Diarios de Corea
Bruno Galindo
29 marzo, 2007 02:00Foto: Greg Baker
Corea, donde se libró entre 1950 y 1953 la primera de las grandes guerras de la Guerra Fría, con más de 2 millones de muertos, sigue pendiente de la paz y de la unificación. Al sur del paralelo 38 llegó, por fin, la democracia en 1989. Al norte subsiste uno de los regímenes más autoritarios y desconocidos del planeta. Desde hoy ambas Coreas nos son más cercanas gracias a dos libros que acaban de ver la luz en castellano: Diarios de Corea y Corea.Historia de un proceso de reunificación.Es difícil encontrar dos obras más diferentes sobre un mismo tema. La primera, de Bruno Galindo, periodista argentino madurado en los suplementos de El País, es el fruto de un viaje a lo que él llama "la última frontera de la guerra fría", olvidando la no menos conflictiva división china. La segunda, de la coreana Eunsook Yang, es una síntesis de su tesis doctoral en España, dirigida por Antonio Marquina en la Universidad Complutense de Madrid.
Galindo es un maestro del reportaje largo, que tal vez se ha exigido a sí mismo, o le han exigido, demasiado. Los parches históricos que sirven de introducción a algunos capítulos, desgajados del hilo conductor, habrían quedado mejor como apéndice final o goteados en el texto. De la segunda parte, unas 200 páginas sobre Corea del Sur, podía haber salido un segundo libro, pero el autor ha entendido, seguramente con razón, que el Norte no se puede entender sin una mirada al Sur.
Lo que dicen los refugiados y la gente que escapó del Norte es muy distinto de lo que cuentan los guías o propagandistas oficiales, casi los únicos contactos que el viajero puede hacer en el país más aislado del mundo. Nadie en Corea del Norte, si desea vivir, reconocerá que la gente tiene que comerse la hierba de los parques.
Una revisión del contenido por un historiador o por un politólogo habrían evitado, probablemente, errores graves como situar la Ostpolitik de Willy Brandt en 1950 (p. 124) o la desintegración soviética en 1993 (p. 98). Como el libro tendrá nuevas ediciones, dado su interés, son errores que pueden y deben corregirse.
Yang es la investigadora que todo director de tesis querríamos tener: meticulosa, ordenada, rigurosa… Como casi todas las tesis, la suya ha sido una andadura ardua, llena de obstáculos, por el origen y las causas de la división coreana, la guerra civil, la bifurcación seguida por las dos mitades de la península desde 1950, los efectos devastadores del fin de la Guerra Fría en el Norte y los desafíos de la unificación.
A través de mil anécdotas fielmente recogidas en 2004 en condiciones nada fáciles, Galindo nos descubre en Corea del Norte una dictadura orwelliana donde el visitante tiene tajantemente prohibido separarse del grupo, todo contacto con los lugareños sin autorización previa, introducir teléfonos móviles o aparatos GPS (global positioning system) y poseer moneda nacional. Por prohibir, está prohibido hasta tomar notas del mausoleo del gran líder que todo lo llena y todo lo sabe. Quien haya visitado los mausoleos de Lenin en la plaza Roja y de Mao en la plaza de Tiananmen, no digamos el de Mohamed V en Rabat, sentirán cierto escalofrío ante el pandemónium totalitario norcoreano.
Aunque radicalmente distintos en tratamiento y contenido, coinciden ambos autores en su diagnóstico del futuro.
"Una completa reconciliación entre el Sur y el Norte sólo puede venir (…) cuando el régimen norcoreano sea sustituido por un sistema democrático homologable al existente en Corea del Sur", concluye Yang (pág. 181).
"Para llegar a la Paz y la Reunificación (las mayúsculas son del autor), es importante garantizar la libertad popular primero en su territorio (Corea del Norte)", concluye Galindo. "Pero Kim Jong-il está desacreditado para hacerlo" (pág. 458).
De ambos libros, integrados por una buena pluma como la de Galindo, saldría el mejor libro sobre Corea, infinitamente más ameno que el de Yang y mucho más sólido que el de Galindo, pero, claro, sería otro libro.