Trancurridos los compases iniciales de una conversación con Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967), pudiera parecer que el autor de El secreto de sus ojos, novela brillantemente adaptada al cine por Juan José Campanella, merodea demasiado en torno al quid de la cuestión con el objeto de no decir exactamente lo que piensa. Nada de eso. Es cierto que el escritor, que se encuentra en España promocionando su nueva novela publicada en Alfaguara, Nosotros dos en la tormenta, despacha sus respuestas con calma, que abunda en digresiones... pero siempre encuentra una respuesta contundente y un ángulo genuino.
El caso que nos ocupa en esta obra es una etapa poco conocida en la historia de Argentina. Se trata del año 1975, cuando un puñado de organizaciones revolucionarias pusieron en jaque el gobierno de Isabel Perón, la última esposa del mítico dirigente Juan Domingo Perón, que acababa de fallecer. Como es habitual en su literatura, Sacheri bucea en lo más profundo de la condición humana para desentrañar la psicología de unos personajes que en aquel momento no imaginaban estar en los preámbulos de la dictadura de Rafael Videla, cuyo golpe militar acabó con el peronismo, un movimiento que aún se resiste a desaparecer.
"El peronismo nació claramente en la derecha, en los 60 y los 70 [Juan Domingo] Perón convenció a los Montoneros de que era un líder de izquierdas hasta que regresó al poder y los desilusionó, en los 90 se volvieron neoliberales con Carlos Menem y en los 2000 se reinventó de izquierdas con los Kirchner. Y es muy probable que si en octubre gana Javier Milei, consigan volver a reinventarse desde la derecha". Este es el retrato, tan luminoso como demoledor, que Sacheri hace de la corriente política más trascendental en la historia reciente de Argentina. Pero no es, ni mucho menos, su consideración más rotunda.
[Eduardo Sacheri: “Convertir Argentina en una democracia fue una tarea titánica”]
Pregunta. Esta novela, de más de 450 páginas, llega poco más de un año después que El funcionamiento general del mundo. ¿Cuándo se gestó?
Respuesta. En general, no soy capaz de escribir dos novelas al mismo tiempo, pero sí puedo estar en la escritura de una y en la investigación de la otra, si es que lo necesita. En el caso de esta, sí me llevó mucho trabajo documental y testimonial. Las organizaciones armadas y revolucionarias de mi país casi no han tenido lugar en la ficción (casi no hay películas), pero sí hay mucho trabajo académico. Estuve leyendo muchísimo, teniendo entrevistas con exmiembros, víctimas, familiares de víctimas… Esto transcurrió en paralelo a la escritura de El funcionamiento general del mundo.
P. Efectivamente, esta es una etapa mucho menos conocida de Argentina, al menos desde fuera de España. ¿Por qué le interesaba esa época? ¿Cuáles son los elementos dramáticos más interesantes que atisbaste antes de emprender la narración?
R. La argentina actual, que comprende 40 años de vida democrática, tiene un sinnúmero de dificultades de tipo económico, pero hay algo que solo corresponde a aquellos años: la naturalización completa de la violencia como herramienta política. Además de lo que hacen estos jóvenes revolucionarios, el gobierno institucional de Isabel Perón (el que gobierna en 1975) tiene exactamente la misma actitud. De hecho, genera una estructura parapolicial, la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), desde un ministerio en el que se dedican a amenazar y matar a gente de izquierdas.
Además, los sindicatos obreros, que son muy de derechas en la Argentina de esa época, tienen brazos armados para acometer sus disputas. Por no hablar de la policía y sus acciones ilegales o el ejército, que se disponía a dar un golpe militar. Son distintos actores políticos que pensaban que la violencia era lo más normal del mundo. Me interesaba, entonces, profundizar en esto y en los grandes ausentes de la Argentina posterior: las organizaciones guerrilleras. Porque el peronismo seguirá existiendo (de hecho sigue gobernando hoy en Argentina), los sindicatos también, las Fuerzas Armadas… pero ellos no.
Aquellos revolucionaros creyeron que aquel momento sería el de su triunfo inminente, tanto que 1975 es su año más activo, el más fecundo en acciones violentas, en operaciones exitosas, en cantidad de miembros... Se sentían a un paso del éxito. Probablemente ese optimismo era desmesurado, pero me resultó muy fértil acudir a esa época para ver el presente y el futuro del país.
P. La recreación de la violencia en esta novela es mucho más explícita que en la anterior.
R. Es que me parecía imprescindible. Si no, habría sido como contar una historia de fútbol sin hablar del balón. En todo caso, traté de narrar todas las escenas violentas de la manera más neutra: evitar la adjetivación y el énfasis en el estilo del discurso: si acaso, que el lector lo pusiera. También me parecía peligroso construir estereotipos: ni el militante revolucionario-heroico-romántico que solo dispara cuando le disparan ni máquinas de matar que solo querían tomar el poder.
P. Precisamente advierte de que, aun tratándose de un contexto real, los hechos y los personajes son ficticios. ¿Cómo construye el carácter de estos? Da la impresión de que la idiosincrasia argentina impregna a todos ellos.
R. Sí, quería construirlos a partir de esa diversidad, porque no creo que ninguno se convirtiera en guerrillero el 100 por ciento del tiempo. En realidad, nadie es nada el 100 por ciento del tiempo. Además, ellos no están en el frente de batalla de un ejército a 2.000 kilómetros de su hogar, sino que el tipo de guerra revolucionaria en la que se involucran es más cotidiana. También la propia época es determinante. Por ejemplo, el paso a la clandestinidad era traumático, pues no dejaban de ser gente muy joven que, a pesar de tener ideales muy establecidos, no tenían nada fácil cortar con la familia, los amigos, el barrio…
Otra cuestión esencial es que ellos no saben que al año siguiente llegaría una dictadura que los iba a destrozar. Leí sus documentos porque me importaba reconocerlos, no para idealizarlos o empatizar con ellos, sino para conocer cosas como los sacrificios que estaban dispuestos a hacer o a imponer y la realidad que imaginaban a la vuelta de la esquina.
Hace 40 años que nos gobiernan los que elegimos, así que la culpa de cómo estamos es de los argentinos
P. En este sentido, es muy interesante la compasión que muestra hacia sus personajes: jóvenes que no terminan de entender bien nada, dirigentes que a menudo incurren en torpezas... Parece una metáfora de la historia reciente de Argentina, por momentos un poco disparatada. ¿Esa compasión es también un ejercicio que se extrapola a todos sus compatriotas argentinos? ¿Cree que Argentina y su gente son mejores que lo que dice su historia?
R. No (risas). Una cosa es ser compasivo y otra… (risas). Me parece importante que cuando construimos un personaje o conocemos a una persona seamos compasivos: no apresurarnos a juzgarla e intentar comprender sus razones. Sin embargo, una cosa es la compasión y otra la exculpación. Así como estos jóvenes asumieron la responsabilidad de lo que hacían, la Argentina actual no puede no asumir la responsabilidad de lo que es.
Para comprenderlo, diremos que estos jóvenes luchaban contra una pobreza que hoy representa el 10% de la pobreza actual en Argentina. Ni siquiera esos personajes podían imaginar que Argentina se habría conducido tan mal, teniendo en cuenta su potencial económico. Hace 40 años que nos gobiernan los que elegimos, así que la culpa es de los argentinos. No viene ningún marciano a convencernos de que cometamos los errores que cometemos.
P. Considera, por tanto, que la lucha revolucionaria no fue en modo alguno determinante para el futuro del país…
R. No creo que lo fuera. Y después no cosechó una reivindicación posterior porque el kirchnerismo solo los reivindicaba romantizados y desarmados. Como si fueran jóvenes revolucionarios que luchaban por la democracia. Y no: eran jóvenes revolucionarios cuya idea de democracia no era la republicana burguesa. Más bien querían voltear este sistema. La lectura del kirchnerismo es muy parcial y los excombatientes con los que he conversado no la agradecen.
El peronismo tiene una capacidad gigantesca para obtener y conservar el poder. Sus pendulaciones obedecen al ritmo de los tiempos
P. ¿Cree que la etapa de Isabel Perón como presidenta ha ensuciado la imagen del Peronismo?
R. Te diría que es al revés: el Peronismo ha logrado que Isabel Perón sea una desconocida. Por cierto, creo que todavía vive y está aquí en Madrid. El peronismo tiene una enorme capacidad para pendular en su estrategia, para perdurar como opción política y para reescribir simbólicamente su presente y su pasado.
P. ¿No tiene ideología?
R. Lo que creo que tiene es una capacidad gigantesca para obtener y conservar el poder. Sus pendulaciones a derecha e izquierda obedecen al ritmo de los tiempos y de las modas que surgen fuera de Argentina.
P. En todo caso, ¿el de Isabel Perón fue el momento más aciago del peronismo?
R. Sí, porque acababa de morir Juan Domingo Perón y el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronista era salvaje, sangriento, cotidiano y callejero. Solo te lo podría comparar con el momento actual, donde el peronismo gobierna, la situación económica está totalmente desquiciada y pueden perder las elecciones, pero es cierto que ahora no tiene ese contenido de violencia.
El enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronista era salvaje, sangriento, cotidiano y callejero
P. En Argentina siguen resonando las desapariciones de la dictadura de Videla. ¿Una película tan relevante como Argentina, 1985 contribuye a cerrar heridas o a destaparlas?
R. Esta película tuvo la infrecuente virtud de señalar lo que el gobierno de Raúl Alfonsín hizo en relación a la violencia de la dictadura contra los derechos humanos. En este sentido, te diría que fue una novedad, porque el kirchnerismo se apropió en exclusiva de la lucha contra la dictadura, como si en los casi veinte años iniciales de la democracia no hubiera pasado nada, cuando el juicio contra las juntas militares fue ordenado por el primer y muy frágil gobierno constitucional.
A mí no me parece mal que se siga hablando de esto, pero en general creo que nadie puede decir: “Esta discusión está saldada”. De hecho, precisamente quien dice “de esto no se habla más” está creando un espacio de silencio que alguien va a ocupar. Y no lo van a ocupar los más razonables. Yo puedo entender la voluntad de no discutir sobre cierto asunto, de no estancarnos en esto, pero no cuando viene de la imposición. Con la palabra sucede lo mismo que con el poder: no queda vacante.
Si las personas más razonables abandonan ese espacio, los que entran a hablar son los menos razonables. Y cuando te quieres acordar, la conversación se ha convertido en un intercambio entre salvajes. ¿Qué vas a decir ahí? Las reacciones por oposición suelen ser exacerbadas e irracionales, y no deberíamos permitirnos perder la calidad de nuestras discusiones. Esto pasa en todas las democracias occidentales, pero no estoy hablando de España (risas).
['Argentina 1985': gran película sobre los juicios contra los militares golpistas]
P. Pues hay analogías muy evidentes. España se sigue escandalizando cuando alguien revisita el pasado. En esta ocasión ha sido a propósito de una entrevista de Jordi Évole al exetarra Josu Ternera que se ha estrenado en el Festival de San Sebastián. En su obra, aunque se trata de una ficción, también son unos pistoleros que matan por ideología los que ocupan el centro del relato. Al leer Nosotros dos en la tormenta ha sido inevitable recordar esta polémica, a pesar de las características que distancian a una y otra obra.
R. Entiendo los pruritos y entiendo los temores, pero trato de ir un paso más adelante. Silenciar las cosas no las soluciona, sino que las empeora. En el silencio impuesto quedan larvadas dificultades que germinarán peores. Del mismo modo, no creo que el diálogo no incluya problemas. Además, no cualquiera es bueno conversando y poder conversar de todo tampoco significa poder decir cualquier cosa. Mucha gente confunde esto. Y es que algunas de las cosas van a impactar directamente en la emocionalidad del otro, y donde hay una ofensa ya no se puede hablar más.
En relación a tu ejemplo, el silencio que se reclama para ese documental en el fondo agranda la polémica. Y no faltará el que desee ver el documental para encontrarse con el héroe silenciado. ¿La buena salud del conspiracionismo no tendrá en parte que ver con los excesos de nuestra corrección política? Pienso que quizás por negarnos a hablar con este animal terminamos generando un aura de perseguido, víctima o héroe que hace daño a las cosas en las que creemos. Es complicado.
P. Uno de los personajes de su novela no está absolutamente convencido de la lucha en la que se halla inmerso. ¿Las ambiciones libertarias languidecen cuando uno madura?
R. A mí me caen muy mal todos los fanatismos porque siento que prescinden del tiempo. Yo creo que está bien que uno ame lo que ama y crea en lo que cree, pero está bien también que deje una ventana abierta para ver que dentro de veinte años, si está vivo, va a haber cambiado. Si yo dentro de veinte años sigo queriendo, creyendo y haciendo lo mismo, no he crecido en ninguna dirección. No creo que los sueños sucumban, pero está bien reemplazarlos, modificarlos o reinterpretarlos. Soy mucho más partidario de la flexibilidad que de la certeza.
P. Y personalmente, ¿cómo lo lleva? ¿Las ilusiones se resienten cuando se hace uno mayor?
R. Lo triste de envejecer es que se acerca la muerte, con eso tenemos bastante. Nos roza a través de nuestros mayores, de nuestros colegas… Se vuelve una inminencia. No creo que uno no pueda tener sueños nuevos, pero están condicionados por la certeza de que nos vamos, cosa que cuando uno es joven sabe pero no piensa.
En el fútbol femenino se nota mucho la diferencia entre sociedades donde la mujer tiene una situación bastante más igualitaria
P. La última vez que hablamos por su anterior novela, hace un año y medio, Argentina no había ganado el mundial. ¿Cómo fue aquella victoria para alguien tan futbolero?
R. Fue estupendo porque nadie lo esperaba. Para los que tenemos cincuenta y pico y tenemos hijos, ver cómo la selección avanzaba a través de sus ojos y pensar que podían salir campeones del mundo, que a tus hijos les podía pasar lo mismo que ya te sucedió a ti —fue testigo, además, de las victorias de 1978 y 1986— se mezclaba con una sensación que a menudo no se tiene en la vida: lograr algo que nada de lo que pase te va a arrebatar. Es que los argentinos somos muy emocionales.
[Argentina, la patria como cancha de fútbol: migración, peronismo, milicos, Malvinas...]
P. Nosotros no llegamos a tres estrellas, pero hemos logrado la segunda este mismo año con la victoria de la selección femenina. Esa no la tienen ustedes, ¿verdad?
R. Pues no. En el fútbol femenino se nota mucho la diferencia entre sociedades donde la mujer tiene una situación bastante más igualitaria. En Brasil y Argentina, referentes mundiales, el fútbol femenino es casi inexistente. Lo que sí veo es cada vez más chicas jugando. Yo creo que de aquí a diez años, van a pelear de igual a igual.
P. Quizás tengan que agradecer a esta generación de futbolistas españolas que les hayan allanado el camino
R. Por supuesto. Te diría que mucho más por los últimos episodios que por la propia victoria. Una de las mejores cosas que tiene el fútbol es que muestra lo noble y lo horrible.