Las cartas de John le Carré, el enemigo de los críticos: "Yo tendré mi libro, y ellos sus opiniones amarillistas"
'Un espía privado' muestra en cierta medida la cara oculta del escritor, aunque tenía "el don epistolar de escribir mucho y decir poco". Lo más conmovedor, cuando él y su mujer padecieron cáncer durante la pandemia.
6 noviembre, 2023 01:06John le Carré receló desde el principio de la atención. Se apartó con estilo del caos político y literario en el mundo. Solía guardar un silencio digno en su apartada casa de Cornualles, en Inglaterra, a horas de distancia de cualquier lugar. Concedía pocas entrevistas. Prefería que fueran sus libros los que hablaran.
Salvo contadas excepciones, Le Carré (1931-2020) tampoco se metía con los críticos. “No hay tipo más tonto que el escritor que se queja de sus críticos, y yo no puedo ser uno más”, escribía en una carta de 2004, una entre los centenares que recoge este atractivo y voluminoso libro, Un espía privado. Las cartas de John le Carré.
Sin embargo, en otra parte de su correspondencia vemos que su sensibilidad era fácil de herir. Cuando en 1963 apareció su novela revelación, El espía que surgió del frío, leemos en sus cartas que las críticas fueron buenas, con la excepción de “algún simio ignorante” que la censuró acremente en Times Literary Supplement.
Cuando le llegó el éxito, temía exponerse a las críticas porque era “demasiado rico, demasiado pretencioso, demasiado todo lo demás”, además de “demasiado desenvuelto, demasiado joven y demasiado capaz”.
Su lista de enemigos llegó a incluir a Tina Brown y Norman Rush, escribe Tim Cornwell, editor de este libro y difunto hijo del autor. Pero Le Carré sentía un desprecio especial por Clive James, que se ensañó con él en varias reseñas, incluida una de 1977 en The New York Review of Books que empezaba así: “La nueva novela de Le Carré es más o menos el doble de larga de lo que debería ser”. El autor acusaba en privado a James de “llevar a cabo una venganza personal”.
Cuando su novela Single & Single estaba ya a punto de salir, se quejaba en una carta de 1998 a un amigo sobre lo que esperaba de la prensa británica: “El Times se la dará a su hombre de las novelas de suspense, el Observer la destrozará porque he sido Le Carré durante demasiado tiempo, y el Guardian se negará a tratarla como una novela y –véase la última vez– se la dará a uno de sus periodistas de investigación política incapaz de leer sin mover los labios a menos que lea algo escrito por él mismo. Por otra parte, yo tendré mi libro, y ellos tendrán sus opiniones amarillistas”.
A uno de sus hijos, también escritor, le dio este consejo: “Solo tienes que presentarte en el gimnasio a la mañana siguiente y comportarte como si nadie te hubiera fulminado el día anterior. Y la verdad es que no hay nadie mirando, ni escuchando”. Los momentos así son importantes porque las veces en que Le Carré, en su correspondencia, baja la guardia son contadas.
Un espía privado no es –¿cómo decirlo suavemente?– un gran libro de cartas. Si Le Carré tenía amigos íntimos, aquí brillan por su ausencia. Su tono es campechano, pero también cauteloso y diplomático. Mantiene a casi todo el mundo a una distancia prudente. Tiene el don epistolar de escribir mucho y decir poco.
Una carta típica decía, independientemente de a quién estuviera dirigida, algo así como: “Gracias por X, el tiempo aquí es tormentoso. Y, estoy inmerso en una nueva novela así que no puedo hacer lo que me propones; tengo Z proyectos cinematográficos, no puedo decidir si Alec Guinness o Gary Oldman es el mejor Smiley, ven a visitarnos”.
El editor elude la cuestión de si John Le Carré quería o no que se publicaran sus cartas. El escritor las seleccionó, y eligió cuáles archivar. También quemó muchas. Las redactaba a mano, por las tardes, después de escribir ficción por la mañana y dar un paseo al mediodía.
La mayoría de los titulares sobre Le Carré, desde su muerte, han estado dedicados a sus aventuras extramatrimoniales. Fue lo bastante prudente como para destruir la mayoría de las pruebas, pero en el libro hay unas cuantas. En 1994, cuando tenía 62 años, escribió a una mujer: “Espero que cuando nos veamos estés perfecta y adecuadamente vestida, con joyas, las uñas todo lo largas que puedas y como mínimo un rubí en el ombligo, que te quitaré con los dientes”.
En su epistolario no escribió sobre el trabajo que realizó al principio de su carrera para el servicio secreto. Pero hay cartas a algunos de los hombres que inspiraron sus personajes, y hay respuestas a espías que, envidiosos de su éxito, recurrieron a él para que les ayudara a convertirse también en escritores.
Hay detalles memorables. A Le Carré le gustaban los coches de alquiler de Avis, y proponía que los malos de sus novelas alquilaran en Hertz. Odiaba a Trump y el Brexit, llamaba a Tony Blair “pequeño fanfarrón mendaz” y a Boris Johnson “un patán etoniano”. Cambiaba a menudo de editor y de editorial porque necesitaba gente nueva y con ganas de trabajar con él.
Sus ideas políticas evolucionaron hacia una especie de socialismo de color rosa pálido; sin embargo, sus modales eran conservadores. Tenía la clase de reticencia y modestia extremas que suelen constituir la fachada de un ego titánico.
Le Carré y su mujer, Jane, tenían una casa de invitados en su propiedad, y las cartas a los futuros visitantes merecen la pena. Les dejaba aparcado un pequeño Volvo para su uso. Les explicaba cómo utilizar la piscina cubierta. Esperaba que se entretuvieran solos hasta que él terminara de escribir.
El único momento en que estas cartas calaron en mí fue al final. Tanto Le Carré como su mujer padecieron cáncer durante el encierro por la covid, y escribió en un e-mail: “Aquí estamos totalmente aislados, pero se podría decir que lo hemos estado 50 años, así que ¿qué más da?”.
Qué momento para morir, decía, con el mundo yéndose al infierno. “Es la sensación de hundirse con un barco que se va a pique, tripulado por lunáticos y adictos al desastre”, afirmaba. “¿Cómo hemos llegado hasta aquí en tan poco tiempo?”. Hubo llamadas médicas por Zoom, y muchos hospitales. Su matrimonio sobrevivió a las infidelidades. Poco antes de morir escribió: “Estoy a punto de cumplir 90 años, ocho más que Jane, llevamos medio siglo casados y nunca hemos estado más unidos”.