Ninguna guerra ha generado tanta literatura como la guerra de Troya. Aun así, hemos ido olvidando el auténtico motivo de esta fascinación; hemos dejado de leer el texto de Homero y de preguntarnos por el enigma de su profunda originalidad, hasta amoldarlo a un acomodaticio sentido de la propia humanidad, que continúa vergonzosamente sometido a nuestros clichés sobre el odio, la propaganda belicista y la glorificación de los vencedores.
Pero contra la opinión común, que nos hace creer que el texto de Homero es una de las piezas más distinguidas de la épica occidental por su eficacia literaria al cantar las hazañas bélicas de los héroes griegos, legitimando así indirectamente su saqueo de Troya, lo que estos dos autores vienen a mostrarnos es que la verdadera riqueza que Grecia se trajo consigo, como perdurable botín de aquella mítica contienda, fue su arrepentimiento por Troya. En su breve ensayo La cólera de Aquiles, el novelista Ismail Kadaré (Albania, 1936) dibuja esta idea con pinceladas tan ágiles como los pies del Pelida, descifrando el código de la epopeya homérica, oculto bajo el tema de la turbación del ánimo que padece el héroe griego al principio de la Ilíada, y que hace de la guerra de Toya una anti-guerra, una guerra de nuevo tipo, una guerra que se niega, se supera y da muerte a sí misma, donde el guerrero se iguala con el adversario y deja de odiarlo.
Por su parte, la obra de Juan Carlos Rodríguez Delgado (San Sebastián, 1950), filólogo clásico y profesor de Filosofía Moral en la Universidad del País Vasco, despliega con exquisita minuciosidad una completa revisión de los tópicos sobre la épica griega y, en particular, sobre la Ilíada, en lo que constituye uno de los trabajos más espléndidos sobre el texto homérico que conozco. En el primer capítulo, "Homero, autor de la Ilíada", Rodríguez Delgado comienza defendiendo la existencia de un proyecto literario coherente, frente a los detractores de una autoría singular del poema, para pasar en el capítulo siguiente a discutir los prejuicios "primitivistas" de quienes, como Parry-Lord o Havelock, sostienen que en una cultura oral como la de la Grecia antigua no pudo darse una maduración reflexiva capaz de sustentar no ya sólo un diseño unitario del conjunto literario, sino una concepción de la personalidad capaz de hacer de los individuos sujetos responsables de sus actos, en vez de meros juguetes al arbitrio de los dioses o de sus propias pasiones. Y todo ello para llegar, en el tercer capítulo, al genuino meollo de su interpretación: lejos de ensalzar la conducta heroica, que presenta como modélica la acción de matar o morir por una Causa y, así, gozar de una gloria inmortal, la Ilíada posee un diseño literario encaminado a socavar este ideal de conducta y, con ello, cuestionar una cultura basada en la glorificación de la guerra. La transformación que experimenta el personaje principal de la epopeya, Aquiles -que comienza dominado por la cólera ante una ofensa a su honor; que luego, una vez retirado del combate, al contemplarlo con otros ojos, con distancia crítica, revaloriza los vínculos afectivos y la nuda vida frente al embeleco de la gloria guerrera; que sólo regresa al combate por la muerte de un amigo, y que finalmente, tras matar a Héctor, se compadece de Príamo, reconociéndole como compañero en el sufrimiento de la pérdida de un ser querido- supone una nueva valoración de la condición humana, que rebasa los límites heroicos y grupales y apunta a la solidaridad universal que nace de la finitud compartida.
Expuesta su tesis con brillantez, claridad y argumentos convincentes -acaso desdibujando algo el papel de los dioses en aquel mundo arcaico, así como la posibilidad de diferentes estratos de lectura para mejor destacar lo novedoso del texto homérico- Rodríguez Delgado nos brinda una lección magistral sobre el mensaje de paz y reconciliación albergado en el texto clásico de Homero.