Despedida de la División Azul en Madrid (1941)

RBA: Barcelona, 2011. 592 páginas, 35 euros

En los últimos años han aparecido notables obras de síntesis sobre la famosa expedición española para combatir el comunismo, como La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945, de Moreno Juliá (Crítica, 2004) o De héroes e indeseables. La División Azul, de Rodríguez Jiménez (Espasa, 2007). A ellas habría que añadir otras investigaciones que se han publicado como artículos o biografías de prominentes generales que tuvieron un papel relevante en la campaña. Cabe destacar en este sentido la labor de profesores como Núñez Seixas y Luis Togores, que se han aproximado al tema desde perspectivas ideológicas contrapuestas.



Consciente de la valía de esas aportaciones, Reverte asume de modo explícito el reto de escribir sobre el mismo episodio para tratar de aportar una visión distinta. Parece que nuestro autor disfruta con ese tipo de desafío, sobre todo en lo concerniente a la historia española reciente, como ya demostró en sus diversas obras sobre la guerra civil, de las que salió algo más que bien parado. Además, se mezclan en este caso razones personales, dado que su padre fue uno de los miles de divisionarios que se apuntó a esta peculiar expedición. Sus diarios y recuerdos, junto con los de otros compañeros de armas, constituyen uno de los materiales que Reverte utiliza profusamente para trazar un cuadro bélico en el que nunca se pierde la óptica a ras de suelo, es decir, el sufrimiento humano por el hambre infinita, las inclemencias meteorológicas -40 grados bajo cero- o por la dureza de los combates -espantosas carnicerías-. Habría que enfatizar que el autor intenta poner siempre un rostro reconocible a esos padecimientos, con nombres y apellidos y circunstancias detalladas. Podría decirse que Reverte logra en estas páginas la contundencia que él atribuye al estilo vívido de Malaparte. Como en el italiano, su acercamiento muestra una ejemplar "vocación por la verdad, empapada siempre por la subjetiva visión del observador". No busca tanto bucear en las decisiones estratégicas del mando como describir lo inmediato: la mirada de un soldado, "cómo huele un río o un caballo putrefacto" o el "rígido gesto del cadáver de un recluta" (p. 35).



De este modo, el volumen abarca mucho más de lo que el escueto título señala. Es también y en no poca medida el retrato político, social y cultural de una época, y ello no sólo en lo tocante a España sino también, aunque en menor proporción, para los otros dos escenarios de la tragedia, Alemania (en particular, Berlín) y Rusia (básicamente Leningrado). Esto explica el tono del relato, que necesita cierto distanciamiento, acompañado de una ironía algo gruesa, a la hora de dar cuenta del capítulo insondable de atrocidades que la guerra y la represión van produciendo. Un catálogo impresionante de iniquidades, torturas espeluznantes o mutilaciones peores que la misma muerte que lleva a los seres humanos -niños incluidos- a situaciones límite, a veces literalmente increíbles. Encuadrada como la 250 División de la Wehrmacht, peleando a 6000 km de España en territorios de los que apenas se había oído hablar aquí (Nóvgorod, Pokrovskaya, Krasni-Bor), la División Azul desempeñó a la vez el papel de víctima y verdugo en una guerra tan absurda (desde el punto de vista estratégico) como monstruosa, por el número de bajas que supuso y las condiciones brutales en las que se hubo de combatir.