Heidegger, pensador de un tiempo indigente
Karl Lüwith
22 febrero, 2007 01:00Martin Heidegger
Heidegger sigue dando bastante que hablar y no sólo a la literatura filosófica especializada. Muchos de los contextos de debate más vibrantes de la cultura contemporánea, de la ecología a la arquitectura, de la sociología a la teoría de la ciencia, sucumben al embrujo del "mago de Messkirch".
Al mismo tiempo, el lector en castellano va disponiendo cada vez de mayor cantidad de elementos de juicio para poder apreciar la profunda influencia de Heidegger sobre un insigne plantel de pensadores alemanes -en su mayoría judíos- que fueron alumnos suyos durante sus primeros años de docencia en la Universidad de Friburgo: Hannah Arendt, Hans-Georg Gadamer, Hans Jonas, Karl Lüwith o Herbert Marcuse. De Gadamer ya contábamos desde hace tiempo con una amplia obra traducida. El pasado año, la celebración del centenario del nacimiento de Hannah Arendt fue una buena ocasión para recuperar muchos de sus escritos. También se tradujo Heidegger y el problema del humanismo (Anthropos), texto en el que el pensador italiano Ernesto Grassi discute la restrictiva caracterización heideggeriana del humanismo como un antropocentrismo de índole metafísica.
Ahora parece que le toca el turno a Karl Lüwith (1897-1973), el discípulo que mayores discrepancias mostró con el maestro y desde fecha más temprana. La editorial Katz acaba de publicar Una sobria inquietud, de Enrico Donaggio, la primera biografía intelectual dedicada a la figura de Lüwith, y prepara Historia del mundo y salvación, el libro en el que este autor expuso con detalle sus tesis acerca de los presupuestos teológicos de la filosofía moderna de la historia. Por su parte, Fondo de Cultura Económica edita en nueva traducción, y con el añadido de otros trece ensayos relativos al tema, escritos por Lüwith entre 1932 y 1969, Heidegger, pensador de un tiempo indigente (1953), un texto densamente polémico, que cuestiona tanto las bases del proyecto ontológico-existenciario de Ser y Tiempo como el viraje posterior de Heidegger hacia una "mística del ser".
A su regreso a Alemania, Lüwith vio a las nuevas generaciones fascinadas por el "semitono religioso", "histórico-escatológico", del discurso heideggeriano y denunció una retórica que, según él, desligaba a la filosofía del pensamiento demostrativo y la entregaba a la poesía. Tal vez en aquel contexto fuera justa su apreciación. En todo caso, fue coherente con su itinerario intelectual, que siempre le mantuvo alejado de los planteamientos de Heidegger en puntos sustanciales. Sus tempranos estudios de biología le sugirieron un concepto distinto de naturaleza, relegada a su juicio en una comprensión del existente humano a partir de su facticidad histórica. También el menosprecio heideggeriano de la ciencia o su visión reduccionista de la historia de la metafísica y de Nietzsche fueron motivos de crítica subrayados por Lüwith.
En el fondo, sin embargo, subsiste la impresión de que Lüwith no llegó jamás a atreverse a mirar en el hondón del que nace lo más genuino de la apelación de su maestro a la pregunta nunca clausurada por eso que llamamos ser. A ese misterio se asoma con ágil pulso teórico y buen quehacer hermenéutico El cofre de la nada de Félix Duque (Abada, 120 págs., 15 e.). Tomando de Heidegger su designación de la muerte como "cofre de la nada", Duque plantea, en clave de singular meditatio mortis, un recorrido por la deriva del nihilismo en la modernidad, donde es el pensamiento heideggeriano de ese límite posibilitante lo que hace de la asunción del propio "estar-a-la-muerte" la respuesta más decidida a la añoranza escatológica persistente en los metarrelatos modernos. Todo un ejercicio implícito de réplica a Lüwith: Heidegger, no para abandonarse a la contemplación mística de un tiempo indigente, sino para seguir pensándolo.