Chejov y Gorki

La no muy nutrida correspondencia entre dos grandes de la literatura rusa, Anton Chejov (1860-1904) y Máximo Gorki (1868-1936), aunque breve -empieza en octubre de 1898- está llena de encanto. Pese a la no excesiva diferencia de edad entre ambos, Chejov ya enfermo de tisis y medio solitario en Crimea, donde vive por prescripción facultativa, es ya un maestro, autor de magníficos cuentos que revolucionaron el género y de obras de teatro no menos novedosas como Tío Vania. Gorki es un provinciano impulsivo y apasionado, un talento que comienza a descollar y que suele dudar mucho de cuanto hace. Le escribe a Chejov con la devoción y el respeto debidos a un maestro y firma casi siempre sus cartas como Alexei Pechkov, su verdadero nombre, pues Gorki (que en ruso significa "amargo") fue un pseudónimo. Como es natural hay más cartas de Gorki que de Chejov, que sin embargo acoge al nuevo con calor, estima claramente su obra literaria y le da consejos, siempre exentos de toda pedantería. Se llegaron a ver varias veces, aunque menos de las que Gorki hubiese deseado.



Cuando Gorki va tomando conciencia social (sobre todo tras una carga de la guardia cosaca contra la gente en 1901) y está muy a menudo vigilado por la policía, le escribe a Chejov solicitando dinero para las víctimas, pidiéndole que cambie de editor (un burgués avaro por un socialista) y aún que edite en las revistas nuevas, que si no son comunistas lo serán pronto. En lo de las revistas Chejov accede; en todo lo demás, calla. La foto de portada del libro (Chejov y Gorki sentados a una mesa en Yalta, 1900) nos demuestra muy bien quiénes eran los dos amigos, aunque siempre prepondere la admiración de Gorki.



Chejov era un burgués, un hombre moderno y europeo, que soñaba en una Rusia nueva no revolucionaria. Gorki (que llegó a ser un estandarte de la revolución bolchevique y también un incordio para ella) era un campesino de Nijni-Novgorod, un autodidacta y un personaje tan talentoso como cada vez más comprometido con la idea revolucionaria. Ahí no podían entenderse y Chejov evita el tema pero jamás deja de alentar el talento de Gorki, aconsejándole escribir teatro y corrigiendo algunas de sus piezas como Bajos fondos.



La correspondencia, breve y sabrosa (acaba a principios de 1904, cuando la salud de Chejov le impide otra dedicación) nos demuestra más que nos cuenta, aunque no falten curiosidades como la opinión sobre el contradictorio y viejo Tolstói. Nos demuestra el talante cordial y la comprensión honda de dos personas a quienes casi todo separa, menos el respeto y el hondo amor por su oficio. El librito es sumamente grato.