El gentil monstruo de Bruselas
Hans M. Enzensberger
13 enero, 2012 01:00Hans M. Enzensberger. Foto: Santi Cogolludo
Sin reconocerlo expresamente, el libro de Hans M. Enzensberger rezuma una absoluta falta de fe en el sueño posnacional europeísta y una peligrosa nostalgia de la vieja Alemania.
Hay más, claro, muchísimo más en su vida y en su obra. En 1970 no había nacido la primera Facultad de Periodismo en España y el filólogo, lingüista, traductor, crítico, novelista, filósofo, poeta, ensayista, periodista, radiofonista, dramaturgo y editor nacido en Kaufbeuren (Allgäu bávaro) en 1929 ya había publicado los Elementos para una Teoría de los Medios de Comunicación". Una pena que Ángel Benito, esclavo o amo ya de Bolonia, Dovifat, Fatorello y compañía, no lo hubiera descubierto todavía para martillear sin compasión las cabezas de las primeras promociones de periodistas universitarios españoles.
Siempre atento a la actualidad -virtud de la que ha dado cumplida prueba desde 1965 al frente de la revista Kursbuch y desde 1985 como editor de la Andere Bibliotek-, el incorregible humanista no podía dejar pasar una oportunidad como la crisis europea más grave desde el nacimiento del proyecto de integración regional más exitoso de la historia para ajustar cuentas con el monstruo.
En El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela, editado por el Instituto Goethe y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores alemán, confirma con creces los epítetos lanzados contra él -neocon, destructor, anarquista, ideólogo, incrédulo, amante de los juegos de palabras estéticos, crítico mordaz, antieuropeo…- por sus enemigos.
De las cien páginas de este opúsculo sin desperdicio, dividido en nueve partes, sólo en la primera (cuatro escuálidas páginas que titula, con recochineo, Glorias & Alabanzas) reconoce algo positivo en lo que, según sus propias palabras, "no ha dejado de ser lo que hasta 1993 predicaba su nombre: una comunidad económica". (p.65) "Entre los Estados que pertenecen a la Unión Europea no ha habido un solo conflicto armado desde 1945. ¡Casi una generación entera sin guerra!", escribe en el segundo párrafo del libro. Por poco se le olvida la esencia del bicho al que tantos ascos hace.
Junto a esa nada despreciable anomalía histórica que resuelve en cuatro líneas, reconoce también las ventajas de la libertad de movimiento de personas y mercancías por el continente, las gigantescas ayudas a la agricultura y a las infraestructuras, y los esfuerzos para "poner fin a ese ridículo parcheo que hace del control del espacio aéreo europeo un peligroso juego de paciencia". (p.10) Las 96 páginas restantes del libro son una crítica despiadada de la autopropaganda (jergas y jirigonzas), las manías (derroche y reglamentarismo), la burocracia josefinista (término copiado de Robert Menasse), el espíritu de cuerpo, los orígenes (otorga todo el mérito o demérito, según se mire, a Jean Monnet, los demás fundadores se difuminan) y, sobre todo, el déficit democrático de la UE.
No hay defecto, por mínimo que sea -desde el reglamento sobre los pepinos hasta los requisitos comunitarios de dimensión mínima de los condones-, que no documente con increíble precisión, aunque sean normas ya obsoletas. Ninguna de sus críticas es falsa, pero las exagera y descontextualiza de tal manera que, salvo en su denuncia del déficit democrático, donde se puede ser todavía más duro, pierde parte de razón.
"Con la forma de gobierno blando que ejerce, la Unión efectivamente ha pisado terreno nuevo", concluye. "Es, en el doble sentido de la palabra, una quimera: proyecto utópico a la vez que ente mestizo, deseoso de imponer con autoridad incondicional y presión educativa las filantrópicas intenciones que persigue con astucia y paciencia". (p. 91)
Sin reconocerlo expresamente, todo el texto rezuma una absoluta falta de fe en el sueño posnacional europeísta y una nostalgia peligrosa del viejo Estado nación que, en tres ocasiones (1870-71, 1914-18 y 1940-45) en sólo setenta años, sembró el continente y el mundo de cadáveres.