Lo habitual es que las obras literarias cuenten con un productor único, aunque a lo largo de la historia se han conocido ejemplos de autoría múltiple. Por circunscribirnos solo a nuestra contemporaneidad, Maj Sjöwall y Per Wahlöö, los padres de la moderna novela negra en Suecia, escribieron a cuatro manos la serie protagonizada por el inspector Martin Beck. Lo hicieron entre los años sesenta y setenta del pasado siglo XX y sus trabajos transformaron definitivamente el género y se convirtieron en el referente de autores posteriores, hoy en la cumbre, como Henning Mankell, Camilla Läckberg o Åsa Larsson.
Más cercano en el tiempo y en el espacio, Arturo Pérez-Reverte inició la colección de Alatriste con su hija Carlota. Juntos dieron cuerpo a El capitán Alatriste, el volumen con el que se inauguró la serie en 1996, aunque no mantuvieron la cooperación en las siguientes entregas, que firmó el padre en solitario. Sin salir del ámbito español, más recientemente tenemos el caso de Carmen Mola, el pseudónimo detrás del que se escondieron tres guionistas (Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero) de gran éxito, como atestigua tanto la trilogía que estrenó La novia gitana en 2018 como la conquista del Premio Planeta en 2021.
La desconocida, que también pertenece al género negro, es, así mismo, fruto de la colaboración entre dos escritores: la española Rosa Montero (Madrid, 1951) y el francés Olivier Truc (Dax, 1964). La idea de esta asociación partió del festival Quais du Polar y de la editorial Points, y el interés de la propuesta estriba en poner frente a frente a creadores que pertenecen a culturas distintas con el propósito de “contribuir a un mejor entendimiento mutuo”, según reza la nota editorial que cierra el libro.
Los capítulos impares son más claros, están mejor escritos y los personajes presentan mayor equilibrio y matización; los pares se revelan más confusos
Un vigilante hace ronda en el puerto de Barcelona y, de forma casual, descubre a una mujer joven maniatada e inconsciente. Aparece dentro de un contenedor, está herida y no recuerda nada, ni siquiera quién es, qué le ha sucedido y por qué se encuentra allí. Inmediatamente se hace cargo del caso la inspectora Anna Ripoll, experta en trata.
Como la muchacha accidentada es de nacionalidad francesa, la ayudará el policía Erik Zapori, aquejado de graves problemas en la comisaría de Lyon –a la que está adscrito– y de los que espera liberarse, al menos temporalmente, con el viaje a la Ciudad Condal. Lo que Zapori no sabe es que su caso personal está conectado con el de la joven hallada en el muelle y que solo la resolución de este conflicto podrá aclarar el suyo.
La novela se ajusta al molde del género negro y, a pesar de sus giros de guion –no siempre verosímiles– y de algunos desajustes mínimos, es amena y está bien resuelta. No ha debido de ser fácil, dado que en su composición no solo se ha partido de dos narradores de distinta nacionalidad, sino que, para mayor complejidad, se ha hecho en dos lenguas diferentes; de ahí que haya sido necesaria la intervención de dos traductores, uno para la versión española y otro para la francesa.
Aunque en líneas generales los capítulos están bien engastados, en ocasiones se deslizan ciertas desarmonías que, teniendo en cuenta el origen del texto, parecen inevitables. Así, los impares son más claros, están mejor escritos y los personajes presentan en ellos mayor equilibrio y matización. Los pares, sin embargo, se revelan más confusos porque ponen el énfasis en la rapidez de la acción; además, acentúan el cinismo de algunos protagonistas –convirtiéndolos en arquetipos– e inciden en el uso de un lenguaje bronco y malsonante que, a pesar de que conviene al género, en ocasiones resulta excesivo.