Las intelectuales extranjeras en la Guerra Civil: “La neutralidad durante el conflicto no era una opción”

Las intelectuales extranjeras en la Guerra Civil: “La neutralidad durante el conflicto no era una opción”

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Las intelectuales extranjeras en la Guerra Civil: "La neutralidad durante el conflicto no era una opción"

En 'Mañana tal vez el futuro', Sarah Watling recupera la memoria de Gerda Taro, Martha Gellhorn y otras escritoras y artistas que combatieron voluntariamente contra el fascismo en la Guerra Civil española.

25 febrero, 2024 01:32

"En un sentido muy real, la parte más vital de mi vida acabó a la vez que España", dijo en una ocasión Josephine Herbst. Activista y simpatizante comunista, la periodista y escritora estadounidense formó parte de la nómina de escritores, periodistas e intelectuales que, seducidos por el romanticismo del siglo pasado por las causas nobles, viajaron a nuestro país durante los años de la Guerra Civil española para combatir al fascismo.

"No ha vuelto a ocurrir nada tan vital ni en mi vida privada ni en la vida del mundo —continuaba—. Y en un sentido profundo, todo ha sido una imagen superficial desde hace años".

Herbst había llegado a Madrid en 1937. Ernest Hemingway, antiguo conocido de la escritora, había sido el encargado de darle una afectuosa bienvenida en el Hotel Florida, donde también se alojaban las periodistas Martha Gellhorn y Virginia Cowles.

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Al igual que harían Sylvia Townsed Warner y Valentine Ackland, Jessica Mitford o Gerda Taro, ellas habían viajado hasta nuestro país para cubrir el conflicto y formar parte de la resistencia del bando republicano.

"Muchos de nosotros, en todas las partes del mundo, tenemos claro, con mayor certidumbre que nunca, que estamos obligados a tomar partido –había escrito al respecto la poeta Nancy Cunard–. La actitud ambigua, la torre de marfil, lo paradójico, el distanciamiento irónico, ya no sirven".

Fueron aquellas palabras escritas ochenta años atrás, las que terminaron por despertar el interés de la historiadora británica Sarah Watling para escribir Mañana tal vez el futuro (Taurus), el relato de las escritoras e intelectuales extranjeras que combatieron voluntariamente contra el fascismo en la contienda española.

"Me sedujo la idea de escribir sobre la Guerra Civil y el interés que generó fuera de España –comparte durante una entrevista con El Cultural-. "Ya en ese momento yo había perdido cualquier ilusión de romanticismo por cualquier guerra y, de algún modo, me resultaba interesante explorar lo que para muchos se presentaba entonces como algo muy sencillo. Con las agresiones cada vez más claras de los Estados fascistas, muchas personas, se sentían muy frustradas por la inacción de sus propios gobiernos. Cuando Estados Unidos o Francia no apoyaron de manera eficiente a estas democracias, muchos intelectuales pensaron que había llegado la hora de pasar a la acción personalmente".

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Fue el caso de Cunard, continúa. "Esa idea que ella plasmó al llamar a los escritores a pronunciarse me pareció muy clara. La neutralidad, como ocurre ahora, no era una opción. Me sonaba como algo muy contemporáneo. A veces, ante situaciones extremas, los retos colectivos que tenemos que enfrentar son tan relevantes que nadie puede sustraerse a participar y decidir. Y, claramente, Nancy pensaba que los intelectuales y los artistas tenían una responsabilidad muy específica dentro de ese contexto", explica.

La labor de la escritura: tomar o no partido

En Mañana tal vez el futuro, la escritora investiga a partir de diarios, cartas, manifiestos y documentos, sobre estas mujeres que quedaron a la sombra del activismo de otros autores como John Dos Passos, George Orwell, Robert Capa o el propio Hemingway.

Cunard fue solo la punta del hilo que fue desmadejando. "Me sorprendió la cantidad de mujeres que viajaban a España en esa época de las que nunca había oído hablar, y la cantidad de pensadoras que ya conocía que vieron sus vidas y obras afectadas por esta guerra de una forma que ni sospechaba".

»"Cuando pensé en el título para el libro decidí intencionadamente no poner la palabra mujeres, porque no era un libro sobre ellas, es un libro sobre la solidaridad, el arte y la política en la década de los 30. El hecho de que haya tantas mujeres no tiene un significado fundamental. Normalmente, cuando se escriben libros sobre guerra donde solo se habla de hombres a nadie le llama la atención, y quería demostrar que se puede relatar la historia de un acontecimiento muy importante y contactar con las grandes cuestiones de la época sin dejar de lado a estas intelectuales".

Entre las mujeres que componen este mosaico de nuestra Historia, llama la atención el nombre de la autora de Orlando o Las olas, que nunca llegó a viajar a España durante la contienda. Sin embargo, "a Virginia Woolf le tocó más de cerca la Guerra Civil española de los que mucho creen", argumenta la escritora.

Particularmente por la muerte de su sobrino Julian Bell, que perdió la vida en la batalla de Brunete donde participaba como conductor de ambulancias del bando republicano. "Woolf sentía remordimientos porque no había logrado convencerlo de que lo mejor que podía hacer como escritor era quedarse en casa y escribir. Después de aquello, ella asumió esa labor en su nombre".

Martha Gellhorn y Ernest Hemingway, China, 1941. Foto: Wikipedia.

Martha Gellhorn y Ernest Hemingway, China, 1941. Foto: Wikipedia.

Quizás porque, como explica Watling, la década de los 30 fue un periodo que obligó a los escritores a reconsiderar su propia función. "Los chicos de la generación de Julian, que habían pasado por la depresión económica y habían visto florecer el fascismo en Europa y el comunismo en Rusia, estaban convencidos de la necesidad de participar de una manera tangible. Mientras que la generación anterior, a la que pertenecía su tía, estaba convencida de que la responsabilidad del escritor era dar un paso atrás y contemplar la perspectiva desde fuera para participar activamente en el pensamiento. Luchar así contra el autoritarismo, que trataba de limitar precisamente ese espacio intelectual".

En otras palabras, al contrario que Nancy Cunard, a quien le parecía que aquel era el momento de la acción, a Woolf "le parecía que había que aferrarse al oficio de escribir para poder organizar el pensamiento a nivel político".

Sin embargo,"ambas posiciones procedían de un concepto muy similar de lo que era el artista o el escritor. Ambas consideraban que el artista se conectaba de manera simbiótica con todo lo que le rodea y no podían evitar sentirse afectadas por las crisis del momento que les había tocado vivir".

La objetividad o la verdad

Tampoco Gellhorn y Herbst vivieron el conflicto de igual manera. "A Josephine le resultaba mucho más conocida la política radical de su época. Ella entendía bien que la literatura es la herramienta que nos permite dar sentido a la experiencia, y vino a España con la esperanza de confirmar su propia visión sobre el radicalismo y la revolución. Sin embargo, la realidad con la que se encontró fue mucho más complicada de lo que esperaba. Fue un descubrimiento casi paralizador", cuenta Watling. 

“Me estoy endureciendo tanto —se puede leer, por su parte, en una de las entradas del diario de Gellhorn— que me olvidé del proyectil de esta mañana, que pasó rozando la casa de la esquina y entró en el cuarto piso de un apartamento de la Gran Vía. Mató a un niño de 14 años e hirió a dos adultos. Yo me estaba lavando los dientes, lo oí y seguí a lo mío”.

Al contrario que a Herbst, a ella no le interesaba la ideología. "Ella asumió un bando y decidió trabajar por esa causa y, en ese sentido, le resultó más fácil porque no necesariamente estaba escribiendo sobre algo que pudiera perjudicar a la causa que había adoptado. Martha personificaba ese reto que tenían los periodistas en la década de los 30, obligados a informar sobre la muerte de la prensa libre y a cuestionarse el principio de la objetividad en el periodismo. Para ella, el principio de la objetividad estaba supeditado al principio de la verdad, porque opinaba que cuando ocurrían las atrocidades que había presenciado en Madrid, asumir una posición objetiva resultaba deshonesto".

Ambas huéspedes del famoso Hotel Florida, también vivieron su experiencia de forma ligeramente distinta a sus homólogos hombres. "Estas mujeres estaban muy motivadas con esta idea de la solidaridad internacional, llamaban compañero y compañera a personas que en el fondo tampoco tenían mucho en común con ellas, y esto también significa que trataban de camaradas a hombres que no necesariamente las percibían como iguales"

»"Ellas tuvieron que decidir cómo abordar el hecho de que por ser mujeres se les viera o se les tratara de una determinada manera que pudiera hacerlas sentir insignificantes de cara a los grandes acontecimientos de la época. A muchos les parecía inapropiado que Gellhorn visitara las oficinas porque podía ser una distracción, pero al mismo tiempo sentían que su presencia podía ser no solo un consuelo, sino también un alivio para estos hombres".

La burbuja del Hotel Florida

El Hotel Florida, conocido como el hotel de los corresponsales, se había convertido entonces en residencia de periodistas, escritores e intelectuales extranjeros que, entre crónica y crónica, continuaban con su vida a pesar de la guerra.

"Hay relatos muy evocativos de Herbst que nos hablaban de ese día a día. A Hemingway, por ejemplo, no le faltaba de nada, además tenía un criado que vivía con él allí. Ella cuenta que cuando se sentaba en el vestíbulo le llegaban los aromas de los copiosos desayunos de Hemingway, que solía ser muy generoso y compartir lo que tenía con sus conocidos".

Aquello, claro, a Josephine le parecía inadecuado en un contexto como aquel, donde su  círculo vivía ensimismado en su propia burbuja. "Por supuesto, todas querían estar en Madrid y que se les viese ahí. Tampoco se quedaban mucho tiempo, casi les faltaban pies para salir de la capital y empezar a visitar pueblos y ciudades más pequeñas. En el caso de Herbst su idea de lo que era realidad y lo que era literatura venía también de su formación política, ella quería acercarse más a las comunidades menos relucientes. En las ciudades, en las grandes zonas donde todos querían estar porque era donde está toda la ebullición, era más fácil perder la fe en la causa".

Milicianas, Gerda Taro (1936).

Milicianas, Gerda Taro (1936).

En cuanto a Taro, añade, tampoco existen muchos documentos fiables. "Lo que sí parece claro es que cuando estaba con Capa las decisiones que tomaba eran menos arriesgadas. Era una mujer muy valiente, motivada por la lucha contra el fascismo, pero también quería demostrar su valor como fotógrafa independientemente de con quién estuviese. A la larga, como ya sabemos, eso la llevó a muchas situaciones peligrosas".

Acostumbrada a exponerse al peligro y a llegar a zonas de combate para tomar las mejores fotografías, Taro falleció por un trágico accidente de coche durante el repliegue del ejército republicano.

La victoria del tiempo

Pero ellas no son las únicas. Entre las historias de Mañana tal vez el futuro, Watling recuerda también a las hermanas Mitford y su enemistad ideológica, a Simone Weil y su accidente con una sartén de aceite hirviendo mientras huía de un bombardeo enemigo, o a las poetas Sylvia Townsend Warner y Valentine Ackland, unidas sentimentalmente.

"Lo maravilloso de esa relación —cuenta la historiadora— es que he podido leer las cartas y poemas que se dedicaban mutuamente, donde dejan claro que ambas eran muy conscientes de que vivir ese momento revolucionario en Barcelona las liberaba a ellas también como personas y pareja. Eso demuestra que estos grandes momentos históricos no solo tratan de lo público sino que todo se manifiesta, también, a nivel íntimo y personal".

En cualquier caso, solo algunas de ellas regresaron a España tras el fin de la contienda. Es el caso de Cunard, que cruzó las fronteras varias veces durante la dictadura para ayudar a los pequeños grupos de resistencia que aún sobrevivían.

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"Cruzaba de manera clandestina. Aquello fue una forma de mantener la fe en la causa republicana, pero al mismo tiempo fue devastador para ella ver que las cosas seguían estando tan mal o peor a como al principio".

También Martha Gellhorn, que había expresado anteriormente su deseo de que no había nadie en el mundo al que quisiera ver más muerto que a Franco, regresó. “Vivió lo suficiente para poder ver la España después de Franco. Cuando oyó la noticia de su fallecimiento, se subió a un avión, pero su primera reacción fue de absoluto enfado, al ver en su hotel a algunos huéspedes acomodados con lágrimas en los ojos viendo el funeral por televisión. Le ofendió profundamente comprobar que en aquella España solo había un tipo de héroe, todos los que ella recordaba habían quedado borrados para la historia”.

“Es impresionante ver cómo el final de esta guerra afectó personalmente a todas estas mujeres que más tarde escribieron que quedaron emocionalmente destrozadas. A Gellhorn, por ejemplo, el fin de la guerra le condujo a una crisis de fe. Donde había vivido su vida más intensamente fue en España. Durante el conflicto de alguna manera sintió que podía hacer lo correcto a través de su escritura. Y cuando se dio cuenta de que lo que había escrito no había ayudado a la República, perdió la fe y se sintió algo culpable porque, para ella, aquella experiencia había sido muy útil, pero había logrado muy poco para los demás”, concluye.