¿Teórico literario? ¿Crítico de la cultura? ¿Filósofo? Ciertamente, George Steiner (1929-2020), Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2001, fue una figura intelectual difícil de clasificar dentro de la teoría literaria del siglo veinte. Es más, fue en esta “tierra de nadie” donde desbrozó con gran finura, aunque también con insolencia, un espacio particularmente intempestivo de lectura y magisterio.
No se puede negar, en cualquier caso, el ambicioso carácter de casi todas sus propuestas. Desde obras como Lenguaje y silencio (1958) o Antígonas (1986) hasta sus últimos ensayos, si por algo se distinguió siempre fue por construir un discurso eminentemente híbrido, contaminante, ajeno a las ordenaciones y etiquetas convencionales.
Un crisol de lecturas y de reflexiones interdisciplinarias del que tal vez sea en gran medida responsable una biografía cuando menos agitada: hijo de judíos austríacos, nacido en Francia, Steiner emigra a los Estados Unidos poco después, iniciando una carrera intelectual jalonada de diversas estancias académicas en universidades tan prestigiosas como Chicago, Oxford, Princeton o Ginebra. De ahí que el carácter “anómalo” de su obra –no es casualidad que precisamente Errata sea el título de su autobiografía– brille con mayor intensidad en toda posible tarea de traducción de lenguajes y disciplinas aparentemente inconmensurables.
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No es así fruto del azar que el gran intempestivo de la crítica literaria mantuviera una conversación a lo largo de más de quince años con quien para muchos fue su heredero natural, el ensayista italiano Nuccio Ordine, recientemente fallecido y también Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2023.
¿La condición de Steiner? Que sus confesiones vieran la luz únicamente tras su muerte. En este volumen, testimonio póstumo de una profunda amistad entre ambos, el amor por los clásicos, la pasión por la gran literatura y el papel pedagógico de la literatura para el futuro humano constituyen los temas de un intenso diálogo nutrido durante más de quince años, en donde Nuccio Ordine tuvo además “el privilegio” de acompañar la última fase de aislamiento voluntario de George Steiner.
El amor por los clásicos, la pasión por la gran literatura y el papel pedagógico de la literatura son los temas centrales de su diálogo
Antes de morir, Ordine pudo reunir en este pequeño libro la entrevista póstuma y cuatro conversaciones publicadas en el Corriere della Sera a lo largo de los años. “Es una manera de salvar del olvido pensamientos que, expuestos en las páginas de un periódico, no habrían podido evitar el habitual destino de la obsolescencia”.
Si como alguien dijo, el humanismo tiene mucho que ver con mandar cartas de amistad en la distancia, esa “santa unión”, que encuentra en la conversación y la comunicación entre dos personas “su más alto alimento”, este breve libro nos permite presenciar su sofisticada puesta en práctica. Así, escribe Ordine, “el amigo ausente estará siempre a nuestro lado como una presencia invisible y continuará hablándonos a través de las páginas de sus libros o de los recuerdos compartidos”.
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El retrato que el lector termina teniendo de este gran y quizá último humanista desvela un ser que ya no necesita esconder sus fragilidades y sus frustraciones. Steiner se muestra no pocas veces desnudando sus secretos más íntimos o reconociendo sus limitaciones existenciales. Ecce Homo. Asimismo, que en el retrato del apátrida, Ordine subraye su papel como saboteador de las normalizadoras divisiones disciplinarias de trabajo, tampoco es extraño. No en vano Steiner aparece como un “huésped incómodo” que habitó entre diferentes mundos, el judaísmo, la literatura y la vida, de un modo extraordinariamente productivo.
En un mundo aceleradamente marcado por ese nihilismo que Nietzsche perspicazmente denominó como “el más inquietante de todos los huéspedes”, Ordine destaca como la filosofía vital de Steiner encontró su genuino centro de gravedad precisamente en esa idea de buen huésped. No es casualidad que en el diálogo se insista en la necesidad de seguir apostando por el ideal de una gran Europa: ese crisol de culturas que invita al intercambio, la contaminación y el diálogo.