Para Antonio de Nebrija, ser gramático era un orgullo tan grande que, aunque también era latinista, poeta, traductor e historiador, quiso pasar a la posteridad con el sobrenombre de Grammaticus. Así se lo comunicó a la reina Isabel la Católica en la carta en que le dedicó la tercera edición de sus Introductiones Latinae (su famoso manual de gramática latina), en 1495: “Vt Aelius sit praenomen; Antonius nomen, Nebrissensis cognomen, grammaticus uero agnomen ex professione sumptum” (“Sea Aelius el prenombre, Antonius el nombre, Nebrissensis el apellido, gramático el sobrenombre tomado de mi profesión”).
El término “profesión”, por cierto, en aquella época no se solía emplear como sinónimo de oficio, sino, sobre todo, para el hecho de “profesar en una orden religiosa o de caballería”. Lo explica la catedrática de Filología Latina de la Universidad de Alcalá, Teresa Jiménez Calvente, comisaria de la mayor exposición dedicada hasta la fecha a la figura de Nebrija, y que pone el broche en la Biblioteca Nacional de España a la conmemoración del quinto centenario de su muerte. “Con ello, Nebrija quería decir que se dedicaba en cuerpo y alma al oficio de la gramática al igual que un caballero se consagra a la batalla. Desde su humilde posición de gramático, su lucha era contra la barbarie”.
Titulada Nebrija (1444-1522). El orgullo de ser gramático, la exposición divulga la vida y la obra del humanista, explica su contexto histórico y su legado hasta nuestros días y reúne joyas bibliográficas de la BNE y otras diez instituciones españolas. Puede visitarse desde este viernes hasta el 26 de febrero de 2023 y es fruto de la colaboración entre la Biblioteca Nacional, Acción Cultural Española (AC/E) y la Fundación Antonio de Nebrija.
En paralelo se ha editado un cuidado catálogo cuya edición digital se podrá descargar próximamente en la web de AC/E de forma gratuita. Cuenta con la introducción de la comisaria de la exposición y una docena de artículos de estudiosos de la figura de Nebrija. Se complementa con una cuidada cronología nebrisense, con la lista de obras y documentos expuestos en la exposición y con más de 80 ilustraciones.
En las salas de la exposición destacan los manuscritos caligrafiados por el propio Nebrija en sus tiempos de estudiante; la primera edición de sus Introductiones Latinae y su copia manuscrita para el maestre de Alcántara con bellas miniaturas; o la célebre Gramática sobre la lengua castellana de 1492, una obra que hoy consideramos uno de los más grandes hitos en la historia de nuestro idioma, pero que al principio fue incomprendida. Cuando le presentó una muestra de la obra a la reina Isabel la Católica, esta se sorprendió y no entendió la utilidad de un tratado que enseñaba las reglas de una lengua viva y que, por tanto, se aprendía de manera natural.
También cabe destacar en las vitrinas de la exposición el breviario con el que rezaba la reina Isabel y un desplegable con una magnífica ilustración panorámica de la ciudad de Jerusalén incluido en el incunable Viaje a Tierra Santa de Bernhard von Breydenbach.
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“Nebrija luchó para demostrar que la gramática no era un arte, sino una ciencia”, explica la comisaria de la exposición. “El hecho de que considere la gramática como una ciencia indica que detrás hay un pensamiento científico. Él dijo una y otra vez que la gramática no consistía en transmitir de memorieta los contenidos, sino que se basa en la razón, y que es muy importante saber matemáticas para ser un buen gramático, ya que debe establecer analogías y elaborar reglas”, señala Jiménez Calvente.
La exposición
Recibe al visitante una gran reproducción de la firma de Nebrija, extraída de un ejemplar de una de sus obras que dedicó al cardenal Cisneros. El gramático, por cierto, tenía tan buena caligrafía que durante una época, en su juventud, se ganó la vida como copista. En la pared contraria se exhibe un retrato de Nebrija que la Real Academia Española encargó en 1922 a Marceliano Santa María, uno de los retratistas más famosos del momento, y que rara vez abandona el salón de plenos de la Docta Casa.
Para pintar su rostro, Santa María se inspiró en la imagen más conocida de Nebrija, un retrato de perfil que apareció durante siglos en la portada de sus obras, desde que la incluyeron sus hijos, Sancho y Sebastián de Nebrija, en su imprenta de Granada. “Debía de parecerse mucho porque, al verlo por primera vez, dijo que era exactamente igual a él”, afirma la comisaria.
En aquel grabado se lee, en griego, Δύσκολα τὰ καλά ("Difícil lo hermoso"), y en las filacterias (las típicas bandas con inscripciones que aparecen en los cuadros) se alude, en latín, a la encrucijada vital a la que se enfrentó Nebrija: lata est via quae ducit ad perditionem ("ancha es la vía que llega a la perdición"), y arcta est via quae ducit ad vitam ("estrecha es la vía que lleva a la vida"). “Si Nebrija hubiera elegido el camino fácil, la carrera eclesiástica, habría sido bien acogido por las prelaturas y por el arzobispo de Sevilla”, sostiene Jiménez Calvente.
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Pero no fue así: “Se decantó por la senda no muy transitada del estudio y la erudición, no la de las riquezas o los honores. Su pretensión fue lograr la fama que otorgan las letras y trabajar en favor de quienes le rodeaban. Su meta no era menor, pues aspiraba a devolver el conocimiento de las letras latinas a España: el mismo ideal que los humanistas italianos habían abrazado tiempo atrás respecto de su propia patria. En los textos clásicos (latinos y griegos) se escondían enseñanzas útiles para el tiempo presente y solo había que desenterrarlas. Para alcanzar ese objetivo, ideó un método gramatical novedoso, que recogía el espíritu de las nuevas gramáticas escritas en Italia. Creó otras herramientas indispensables: un par de diccionarios bilingües, breves y concisos, para que los jóvenes estudiantes tuvieran a mano el léxico necesario para la vida común y la lectura de los textos antiguos”, explica Jiménez Calvente.
Contexto, vida y legado
Dividida en cuatro áreas, la primera parte de la exposición sitúa a Nebrija en el contexto del humanismo renacentista, la gran revolución cultural de la época, con ejemplares de Homero, Quintiliano, de Virgilio y de Petrarca, el padre del humanismo, en “una traducción hecha por un jovencísimo Hernando de Talavera, confesor de Isabel la Católica”, explica Jiménez.
La segunda parte, también de contexto, muestra a España en los tiempos de Nebrija a partir de títulos importantes de los siglos XV y XVI. Se muestra aquí otra de las joyas de la exposición: una copia de la Biblia Políglota (en hebreo, griego y latín, además de arameo en algunos libros del Antiguo Testamento), “uno de los grandes monumentos del Renacimiento español”, recuerda la comisaria, impulsada por el cardenal Cisneros y publicada en 1517.
Francisco de Cisneros confió en Nebrija para formar parte del equipo encargado de editar la Biblia Políglota y lo acogió en Alcalá de Henares en 1513, donde le encomendó una cátedra de Retórica de carácter vitalicio. Otro cargo eclesiástico con el que mantuvo una excelente relación fue con Fray Hernando de Talavera, confesor de la reina y primer arzobispo de Granada.
Por contra, en el capítulo de los oponentes (que también se trata en la exposición) hay que citar a Fray Diego de Deza, el Inquisidor general, que amenazó a Nebrija con llevarlo ante el Santo Oficio si no dejaba a un lado sus trabajos sobre las Letras Sagradas.
Con el título La cuenta de mi vida, el tercer apartado de la exposición se centra en la vida y obra de Nebrija. “No sabemos prácticamente nada”, reconoce Jiménez, del humanista desde que nació en Lebrija hasta que se marchó a la Universidad de Salamanca, la más prestigiosa de la Península ibérica, para cursar el bachillerato en Artes. Después, en 1465, ingresó en el Colegio de los Españoles de Bolonia con una beca para estudiar Teología.
En las vitrinas correspondientes a esta etapa de iniciación en la vida de Nebrija se exhiben tres ejemplares manuscritos por él que son traducciones al latín de Aristóteles y de Platón, y el tercero es un libro de apuntes que Nebrija compró (ya en aquella época era habitual esta práctica, como hoy) y que él completó con anotaciones de su puño y letra. Entre ellas figura el cálculo astronómico de la posición exacta de su localidad natal.
Después de su estancia en Bolonia, Nebrija regresó a Salamanca, ya como profesor, entre 1475 y 1487. Su obra clave de ese momento son sus Introductiones Latinae, un novedoso manual para la enseñanza del latín que le hizo famoso dentro y fuera de España.
De esta gramática latina hizo Nebrija una traducción al castellano, pensada sobre todo para que las jóvenes que no podían asistir a clase aprendieran latín por su cuenta. “Esa idea de que las mujeres debían aprender aparece varias veces en la obra de Nebrija, entre ellas en el prólogo que escribe para la reina Isabel, donde la aplaude por haber conseguido con su ejemplo que las mujeres de la corte aprendan latín”, señala Jiménez. “De hecho, Isabel también estaba obsesionada con que las monjas de los conventos pudieran leer por sí mismas en latín y no necesitaran las explicaciones ni directrices de los varones”.
Tras una animación en realidad virtual que recrea algunos momentos en la vida de Nebrija, el último tramo de la exposición muestra su imponente legado, que ha llegado hasta nuestros días. Después de su muerte, se encargaron de ello, en parte, sus hijos Sancho y Sebastián. A ellos se sumaron otros impresores fuera de España: sus gramáticas y léxicos se imprimieron en Francia, Italia, Alemania y Países Bajos.
“Hay contabilizadas, hasta 1599, doscientas ediciones de sus introducciones latinas (el manual se convirtió en el único autorizado para enseñar esa disciplina por orden de Felipe III en 1598), y de sus diccionarios se hicieron 95 ediciones diferentes hasta el siglo XIX”, afirma Jiménez Calvente.
También se muestran en esta última sala las gramáticas de lenguas amerindias, que se confeccionaron siguiendo el modelo de Nebrija. Son obras que reflejan “el encuentro cultural entre Europa y América, y cómo las palabras son fundamentales para describir las realidades”, señala la comisaria. En este contexto, “un gramático es una pieza fundamental, porque la lengua, como decía Nebrija, nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida. Sin ella no seríamos capaces de comunicarnos, ni de aprender ni de soñar”.