en distinguir entre "país", "nación" y "patria". A él le interesan el país y la nación; pero lo que le parece más importante es la patria; la entiende como el "patrimonio" que heredamos, tenemos que enriquecer y legamos a los que nos siguen. No parece aceptar el esencialismo ni en eso ni en nada; es puro realismo. Le preocupa, por ejemplo, que los padres no jueguen con sus hijos. Tiene carné del San Lorenzo club de fútbol.
No se engaña sobre sí mismo. Pertenece al gremio de quienes hemos llegado a la conclusión de que nuestra primera reacción suele ser equivocada y es mejor esperar al día siguiente. "Transitar la paciencia -dice- es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas." Reza para que Dios le dé un corazón manso. Se diría que lo tiene. Afirma que el pecado es la mejor situación para encontrarse con Jesucristo. Cree que no hay que ser "guardián de la fe", sino impulsarla. Previsiblemente, los católicos centroeuropeos se enterarán, por fin, de que aquí -en Europa- sólo queda buena teología y poca feligresía, a diferencia de Latinoamérica. Y a los latinoamericanos, como contrapartida, les recordará algo que se ve que le importa especialmente: la capacidad que tiene el trabajo para que una persona se sienta digna.
Aviso que el libro es una reedición de una entrevista que le hicieron los autores y publicaron en 2010 en Argentina. Pero eso tiene la ventaja (notabilísima) de que no es un libro de circunstancias. Se manifiesta el argentino Jorge Bergoglio y punto. Se lee bien. Al final, hay una glosa suya del poema de Hernández que hemos leído desde niños todos los que tenemos relación con la Argentina. Me refiero, claro, al gaucho Martín Fierro.