Desde Karl Marx, el antiliberalismo ha disuelto el valor de las instituciones, concibiéndolas como servidoras del capital, a quien socorren en su explotación de la clase obrera. Esta ficción no es neutral. En la medida en que se devalúa ese mundo que, como decía Friedrich Hayek, está entre el instinto y la razón, los ciudadanos tienen menos defensas ante el poder. No es casual, por tanto, que los socialistas ataquen ese mundo, desde la familia hasta la propiedad privada y demás derechos personales, desde las tradiciones hasta la religión.
Cuanto más socialista es el socialismo, más lo ataca, y menos libres son las mujeres y los hombres. En esa tradición antiliberal se inscribe el libro de Katharina Pistor (Friburgo, 1963), catedrática de la Universidad de Columbia, que asegura que el derecho ha sido usurpado por el capital, de tal forma que la legislación “cada vez más se lleva a cabo en bufetes privados y cada vez menos en Parlamentos o tribunales”.
La profesora cree seriamente que los Estados, los más grandes de la historia, se hallan inermes frente al capital: “han perdido la capacidad de controlar la creación y distribución de la riqueza”.
Es buena conocedora de los mecanismos de la ingeniería financiera, que expone a veces con excesiva prolijidad, pero no reflexiona sobre cómo se crea la riqueza mediante los contratos voluntarios; no concibe la riqueza más que “a favor de los dueños del capital”, ignorando la prosperidad relativa que han alcanzado cientos de millones de personas gracias a la libertad. Los beneficios no son mutuos sino logrados esquilmando a la población.
No comprende bien la creación de dinero mediante la reserva fraccionaria: “los intermediarios privados no han podido resistirse a la tentación de fabricar dinero”, e incluso desbarra afirmando que “los abogados del libre mercado demandarán la creación ilimitada de deuda por parte del sector privado”, cuando es más bien al revés, tanto en el caso de los liberales monetaristas como en el de los austriacos.
En el juego de suma cero que es la economía para la profesora, toda propiedad es mala salvo que sea pública. Desde la tierra hasta las patentes, toda propiedad debería ser colectivizada en pro de la sociedad igualitaria. No reconoce que esta socialización ha probado tener algunas contraindicaciones en términos de vidas y libertades.
Pistor cree que los estados “han perdido la capacidad de controlar la creación y distribución de la riqueza”
Para ella, muy preocupada por la desigualdad, no existe la desigualdad entre unos Estados crecientes frente a sus súbditos. Al contrario, como he dicho, cree seriamente que los Estados son pequeños: “décadas de políticas que han desmantelado la mayoría de las protecciones al trabajo”.
Para conseguir el paraíso igualitario y ecológicamente puro se debe aumentar el gasto público, que al parecer no tiene coste alguno, y es anhelado por el pueblo: “La base de la capacidad del capital para gobernar a través de la ley está en la emergencia de los derechos modernos como derechos privados que dependen del poder estatal y que, no obstante, se han separado de las preferencias sociales de los ciudadanos del Estado que los ha forjado”. Parece que los ciudadanos prefieren pagar más impuestos y tener menos “derechos subjetivos individuales”.
Lo malo, pues, es que “el capital manda, y manda a través de la ley”. La utilización de la legislación para promover los intereses de grupos de presión ha sido reconocida y denunciada por los liberales desde Adam Smith en adelante. Pero no es este el problema de Pistor, porque la recomendación liberal es reducir el intervencionismo para bloquear ese aprovechamiento privado de las leyes. La opción de esta profesora es la contraria, porque cree que nuestros males derivan de la libertad y el mercado. ¿Cuál es su solución? “La alternativa a mercantilizar la sociedad es la repolitización de la vida social y económica”.