Miguel Hernández. Prisiones, cárcel y muerte de un poeta
José Luis Ferris
17 abril, 2002 02:00Miguel Hernández
La gloria de la que gozó Miguel Hernández (1910-42) en las postrimerías del franquismo y los primeros años de la transición resultó contraproducente: en esos años fue santo cívico, poeta de manual de bachillerato y proveedor de letras para cantautores y de citas para políticos; destinos que son otras tantas puertas abiertas al cansancio del lector y el olvido.Sospechábamos que Miguel Hernández no merecía esa suerte, pero se echaba en falta un rescate serio, una puesta en valor de su figura y su poesía. Existían, eso sí, un buen número de estudios parciales de distintos aspectos de la vida, las circunstancias y la obra del poeta, pero hacía falta una síntesis que, además de reunir datos dispersos, los abordase desde una perspectiva desprejuiciada. Y creo no equivocarme al afirmar que este Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, de José Luis Ferris (Alicante, 1960) es ese libro necesario. Entre otras cosas, porque el autor logra revestir su propio entusiasmo ante el biografiado con datos que, si en su mayor parte no son nuevos del todo, construyen una imagen novedosa, remozada, del poeta de Orihuela.
Y esto lo consigue Ferris de dos maneras. La primera, desmontando algún que otro tópico aún vigente sobre la figura de Hernández: así, a la consabida imagen del poeta-pastor pobre, iletrado y autodidacta, contrapone Ferris la de un hijo de campesinos con recursos, que recibe una educación de mayor duración que la de cualquier muchacho de su clase y desde muy joven cuenta con mentores y amigos que le proporcionan libros y orientaciones. Nos advierte también Ferris de la constitución enfermiza de Hernández, del posible hipertiroidismo que da a sus ojos un aspecto desorbitado (lo que muchos confunden con la mirada encendida de un visionario) y de su vulnerabilidad ante las infecciones, que se revelará fatal cuando el poeta sufra prisión tras la guerra.
La segunda vía elegida por José Luis Ferris para delinear la imagen de su biografiado es, si se quiere, más polémica y menos rigurosa (aquí entra ya la mera confrontación de subjetividades), pero también muy sugerente: consiste en contraponerlo a sus contemporáneos, quienes reciben al poeta-pastor con ambigua displicencia (Giménez Caballero), lo apadrinan e influyen (Neruda), le dan largas (Lorca) o lo aman (caso de Maruja Mallo) en condiciones bien distintas a las que conocía quien había escrito sobre su novia de Orihuela: "Te me mueres de casta y de sencilla"... Entra Ferris, con ello, en el muy resbaladizo territorio de la sociología literaria de anteguerra. Y consigue proporcionarnos, de paso, un angustioso manual de supervivencia física y literaria para escritores de provincias, en el que no salen muy bien parados los consagrados.
Lo que, a fin de cuentas, no pasaría de resultar anecdótico y más o menos traído por los pelos si no alimentase un propósito esencial: el de arrojar nueva luz sobre distintos tramos de la obra de Miguel Hernández (muy especialmente, sobre el ciclo amoroso representado por El rayo que no cesa) y animarnos a releerla como si no nos hubiésemos saturado de ella, decía, en los manuales de bachillerato, en las melopeas de los cantautores y en los mítines de los partidos de izquierda, cuando los había.