Gabriela Cabezón deconstruye a Catalina de Erauso, la monja alférez que se hizo pasar por un hombre
La novela, cargada de violencia, parte de una biografía histórica para indagar en interrogantes actuales como la conflictiva identidad de género.
18 diciembre, 2023 01:37Las niñas del naranjel se cierra con una nota de ‘Agradecimientos’ que Gabriela Cabezón (San Isidro, Argentina, 1968) aprovecha para compartir con entusiasmo el curiosísimo, por diverso, abanico de influencias que planean sobre su novela. Entre ellas, me llama la atención que mencione al director de cine animado Hayao Miyazaki, ese genio.
Mientras recorría las páginas anteriores jamás se me pasó por la cabeza semejante parentesco cuya revelación, sin embargo, encaja enseguida e ilumina de golpe numerosos matices: la ternura persistente asomando entre violencias múltiples, los juegos infantiles y animales, la naturaleza que se agita en amalgama como un enjambre mágico…
Pero más allá de todo esto, si me sorprende topar con Miyazaki es porque, a priori, parecería impropio que su emotividad ecologista resuene en una narración tan cargada de ejecuciones brutales y violencia. Pues lo hace, desde luego, sin que esta convivencia entre ingredientes extremos quiebre jamás la coherencia del conjunto. He aquí un ejemplo de la ductilidad creativa que caracteriza a Cabezón.
Aunque cuidado, porque las jugarretas más heterodoxas de la autora se deslizan sin hacer ruido. Por ejemplo, la estructura de Las niñas del naranjel, si bien eficacísima y elaborada, aparenta casi rigidez a primera vista: su fórmula consiste en que una carta en primera persona se alterna rigurosamente con dos relatos cronológicamente consecutivos, estos en tercera persona, que confluyen para sellar el destino de la protagonista.
Pocas sorpresas nos esperan por aquí. Pese a abundantes licencias, el personaje se identifica con una figura histórica, Catalina de Erauso, la monja alférez, que escapó de un convento vasco a principios del XVII para vivir mil aventuras haciéndose pasar por hombre (¡y de los recios!). De su mano, Cabezón nos transporta a territorios más que reincidentes en la literatura latinoamericana: la colonización criminal y la selva como divinidad multiforme. Para rematar la engañosa sensación inicial de “predecibilidad”, el relato adopta con descaro las hechuras de una típica novela picaresca: what else?
Alegato antiimperialista y fábula ecologista, la novela funciona mejor cuanto más libre se siente la autora
Pero a medida que la lectura avanza, empezamos a detectar múltiples insolencias. Un tipo habla en argentino de 2023; otro reniega con las mismas expresiones que mi vecino español utiliza en el bar; escuchamos guaraní; saltan chistes modernos… Por su parte, aquella estructura tan mecánica (carta, selva y cuartel combinadas siempre en el mismo orden) demuestra no serlo tanto, con su capacidad para saltar de una visión animal a otra humana, de lo lírico a lo tosco, etc. Son evidencias formales de una ambición desobediente connatural a la autora.
Porque Las niñas del naranjel convierte una peculiar biografía histórica y ciertos rasgos canónicos de la novela española y latinoamericana en dos conductos para indagar en interrogantes actuales que exhiben un sello propio, medio ambiguo medio irresuelto. El más evidente apuntaba a ser la conflictiva identidad de género de Catalina/Antonio, pero Cabezón desborda el asunto integrándolo en un discurso multiespecie que desdibuja las fronteras, no ya entre los arquetipos culturales del binomio masculino/femenino, sino entre todas las formas de vida del planeta.
Mientras fue una niña protegida por su poderosa tía, Catalina/Antonio creyó gozar del privilegio (pero ¿lo es?) de “tener un solo nombre y no guardar más secreto que las ganas de irse”; años después, con incontables imposturas y crímenes a sus espaldas, en el final que esta novela inventa para ella, la convivencia con dos niñas, dos caballos y un perro en medio de la selva le revelará a la protagonista que toda vida es un tejido de múltiples raíces expandiéndose alrededor.
Alegato antiimperialista y fábula ecologista simultáneos, la novela funciona mejor cuanto más libre se siente la autora… Es decir, casi siempre.