Una poción de amor y otros fraudes en 'Wellness', la nueva novela del superventas Nathan Hill
Tras el éxito de 'Nix', su anterior obra, el autor reproduce en detalle muchos de los aspectos más irritantes de la vida contemporánea actual.
10 abril, 2024 02:13Las novelas de Nathan Hill (Iowa, 1975) son proezas de arquitectura narrativa. “Mis proyectos son enormes criaturas de una complejidad asombrosa” –señala un promotor inmobiliario sin demasiada humildad al principio de la nueva novela de Hill, Wellness– “intrincados, rebeldes, asíncronos, un poco barrocos”. Dada la inmensidad del libro que sigue, uno no puede dejar de suponer que el autor va a ofrecernos una especie de ars poetica propia.
Comparado con su debut caleidoscópico y superventas, El Nix, con sus inmersiones en el radicalismo de la década de 1960, la cultura del videojuego y la política universitaria contemporánea, Wellness parece prometer al principio algo más práctico y vivido.
Ambientada en 2015, narra el malestar matrimonial de Jack y Elizabeth, él fotógrafo y profesor adjunto de arte, y ella propietaria de Wellness, una empresa que en su día se dedicó a desmentir las dietas de moda y otros fraudes contra la salud, pero que ahora se dedica a engañar a la gente para que sea más feliz mediante el uso de placebos (su producto estrella es una falsa poción de amor que promete mejorar los matrimonios con problemas).
La vida sexual de la pareja se ha estancado; se han gastado sus ahorros en un lujoso piso en las afueras de Chicago aún sin construir; y se sienten estresados por las dificultades de su hijo Toby, de 8 años, para socializar y controlar sus impulsos.
Se dan todos los ingredientes para una exploración a lo Franzen de El mundo en que vivimos y, al menos durante un tiempo, eso es lo que proporciona el libro. Elizabeth entabla amistad con una madre más joven del colegio de Toby que evangeliza a favor del poliamor; otra nueva amiga lidera un grupo dedicado a la ley de la atracción y a la práctica de manifestar los deseos. Jack discute con su padre sobre las teorías conspirativas del ébola en Facebook y se ve sometido en su universidad a un nuevo régimen en el que el sueldo de los profesores está ligado al grado de interacción que generan en las redes sociales.
El tratamiento que Hill da a las diversas formas de pensamiento grupal contemporáneo raya en la parodia, pero sin llegar a serlo (excepto en el caso del grupo de la ley de la atracción, pues pronto quedan desenmascarados como unos idiotas viciosos y extrañamente moralistas). La novela reproduce en detalle muchos de los aspectos más irritantes de la vida del oficinista de hoy (jerga de recursos humanos y argot técnico exasperantes, psicología del comportamiento insustancial), a veces para burlarse un poco de ella, pero a menudo con aparente seriedad.
“De modo que el cerebro, que sigue funcionando como una simulación del Paleolítico ubicado en lo alto de nuestro mundo del siglo XXI, hace un análisis de costes y beneficios: solo gastará la energía necesaria para curarte cuando esté seguro de que hay energía suficiente, cuando esté seguro de que estás a salvo de cualquier daño”, explica el mentor de Elizabeth.
La disposición de Hill es optimista: si el sueldo de uno se vincula a los éxitos en las redes sociales, la solución es hacerse viral
Después de otra página de lo mismo, Elizabeth deduce: “La sobrecarga de información es el nuevo león hambriento”. Hill cita sus fuentes en una extensa bibliografía al final: páginas y páginas de libros y artículos de divulgación y académicos, desde Sexo al amanecer y Jaron Lanier hasta estudios científicos.
No es tarea fácil convertir tanto material de segunda mano en algo emocionalmente impactante, e intencionadamente o no, la misma psicología pop que Hill examina impregna la lógica propia de la novela. El moralismo de Franzen puede resultar irritante, pero su escepticismo omnipresente le proporciona una base sólida desde la que criticar la cultura sobre la que escribe. La disposición de Hill es fundamentalmente optimista: si el sueldo de uno se vincula a los éxitos en las redes sociales, la solución es hacerse viral.
Sin embargo, al igual que en El Nix, Hill está menos interesado en llegar al fondo del predicamento moderno que en construir una elaborada máquina argumental cargada de trasfondo que, al cabo de centenares de páginas, resolverá todos los problemas de sus personajes con una serie de gratificantes clics.
En ambas novelas, Hill entrelaza el pasado y el presente con precisión militar, revelando el modo en que la historia de sus personajes influye inexorable e inequívocamente en sus vidas presentes. “Cada vida tiene un momento como este, un trauma que te rompe en pedazos nuevos”, escribe Hill en El Nix y su obra lo corrobora invariablemente. Si uno provocó indirectamente que un policía resultara gravemente herido en los disturbios policiales de 1968 en Chicago, que no le quepa la menor duda de que el agente será juez en su caso por lanzar piedras contra un candidato presidencial en 2011.
Las habilidades de Hill son impresionantes, aunque algo desquiciantes. Su obra capta anhelos reales de conexión y comprensión
En Wellness, a pesar de los gestos hacia un análisis más amplio del funcionamiento del mundo (como en la intensa síntesis de la acumulación de riqueza rapaz y racista de la familia de Elizabeth), las vidas de los personajes se rigen casi por completo por coincidencias y malentendidos.
Hill se empeña tanto en unir los puntos narrativos que pierde de vista el desorden de la realidad vivida. En Wellness hay pasajes encantadores que demuestran que es capaz de escribir con claridad e inteligencia, como cuando Jack visita el Instituto de Arte de Chicago y observa detenidamente el Gótico estadounidense de Grant Wood y un lóbrego cuadro llamado La pradera en llamas, “una escena de la pradera de Kansas pintada por alguien que nunca había estado en Kansas, basada en una novela de alguien que tampoco había estado en Kansas”.
Las habilidades narrativas de Hill son impresionantes, aunque algo desquiciantes. Sus novelas captan vívidamente infancias solitarias en el Medio Oeste y anhelos reales de conexión y comprensión. Lo frustrante es que incluso este momento de apreciación artística resulta tener un motivo oculto. El lector siente lo mismo que Elizabeth cuando esta se da cuenta de que está recreando en su matrimonio la tóxica dinámica con su padre. “Qué elegante”, piensa la protagonista. “Qué perfecta y terriblemente elegante”.