Daniel Cassany. Foto: Pompeu Fabra

Anagrama. Barcelona, 2012. 282 páginas. 25 euros

No pasó tanto. Fue en 1995 cuando, si hacemos caso a Manuel Castells, para la gente común, para las empresas y para la sociedad en general nació Internet. Cierto es que podemos registrar precedentes indudables de la red de redes desde principios de los sesenta, cuando Marshall MacLuhan recordaba que la irrupción de una nueva tecnología representaba la posibilidad de una muda de la condición humana. Para él, por ejemplo, la imprenta había sido la tecnología del individualismo. El final de la Galaxia Gutenberg que auguraba como inminente modificaría la identidad del yo moderno, pero aquel conservador visionario que era el intelectual canadiense se curaba en salud asumiendo que lamentarse por ello sería como soltar tacos contra una sierra mecánica porque nos ha cortado los dedos.



Muy pronto surgieron entre nosotros voces dispuestas a reflexionar sobre las inevitables consecuencias de lo que José B. Terceiro denominaba en 1996 "sociedad digital". Dos años después aparecía otro libro en la misma línea, aplicado concretamente al campo que ahora Daniel Cassany acota. En 1998 era José Antonio Millán el que en De redes y saberes. Cultura y educación en las nuevas tecnologías planteaba sucintamente la problemática de cómo iban a cambiar las cosas sobre todo para las nuevas generaciones. Debemos al tecnólogo Marc Prensky la distinción, tan cierta, entre los "digital natives" (ellos; los estudiantes) y los "digital inmigrants" (nosotros; los profesores), formulada a principios de nuestro milenio. Cassany la completa con otra dicotomía diez años posterior, la que el psicólogo alemán Peter Kruse establece entre los "residentes", los que viven inmersos en la sociedad digital en la que han nacido, y los "visitantes" que entramos y salimos de ella pues nuestra burbuja tecnoamniótica (con licencia) es diferente (por ejemplo, gutenberiana).



Desde que Sócrates rechazó la escritura alfabética como deletérea para la memoria y la sabiduría, los apocalípticos nunca han faltado a la cita de las innovaciones tecnológicas. La propia J. Murray, en su libro sobre el futuro de la narrativa en el ciberespacio, tema al que Cassany presta páginas esclarecedoras, admite que cualquier tecnología que extienda espectacularmente nuestras capacidades nos pone también nerviosos al cuestionar nuestro concepto de humanidad. El discípulo más cenizo de McLuhan, Neil Postman, que describe una nueva distopía de esta índole en Tecnópolis, publicaba su libro El fin de la educación el mismo año en que Castell sitúa el nacimiento del internet global. Como índice último de semejantes vaticinios N. Carr nos acaba de ofrecer Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?



Daniel Cassany es un asiduo visitante del universo donde residen sus alumnos y no está por la labor de un suicidio colectivo de los inmigrantes digitales, según lo que deducimos de esta obra donde renuncia a la brillantez del ensayo más o menos irónico o profético para ofrecernos un testimonio muy valioso de cómo las nuevas formas de lectoescritura seguirán constituyendo el fundamento de toda educación. Cuando se habla de la "digital divide", de la quiebra digital, se alude a la diferencia discriminativa e insalvable que se puede establecer en cuanto al uso y disfrute de las nuevas tecnologías por parte de los distintos países, sociedades o grupo sociales. Pero no debemos olvidar también la posible quiebra digital entre generaciones. Que nativos y visitantes digitales dejemos de hablar un mismo lenguaje; y, sobre todo, que dejemos de compartir protocolos comunes para el desarrollo del pensamiento.



Cassany hace no solo interesantes aportaciones teóricas sobre el asunto, sino que las ilustra con medio centenar de cuadros en entramado con ejemplos, ejercicios, glosarios y otros recursos. Para que la Galaxia Internet propicie un refuerzo de la lectoescritura como fundamento de la educación humana es necesario que se implementen estrategias docentes bien articuladas y plenamente conscientes de los fines que se persiguen, lo que era uno de los caballos de batalla del último McLuhan, convencido un tanto hiperbólicamente de que las escuelas de su época eran "instituciones penales intelectuales". Porque leer sigue siendo la llave del conocimiento en la sociedad de la información. La red proporciona esta última a borbotones, en términos nunca antes logrados, pero no basta con eso. El único instrumento para la absorción individual de la información y su transformación en conocimiento es la lectura, que es una actividad individual, creativa, pero susceptible de ser inducida y tutorizada por los profesores que, como propone Cassany, no solo visiten sino que aprendan a instalarse en el reino extranjero de sus alumnos.