Nuria Labari. Foto: Asís G. Ayerbe

Nuria Labari. Foto: Asís G. Ayerbe

Letras

Nuria Labari explora todas las caras del miedo en los relatos de 'No se van a ordenar solas las cosas'

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Antes de entrar en los pormenores del último libro de la periodista y escritora Nuria Labari (Santander, 1979), es casi obligado reparar en que si quien escribe elige siempre un ángulo desde el que proyectar la mirada, el suyo se sitúa en la intersección de los dos oficios que ejerce sin tregua desde hace más de quince años.

Portada de 'No se van a ordenar solas las cosas', de Nuria Labari

Portada de 'No se van a ordenar solas las cosas', de Nuria Labari

No se van a ordenar solas las cosas

Nuria Labari

Páginas de Espuma, 2024
175 páginas. 17 €

La periodista dispara su empatía sobre lo que le rodea, sabe donde posar su mirada crítica, denuncia la injusticia, concibe la palabra como herramienta de acción y la ironía como la gran aliada de sus enfoques.

La escritora interioriza los secretos del oficio, desnuda sus miedos, anima la narrativa de sus temas con paralelismos sorprendentes, se refugia en sus raíces lectoras y siempre parece dispuesta a encontrar el modo más expresivo de contar una historia.

Desde la publicación de su primer libro de cuentos (Los borrachos de mi vida, 2009) hasta el que hoy presenta con este sugerente enunciado, No se van a ordenar solas las cosas, ha publicado novelas de distinto signo y de gran acogida: Cosas que brillan cuando están rotas (2016), La mejor madre del mundo (2019) y El último hombre blanco (2022).

Lo que es evidente es que la narrativa es su lugar, que su ironía se ha ido afinando, su prosa es ágil, fresca y certera, y cautiva su manera de tentar los límites del lenguaje y la escritura para lograr desplazarnos desde la realidad hacia sus relatos. Así, si a nuestra realidad le sobran heridas que necesitan cuidados, en sus relatos podemos encontrar muchos síntomas de esa vulnerabilidad silenciosa que nos acecha.

No se van a ordenar solas las cosas es más que un título escogido con buen tino, es un verso que la autora toma prestado de la Nobel Wislawa Szymborska: “Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar / No se van a ordenar solas las cosas, / digo yo”.

Empecemos por ahí, viene a decir. Esta es la idea que da sentido a su voluntad de interpelarnos sobre la necesidad de atender de una vez al malestar que nos rodea. Para ello concita a privilegiados y desfavorecidos, a jóvenes y viejos, a hombres y mujeres, con papeles y sin ellos.

En consonancia con su forma de concebir la creación urde seis relatos breves que exponen diferentes caras del miedo: soledad, abandono, enfermedad, rechazo, inadaptación, vejez… El tema va recubierto por una historia trenzada con los recursos de una técnica compositiva muy sugerente, todo un acierto. No es conveniente revelar más de lo debido, pero sí apuntar que cada relato tiene su propia voz y su propio registro.

Cada uno arranca de una idea enraizada en la vida cotidiana: el día a día de una mujer y su asistenta boliviana en “Dios solo entiende palabras esdrújulas” –un delirio de imaginación y realidad–; la mujer que enseña español a un joven marroquí –el que da título al volumen, de imprescindible lectura–; el joven de quince años obsesionado por su imagen; el viaje de una familia española a conocer la aventura de la pobreza en Santo Domingo; la historia del viejo que vive su mejor momento vital –todo un ejercicio de brillantes paradojas–.

Cada idea, a su vez, se va desarrollando sobre extrañas analogías que logran una singular cadena de asociaciones y reacciones. Figuras como un jaguar o las puertas de los armarios de la cocina de un cuadro de Leonora Carrington, una aceitera, diez tarjetas con diez palabras para descubrir la vida en otro idioma o la avería de una lavadora en plena colada, son desencadenantes de lo imprevisible, de un suspense que bien merece apurar su lectura. Es cuestión de dejarse arrastrar desde nuestra realidad hacia la mirada genuina de Nuria Labari sobre tantas vulnerabilidades. Alguien tenía que ocuparse.