A Isabel González (Zaragoza, 1972) la rodea un aura de culto gracias, sobre todo, al conjunto de cuentos Casi tan salvaje (2012), que ya entonces se publicó en esta máquina de consagrar autores del género que es Páginas de Espuma. Ahora, Nos queda lo mejor confirma las mayores fortalezas de su talento: un sentido muy medido del ritmo, un oído notable para registrar las tonalidades de la clase media (sus conversaciones, modismos, escenografías, etc.), una mezcla lograda de ironía feroz y compasión en la mirada que dirige a los personajes, y la capacidad de ensombrecer los conflictos mediante incógnitas tan brumosas como amenazadoras.
Y eso que a los doce relatos que componen Nos queda lo mejor (distribuidos en cuatro epígrafes que aluden a las estaciones del año) los preside la sensación de optimismo; así anuncian el libro tanto la autora como la editorial, y no mienten en absoluto. Lo que ocurre es que se trata de un tipo de luminosidad que primero debe atravesar el territorio cenagoso de unas situaciones a menudo perturbadoras cuyo ritornello constante alude al paso del tiempo, sinónimo de envejecimiento y conciencia de finitud. Pese al sentido del humor (logradísimo) y el trasfondo esperanzado, González nos embarca en algunas historias de lo más desasosegantes.
Por ejemplo, fijémonos en ‘Frenó, volvió a frenar’, que abre el volumen y seguramente sea el mejor relato de todos, sin duda el que mejor sintetiza la voz de la autora. La prosa es exacta y tiende a la concentración, el tono oscila entre el terror, la parodia, el retrato íntimo, lo cotidiano y lo insólito: una mezcla casi imposible, pero que funciona. Hay un accidente, un páramo, dos personas que se encuentran, una atmósfera alucinada, una muerte que resulta no ser tal…
Son unas páginas desconcertantes, difíciles de encasillar, en las que una referencia pop (Félix Rodríguez de la Fuente) alude a la memoria de la infancia y juventud; el paisaje y sus habitantes (aves, reptiles), al imperativo primigenio de la vida y la muerte; el coche, a la falibilidad de cuanto damos por sentado; los dos personajes protagonistas, a la extrañeza de cualquier encuentro entre humanos; y la oveja… Bueno, la oveja concentra todo el sentido de Nos queda lo mejor, y por eso no voy a decir más…
Los otros dos cuentos de la sección “Verano” parecen arracimarse en torno a una concepción cíclica de la vida, de modo que ‘El círculo’ narra un cruce generacional en la piscina municipal, y ‘Hombres grandes’ nos deja a las puertas de un parto. La sección “Otoño” es más juguetona, aunque insiste en enlazar los ecos del pasado (la primera felación, los antiguos amantes) con los giros del presente (muy divertida la inversión de roles artísticos en ‘División aerotransportada’).
Este libro confirma las fortalezas de su autora, como el sentido del ritmo o la mezcla de ironía y compasión
‘Diciembre’ contiene dos historias estupendamente resueltas. ‘Alguien no apuntó bien’ tiene mala leche y deja un regusto cómico bastante reconfortante. En cuanto a ‘Tener cabeza’, me parece una joya acerca de las relaciones materno- filiales, breve, circular, quizás el relato en el que más indiscernible resulta el sarcasmo del amor.
Es un relato ejemplar, lo mismo que ‘Esa clase de mujeres’, ya en ‘Primavera’, un texto burlón sobre el matrimonio, la masculinidad, y lo cotidiano como performance imposible, en el que un marido desorientado decide realizar un acto de exhibicionismo artístico-genital evocando nada más y nada menos que a Marina Abramovic; me reí en voz alta, no digo más.
[Casi tan salvaje, de Isabel González]
En conjunto, lo que más me interesa de Nos queda lo mejor (y al mismo tiempo, lo que más me desconcierta, donde más se arriesga la autora) es ese oído para las inflexiones lingüísticas y morales de una clase media de oficina y catorce pagas, aquí recreadas con una finalidad levemente paródica pero cariñosa. Eso, y la precisión de los giros tonales. El resultado es un estupendo libro de cuentos.