“La posteridad me importa un comino”, dijo Ramón J. Sender (Chalamera de Cinca, Huesca, 1901 - San Diego, California, 1982) en una entrevista que le hizo Vicente Verdú en 1976 en Cuadernos para el diálogo. No obstante, cuarenta años después de su muerte, el Instituto Cervantes dedica al escritor exiliado una exposición en su sede principal y sus comisarios opinan que a Sender le “agradaría hondamente” este homenaje y este regreso póstumo a Madrid, la ciudad a la que se fugó desde su Huesca natal con solo 17 años, en 1918.
Escritor y periodista precoz, se ganaba el pan escribiendo artículos y cuentos en varios periódicos, como El Imparcial, La Tribuna y El País. Pero no le llegaba para pagarse un alojamiento, así que durante más de dos meses durmió al raso en un banco del Retiro.
Se lavaba en las fuentes del parque o en las duchas del Ateneo, donde iba a escribir. Su padre fue a Madrid y le obligó a volver a Huesca, donde se puso al frente de La Tierra, un periódico diario ligado a la Asociación de Labradores y Ganaderos del Alto Aragón pero figuró como redactor jefe porque aún no tenía edad legal para dirigirlo.
Estas y otras muchas anécdotas de su vida (biografía, literatura e historia de España son indivisibles en la obra de Sender) aparecen negro sobre blanco y contadas en primera persona en la exposición del Cervantes, titulada Ramón J. Sender. Memoria bisiesta, que puede visitarse desde este lunes 11 de julio y está comisariada por José Domingo Dueñas y Chus Tudelilla.
La muestra abunda en el propósito del Instituto Cervantes de recuperar la memoria de los escritores del exilio republicano; de hecho, cuenta con la participación de la Dirección General de Memoria Democrática.
La exposición toma su título de una de las últimas obras del escritor, Memorias bisiestas: bajo el signo de sagitario (1981). En el recorrido se nos presenta una biografía marcada por el exilio, el dolor y el compromiso social y una obra que comprende títulos tan importantes como Imán (1930), Mister Witt en el Cantón (1935), novela con la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura; o Réquiem por un campesino español (1960), aparecida originalmente en México en 1953 con el título Mosén Millán.
En las vitrinas de la exposición se muestran primeras ediciones de sus obras y otras posteriores, incluyendo las más recientes para demostrar la vigencia del interés que siguen suscitando. Entre los títulos figuran las novelas Orden Público, El verbo se hizo sexo: Teresa de Jesús, Contraataque, El verdugo afable o sus memorias noveladas Crónica del alba; ensayos como El problema religioso en México. Católicos y cristianos o el libro de viajes Madrid-Moscú.
En varios paneles sobre las vitrinas se reproducen varios fragmentos de la biografía de Sender, contada por él mismo a Marcelino Peñuelas y recogida en el libro Conversaciones con Ramón J. Sender (1969). Con estas breves pinceladas se va construyendo el fascinante personaje que fue el escritor, sobre el que pesó, al final de su vida, la imagen de un “abuelo malhumorado y anticomunista” (en palabras de Antonio Muñoz Molina) que decepcionó a la juventud antifranquista en su breve regreso a España en 1974.
A lo largo de la exposición vamos descubrimos los detalles de su militancia política en los años 30 (“La verdad es que en el tiempo en que yo nací una persona decente sólo podía ser anarquista en España”), el asesinato de su mujer y de su hermano por parte del bando sublevado en la guerra civil, de cómo puso a salvo a sus hijos en Francia y regresó al frente, y de su largo exilio.
“He viajado mucho, he recorrido casi todo el globo (poco que ver, la verdad) y mi ideal habría sido quedarme en Huesca (un mismo lecho natal, nupcial y mortal, sería lo mejor), pero la curiosidad o la necesidad le han hecho a uno correr mundo y dejarse un poco de vida por ahí como los corderos se dejan la lana en las zarzas”, escribió Sender a José María Lacasa en una carta de 1960.
Otros muchos fragmentos de su correspondencia pueden leerse en unos paneles colgados en los laterales de la sala de exposición. Entre ellas llama especialmente la atención una misiva que el escritor español envió a William Faulkner en la que le pedía que ejerciera su influencia para mejorar el panorama literario estadounidense.
En esta carta Sender cargaba las tintas contra los agentes literarios, especialmente contra aquellos que tenían “tendencias fascistas” y los que eran “pro-comunistas”. También recomendaba que la literatura estadounidense fuera más satírica: “Cuando América se satirice a sí misma de manera sangrienta (pero con la comprensión que solo otorga el amor, como es el caso de Cervantes en España, Gogol en Rusia, Dickens en Inglaterra) el resto del mundo amará a América”.
Además la exposición muestra una de sus facetas menos conocidas, la de pintor, con cinco lienzos que se presentaron por primera vez en la galería Multitud de Madrid en noviembre de 1975, pocos días antes de la muerte del dictador Franco.
Las obras y documentos de Sender están acompañados por una selección de fotografías, pinturas, esculturas y dibujos de artistas aragoneses que compartieron el compromiso político del escritor y contextualizan su figura en el convulso tiempo que vivió. Entre las obras sobresalen la escultura en chapa de hierro El agarrotado (1929) de Ramón Acín; los dibujos de Federico Comps; y de José Luis González Bernal, o las fotografías de Ganivet y Alix de la dura evacuación de la población a través de los Pirineos durante la Guerra Civil.
Dueñas afirmó durante la presentación de la muestra que “la revalorización de su escritura es lenta pero constante” y que “la obra de Sender es una honda y permanente reflexión sobre la condición humana y la necesidad de definir y acotar el mal”.
El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, lo definió como “un personaje significativo para estudiar la evolución cultural del siglo XX”, con “una conciencia crítica y libre que, del mismo modo que había reivindicado la justicia social, también denuncia cualquier tipo de autoritarismo y terror”, en referencia a su oposición al estalinismo.
Por su parte, la vicepresidenta de la Diputación de Huesca, Elisa Sancho, elogió la labor del Instituto de Estudios Altoaragoneses en la conservación del legado de Sender y el estudio de su figura, y recordó la definición que el escritor hizo de sí mismo: “un campesino aragonés que come pan, bebe vino y dice la verdad”.
La exposición se complementa con un catálogo que recoge aportaciones de especialistas en la obra del escritor, testimonios e imágenes que inciden en parcelas reveladoras del personaje y de su obra.
Lorenzo Silva da cuenta de la trascendencia del mundo marroquí en su producción; Andreu Navarra, pone al descubierto matices significativos de la vinculación de Sender con el Moscú soviético; Donatella Pini, delimita certezas a la vez que apunta algunas dudas sobre periodos decisivos como la Guerra Civil; Alberto Sabio sitúa al autor en el marco de la Guerra Fría; Chus Tudelilla aborda la faceta creativa poco atendida de Sender, en su vertiente de pintor y estudioso del arte; y José Domingo Dueñas propone una visión general del escritor y periodista.