Saul Bellow. Foto: Chistopher Felver

Edición de Benjamin Taylor. Traducción de Daniel Gascón. Alfabia. Barcelona, 2011. 719 páginas, 28 euros

Parece evidente que los grandes tomos de correspondencia serán pronto una forma de escritura del pasado. Internet no nos ha devuelto a la epístola, sino a mensajes escritos con rapidez y brevedad. Ahora estamos ante un gran tomo de las cartas que escribió el novelista y premio Nobel (1976) norteamericano Saul Bellow (1915-2005), que siendo muchas, con toda seguridad no son el epistolario completo. El ideal de un epistolario perfecto es que tuviéramos también las cartas del otro corresponsal, pero como eso sería casi imposible, el editor lo suple con algunas notas aclaratorias a pie de carta. También traza una buena cronología de Bellow que siento muy necesaria, pues, si mi olfato no falla, Bellow nunca fue un predilecto del lector español. Él estuvo en España no pocas veces y tampoco dice gran cosa del país, más que atestiguar la pobreza de la postguerra…



Saul Bellow (hijo de padres rusos y judíos) nació en Canadá y entró de niño en los Estados Unidos de forma medio ilegal, pero quien sería un Nobel yanqui no tuvo la nacionalidad norteamericana sino algo antes de la II Guerra Mundial. En sus cartas está siempre muy patente su origen judío, por el que milita (con otros amigos escritores como Bernard Malamud). La primera carta que se nos ofrece es de 1932, pero enseguida salta a 1937. La última es de 2004. El grueso de la correspondencia corresponde a los años 40/70, que son los de su formación, de su continua lucha por el triunfo (conseguido) y de sus viajes al extranjero, especialmente los dos años que vive en Europa. Por cierto, en París coincide con el auge del existencialismo (Sartre/Beauvoir/ Camus) que no le gusta nada. Ni el movimiento ni los escritores. En ese sentido Bellow se muestra muy yanqui, pues tendrá mal olfato para la cultura europea, si se excluye la inglesa.



Lo que más llama la atención en las cartas de Bellow es su pasión por la escritura, por el oficio de escritor y por la vida en general (estuvo casado cinco veces). Trata de escribir con profundidad, analizando los sentimientos o el modo en que contruye -con tesón- sus novelas, e igualmente analiza las relaciones personales y las tensiones con sus amigos. A mí, que no soy un devoto rendido de Bellow, me gustan sobre todo las cartas en las que habla de temas personales y del oficio literario.



Toda su vida estuvo llena de pasión. Discute con amigos y sobre todo con editores y agentes literarios, ya que considera que estos se equivocan, que con harta frecuencia rechazan espléndidos manuscritos (al inicio alguno suyo) y se percata que la relación más habitual entre escritor y editor -salvo en los momentos de éxito- es guerrera. Piensa que el público debería conocer los errores de los editores como conoce los de los autores…



Las cartas a los amigos (bastantes desconocidos para el público español, como Alfred Kazin) suelen ser harto cordiales, cariñosas, sin preterir el análisis. Como he insinuado ya, la mayor parte de sus mejores amistades -literarias o no- pertenece a la comunidad judía. Con dos notables excepciones, Robert Penn Warren y John Cheever, al que considera uno de los mejores prosistas de su generación. En general, el valor literario de estas cartas es alto, pero pueden tener un "defecto", y es que muchos de los corresponsales son muy poco o nada conocidos en nuestro ámbito cultural.



Podríamos señalar dos curiosidades que llamarían la atención si no fueran meros formalismos, o casi. Una carta a William Faulkner en 1956 protestando porque Faulkner presida una comisión para el perdón penitenciario a Ezra Pound, y otra en 1984 a Vargas Llosa, pidiéndole formar parte de un congreso o reunión de novelistas notables que van a reunirse para debatir sobre los problemas del género. No sabemos que le contestó Mario.



A partir del 2000 -o poco antes- las cartas se van haciendo más breves. En esta etapa toman más protagonismo Philiph Roth y Martin Amis, por citar dos de los pocos nombres más conocidos, pero las cartas (por lo general) pierden la mucha enjundia que tuvieron. Bellow murió el 5 de abril de 2005, pero la última carta del volumen, es a Eugene Kennedy en febrero de 2004. Un libro de buena correspondencia aunque con abundantes personajes que apenas conocemos. Los tratados alusivamente dentro de las cartas componen un panorama más rico.