La Guerra Civil: ¿Dos o Tres Españas?
Paul Preston, Sergio Romano, Nino Isaia y Edgardo Sogno
20 junio, 1999 02:00Ed. de Javier Ruiz Portela. Traduc. de Juan Trejo y Marcelo Covián. áltera. 186 págs. Javier Cervera. MADRID EN GUERRA. Alianza. 516 págs. 3.000 ptas. Fernando Díaz-Plaja. todos perdimos. Maeva. 300 págs. 2.450 ptas. Juan Benet. LA SOMBRA DE LA GUERRA. Taurus. 192 págs. 2.200 ptas. Pedro Montoliú. MADRID EN LA GUERRA CIVIL. Silex. 360 págs. 2.649 ptas.
S on miles los artículos y libros que se han publicado sobre la guerra civil española, cuestión que reúne el interés de ser el período clave de nuestra historia contemporánea y de constituir una encrucijada donde se encontraron fuerzas y movimientos políticos e ideológicos en un momento clave de la escena internacional. A pesar de esa inmensa producción, la atención no se ha agotado. Aparecen nuevos aspectos por estudiar, como se refleja en el formidable trabajo de Javier Cervera sobre el quintacolumnismo madrileño, y se incorporan nuevas visiones interpretativas, ejemplificadas por la polémica recogida por Ruiz Portela sobre la evaluación de la victoria franquista desde la perspectiva de la caída del sistema comunista. También se incorporan nuevas piezas al rompecabezas en forma biográfica, recuerdos de Fernando Díaz-Plaja, de reedición de ensayos, tres artículos de Juan Benet, y de obras de divulgación de calidad, el caso de Pedro Montoliú.Y aunque ninguno carece de interés, destaca la exhaustiva investigación de Javier Cervera, una tesis doctoral despojada del aparato académico que facilita la lectura de un libro extenso. Se trata de un estudio que inicialmente aborda la atmósfera de terror que se desata tras el fracaso del golpe del 18 de julio, producto de la destrucción del Estado y del predominio de las milicias obreras, y que dura hasta el restablecimiento del aparato estatal. A continuación, se enfrenta con el eje del trabajo, las formas y modos en que se manifiesta ese Madrid clandestino, desde aquellos que simplemente se esconden a los que deciden actuar contra el enemigo, en un número y con una organización que sorprenden, aprovechando las debilidades y las grietas, que son enormes, de la retaguardia republicana. Las impactantes descripciones abundan y refuerzan la impresión de cuál fue una de las causas centrales de la derrota republicana: la división que derivó en una desorganización paralizante, rozando el ridículo, precisamente en la etapa inicial en que el golpe podía haber sido sofocado. Fuera de este núcleo central, sobresalen, por su proyección histórica, los episodios del asesinato de Andrés Nin, la responsabilidad indirecta que se atribuye a Santiago Carrillo en la masacre de Paracuellos y los contactos entre el coronel Casado y el bando nacional para la entrega de Madrid.
La otra obra relevante es la edición de Javier Ruiz Portela de la polémica en torno a la valoración históricamente positiva del franquismo por su componente anticomunista. La controversia nace a partir de una introducción escrita por Sergio Romano, intelectual liberal y diplomático, para un pequeño libro en el que se confrontan las experiencias de dos voluntarios italianos alineados en los bandos enfrentados, la del lingöista Giuliano Bonfante, escrita por Nino Isaia, que combatió a los insurrectos en la Sierra madrileña y que luego sería perseguido por los comunistas hasta que logró evadirse de España en 1937, y la del futuro diplomático, Edgardo Sogno, alistado en las tropas enviadas por Mussolini, que llega a España en 1938. Para Romano hubo dos guerras diferentes. En la primera, Bonfante participó en un combate entre el antifascismo y el fascismo. En la segunda, Sogno tomó parte en lo que ya era, por la implicación de la URSS y el control alcanzado por los camaradas españoles, en una contienda entre fascismo y comunismo. En ese sentido, Romano hace un balance positivo del franquismo: su crueldad represiva se compensaba por la no involucración en la guerra mundial, pese a las presiones del Eje, y a que, en última instancia, no obstaculizó el desarrollo de las energías que llevaron a España a la modernidad. A estos argumentos se unen los de Sogno: la victoria del franquismo impidió una dictadura comunista en la retaguardia europea. Por tanto, y a la luz de la caída del sistema comunista y de lo que ahora se conoce de él, la conclusión es que apoyar al franquismo constituyó "lo históricamente correcto". Para Preston y el editor, la postura de Romano y Sogno es la sostenida por el franquismo, la novedad es que se esgrime desde la democracia.
La réplica corre a cargo de Preston: es absurdo sostener que Moscú pretendiese construir una democracia popular en España porque este tipo de regímenes fueron ideados como un colchón defensivo tras la guerra mundial al percibir Stalin que la agresión nazi fue alentada por los países occidentales. Esta refutación queda seriamente matizada por la investigación de Elorza y Bizcarrondo, para quienes queda claro que la propia dinámica comunista en España, independientemente de los designios de Moscú, conducía a la implantación de una democracia popular. Para Preston la contienda civil fue inicialmente una guerra social española en la que las fuerzas obreras defendieron la democracia y que en su desarrollo se convirtó en un episodio más de la guerra civil europea que tuvo lugar desde 1917 a 1945 entre la derecha continental y la clase obrera organizada.
Ruiz Portela formula unas valiosas consideraciones. En primer lugar, la revolución fue provocada por los sublevados, aunque una vez desatada la contienda sí se abrían posibilidades reales para la dictadura comunista con la derrota de Franco. Opina que los países occidentales no lo hubiesen impedido, pues la clave está en el interior de los países, señalando a Cuba como un caso ilustrativo a estos efectos. Rechaza la compatibilidad entre la defensa de la democracia y la revolución, algo que nunca se ha verificado. Ruiz Portela reivindica la posición de Besteiro, para quien si la guerra se ganaba significaría el triunfo del comunismo, sin justificar por ello el franquismo. Reconoce, sin embargo, el valor de éste al sacar a debate un tema tan controvertido, por el que sólo va a recibir censuras y descalificaciones, aunque se haya limitado a apuntar la evidencia. Para Ruiz Portela, la tesis de Romano es legítima, aunque la haya expuesto en forma maniquea al plantear el franquismo como mal menor, pero no es obligatorio elegir entre una de esas dos alternativas. Se puede apreciar el gran riesgo de una victoria republicana desde un punto de vista democrático. En cierto sentido, sostiene este autor, la Transición se enfrentó con el sentido maniqueo de la guerra civil y lo superó, negando cualquiera de esas dos alternativas como referente histórico para la construcción del futuro.
Los recuerdos de Fernando Díaz-Plaja de la Barcelona de la guerra civil encajan con el estudio de Cervera sobre la quinta columna en Madrid. Por sus páginas pasan el terror anarquista, los paseos y quemas de edificios religiosos facilitados por la "legalidad revolucionaria"; el embos-
camiento de los jóvenes burgueses y de clase media que se ven obligados a servir en el bando que detestan, saboteando con eficacia; los bombardeos sobre Barcelona; la difícil situación de las clases pudientes; la vida cotidiana; la división social y el control obrero; el sufrimiento en propia carne con el fusilamiento de un familiar; ... todo expuesto por un testigo que escribe desde una posición de distanciado fatalismo sobre el horror estéril de una contienda que el autor titula, con justeza, de incivil.
En el libro de Benet sobresale un artículo inédito sobre la historia de la cultura española, poniéndola en relación con la guerra civil. Para el escritor, siguiendo una línea que busca en el pasado español los antece-
dentes del enfrentamiento fratricida, la división entre una cultura reaccionaria, originada en la etapa imperial y sostenida secularmente por la Iglesia, y otra de procedencia ilustrada, que continua a través del progresismo liberal, el librecambismo, los institucionistas y los socialistas, marca sendos caminos que nunca se entrecruzan y que llegan, en lo que refiere al componente ideológico, al enfrentamiento final de la guerra civil. Durante la contienda, de esa corriente ilustrada sale un producto genuino con validez universal: la figura del intelectual antifascista que perdura hasta nuestros días. Las sugerencias del debate recogido en la polémica desatada por Romano pare- cen anunciar la caducidad del valor de esta interpretación. Por último, Pedro Montoliú, acreditado especialista en historia madrileña, confecciona un trabajo que incorpora una amplísima bibliografía, junto a la labor de investigación en fuentes hemerográficas y orales. Es un primer volumen a modo de gran crónica periodística sobre los mil días del Madrid de la contienda: batallas, depuraciones, asaltos, vida cotidiana... El texto va acompañado por numerosas y poco conocidas fotografías.
Una conclusión sobre estas lecturas es la constatación de la diversidad de enfoques y metodologías desde la que ha de componerse una visión rigurosa de la guerra civil. Otra es la importancia de la pluralidad de perspectivas interpretativas, impresión reforzada por el sugerente libro editado por Portela, cuya discusión nos acerca o nos aleja, depende de la emotividad con que se contemple y la lección que se quiera extraer, de ese episodio que ha marcado decisivamente el siglo XX español.