Azahara Alonso (Oviedo, 1988), autora de este Gozo, lo es, además, de un volumen de aforismos (Bajas presiones, 2016) y de un poemario (Gestar un tópico, 2020). En la actualidad, imparte clases de escritura y anteriormente fue coordinadora de la escuela de creación Hotel Kafka, así como gestora cultural en la Fundación Centro de Poesía José Hierro.
El texto tiene un precioso título –Gozo– que alude al “sentimiento de complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de bienes o cosas apetecibles” –según reza el Diccionario de la Real Academia en su primera acepción–, aunque también hace referencia a una de las islas que configuran el archipiélago de Malta.
Si atendemos al género, se trata de un híbrido entre la autoficción, la reflexión ensayística, el libro de viajes, la composición de sentencias y el diario –lo que explica su carácter fragmentario–, y tiene como temas principales la insularidad y el concepto de trabajo y sus opuestos: el descanso y el ocio.
La narradora ha decidido tomarse un año sabático. Sus cavilaciones sobre la precariedad del mercado laboral la llevan a desear tener más tiempo para dedicárselo a sí misma leyendo y viendo la vida pasar. Por ello se instala, junto con su pareja (J.), en una pequeña isla del Mediterráneo. Allí lee a Séneca (De vita beata), a Bertrand Russell (Elogio de la ociosidad), a Susan Sontag (Sobre la fotografía) y a ciertos pensadores y escritores como Walter Benjamin, Compagnon, Chantal Maillard, Anne Boyer, Georges Perec y otros que no caben en el espacio de esta reseña.
Hija de su tiempo, esta mujer, radicalmente egocéntrica, critica las formas actuales de trabajo y dice haberse rendido al pluriempleo en algunos momentos de su vida; habla de productividad, de colocaciones breves, de sueldos míseros, de becas raquíticas y, consecuentemente, de la necesidad de decir basta y de abandonar esas ocupaciones alienantes.
En el libro, exento de estructura y organización, se utiliza el lenguaje inclusivo y el femenino genérico, se reflexiona sobre la fotografía, se critica la alimentación basura, se censura nuestra vida apresurada
A la vez aboga por el derecho a la pereza y a la ociosidad en lo que, dice, supone una reconquista del tiempo. ¡Muerte al trabajo por obligación en el que no se hace “lo que se quiere cuando se desea” y larga vida al descanso y a la holganza! La cuestión, en definitiva, es “disponer o no disponer de una misma”.
En el libro, exento de estructura y organización, se utiliza el lenguaje inclusivo y el femenino genérico, se reflexiona sobre la fotografía, se critica la alimentación basura, se censura nuestra vida apresurada y, lo que es más, nuestra condición de seres acelerados, cosa que ya había advertido Carmen Martín Gaite en 1960.
Dejando al margen este conglomerado de asuntos, a menudo la autora lanza sus opiniones utilizando expresiones en inglés –comprensibles para los más jóvenes– mientras elogia (en parte) la vida isleña. Literatura del ahora.