Adaptada en 1939 a la gran pantalla por Victor Fleming, para cuando Vivien Leigh y Clark Gable se pusieron en la piel de Scarlett O’Hara y Rhett Butler, Lo que el viento se llevó ya cosechaba miles de lectores y había obtenido un Premio Pulitzer. Su autora, Margaret Mitchell, una periodista que había nacido en Atlanta (Georgia) en 1900, tenía apenas 26 años cuando, durante la convalecencia de un aparatoso accidente que le obligó a permanecer inactiva, empezó a escribir este retrato de una familia georgiana que narra la vida sureña de Estados Unidos durante la Guerra de Secesión.
Prometida con un hombre que murió en la Primera Guerra Mundial, el triste fallecimiento de su madre a causa de una epidemia y un tortuoso matrimonio con un contrabandista llamado Berrien ‘Red’ Upshaw que terminó en divorcio en 1924 —antes de volver a casarse con un antiguo pretendiente—, marcaron la azarosa vida de esta escritora que, apasionada por la historia, se inspiró en sus conocimientos y en su propia experiencia para escribir esta novela de más de 1.000 páginas en una vieja máquina Remington.
Tardó diez años en terminarla y cuando murió, en 1949, tras ser arrollada por un taxista fuera de servicio, ya se habían impreso 8 millones de ejemplares en Estados Unidos y había sido traducida a treinta idiomas.
Una película maldita, pero exitosa
La intrahistoria de la película que la popularizó, una de las más icónicas y caras de la historia, también estuvo marcada por los infortunios. El rodaje, retrasado durante dos años por la determinación de su productor, David O. Selznick, de esperar a Gable para el papel de Rhett Buttler y por las constantes reescrituras del guion, estuvo primero bajo la dirección de George Cukor, que fue reemplazado por Victor Fleming, quien a su vez, tuvo que tomarse un descanso ante la tortuosa empresa de dirección para ser sustituido brevemente por Sam Wood.
Con una duración de casi cuatro horas, la cinta de los grandes números contó con 50 actores en el elenco y alrededor de 2.400 extras. Solo para interpretar a Scarlett O’Hara se entrevistaron a 1.400 mujeres. El papel recayó en una actriz semidesconocida para el gran público, aunque con cierto prestigio en teatro, que apareció por primera vez después de que la película hubiera comenzado ya a grabarse.
[Vivien Leigh, la belle que conquistó el teatro]
El rodaje en sí tampoco fue sencillo. Vivian Leigh confesaría después que, durante el tiempo de descanso entre las escenas, llegó a fumarse cuatro cajetillas de tabaco al día. Su compañero de reparto, con una media de tres paquetes, tampoco se quedó muy atrás. Pero a pesar de los encuentros y desencuentros entre actores y directores, Lo que el viento se llevó hizo historia en el cine de los años 40.
La película, la primera nominada por la Academia en rodarse en color, consiguió 10 premios Óscar —entre los que se encontraban los de su protagonista, mejor dirección y mejor película, así como el de mejor actriz de reparto para Hattie McDaniel, la primera mujer afroamericana en ganar una estatuilla—. Una cantidad nada despreciable, si tenemos en cuenta que a día de hoy solo ha sido superada por Ben Hur, Titanic y El señor de los anillos.
Nuevo texto, nuevas imágenes
Sin embargo, ensombrecida por el éxito de la versión cinematográfica, Reino de Cordelia reivindica ahora también este clásico de la literatura americana con una hermosa edición ilustrada por Fernando Vicente.
“Si bien es verdad que Scarlett O’Hara se parece a Vivien Leigh y Clark Gable es casi idéntico al escéptico capitán Rhett Butler, el idílico Sur que representa en el cine Leslie Howard (Ashley Wilkes) dista mucho del estado Esclavista, el Reino del Algodón que describe Mitchell, ajeno a la industrialización y reacio a abandonar el Antiguo Régimen y a perder los privilegios autárquicos que el Norte quiere desbaratar de la mano del republicano Abraham Lincoln, en una época en la que los demócratas eran los conservadores y los republicanos los liberales”, apunta su editor, Jesús Egido.
El libro publicado por Reino de Cordelia, no obstante, tiene inevitablemente un poco de ambos mundos, palabra e imagen, de la mano del virtuoso Fernando Vicente. Más de tres meses, durante el verano pasado, le llevó al artista ilustrar sus icónicas escenas. “En un primer momento me surgió la duda de si me inventaba yo el aspecto de los personajes como suelo hacer en otros libros —comparte—, pero es tan fuerte la imagen que tiene la gente de la película que hablándolo con el editor decidí usar a los actores de modelo. Rhett Buttler no podía ser otro que Clark Gable”, sostiene.
Una vez tomada la decisión, el resto vino solo. “Hay mucha información en internet sobre la película", afirma. "A partir de ahí me he centrado en recrear las escenas que quería sin copiar exactamente los fotogramas de la película”. En cuanto al proceso, Vicente siempre suele seguir el mismo método de trabajo: “Voy leyendo el libro y marco las cosas que me parecen importantes o necesarias para acompañar la narración", explica.
"Luego muchas de estas cosas se quedan fuera porque no se puede ilustrar todo, lo importante es que el resultado tenga un ritmo y no se queden partes del libro vacías o que haya varios dibujos demasiado juntos. Este libro tiene más de 60 ilustraciones, digamos que está profusamente ilustrado, pero claro, es un libro de casi 1.000 páginas”, remarca.
La parte oscura del Sur
Cada uno a su estilo, tanto el libro como la película homónima, terminaron convirtiéndose con el tiempo en todo un clásico. No obstante, como matiza Vicente, Lo que el viento se llevó “es una novela romántica estupenda. He podido ilustrar otros clásicos románticos como Cumbres Borrascosas o Madame Bovary y esta es gran literatura, no olvidemos que tiene un Premio Pulitzer.
Ahonda más en la psicología de los personajes que conocemos por el cine y narra muy bien la transformación del Sur de los Estados Unidos, que pasan de la riqueza y la abundancia a la miseria más absoluta después de aquella guerra civil”, destaca el artista sobre la obra de Mitchell.
La historia del romance entre una joven sureña y caprichosa, Scarlett O’Hara, y el apuesto Rhett Butler retrata además la aristocrática sociedad esclavista del Sur, que se negaba a perder sus privilegios, y con ello a sus esclavos, para cultivar sus campos de algodón. De hecho, señala Vicente, en el libro “ocurren muchas cosas que no están en la película, personajes —por ejemplo, Scarlett tiene dos hijos más además de la hija de Rhett— y situaciones que he dibujado y que no salen en el filme”, apunta.
“Me parecía importante también ilustrar a los negros de la plantación, incluso hay una escena un poco dura con los del Ku Klux Klan linchando a un hombre”. Pero el ilustrador también se ha tomado sus propias licencias. “Me he permitido hacer una escena de la guerra que no sale ni en la película ni en el libro, pero que es muy importante para el argumento —comparte—. O una escena del burdel donde pasa las tardes Rhett, que también es importante y que suscita mucho interés entre las esposas de los hombres protagonistas”.
Aunque la película posiblemente no pasara una revisión actual —muchos la han reprendido por haber estereotipado demasiado a los negros y de ser machista—, lo cierto es que Mitchell fue educada en el feminismo por su madre, ferviente defensora del sufragio femenino.
De hecho, como cuenta el propio Egido, “la única vez en que la autora rompe con la técnica del narrador omnisciente y asume la primera persona es para alzarse en contra de la discriminación femenina. La propia Scarlett, pese a ser cruelmente primaria —tal vez debido a su exigua formación académica—, se da cuenta de una sorprendente idea: que una mujer puede llevar los negocios tan bien o mejor que un hombre". Traducida por Susana Carral al español, por primera vez en los últimos 40 años, esta nueva edición del clásico nos permite redescubrir el libro de Mitchell en su contexto.