El suicidio de un adolescente en Madrid impactó tanto a Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) que quiso volver sobre el caso días después. Su sorpresa fue descubrir que no quedaba rastro de la noticia en la red. Cuando preguntó en su entorno por semejante anomalía, le dijeron que en este país no gustaba hablar de ese tipo de asuntos.
Así nace Ceniza en la boca (Sexto Piso), la segunda novela de la escritora mexicana afincada en la capital española, que hasta el momento ha impregnado su narrativa con cuestiones sociales. Redactora, guionista, reportera y editora de #EnjambreLiterario, un proyecto que publica obras de autoras latinoamericanas, la escritura de Navarro está influida por Wislawa Szymborska, Mariana Enríquez y Mercè Rodoreda, entre otras, que alimentan el tono descarnado.
En Ceniza en la boca, Navarro se introduce en la piel de la hermana de Diego, un chico de 19 años que se acaba de arrojar desde un quinto piso. El lector descubre pronto que el suicidio es mucho más que el tema central de la novela, pues sirve como esbozo para desentrañar temas en auge como la xenofobia, el bullying o la precariedad laboral. Su próximo proyecto, en el que ya trabaja, vuelve sobre la figura de la mujer, al tiempo que rescata un personaje que ya aparece en esta novela y también en la anterior, Casas vacías.
Pregunta. ¿Por qué coloca el foco en la hermana del fallecido para relatar el suicidio? ¿Qué posibilidades narrativas le ofrecía?
Respuesta. Cuando eres testigo de un suceso, puedes relatar lo que les pasa a los demás sin hacer juicios de valor. La primera voz es interesante porque puedes hablar de sentimientos en términos privados y, al mismo tiempo, hacer una crítica de lo público a través de la atmósfera donde se mueven los personajes. Para mí lo importante es lo que sucede a nuestro alrededor e imaginar una historia.
El suicidio, un tabú
P. ¿Qué hay de literario en el suicidio?
R. El suicidio es una decisión personalísima, pero es más bien algo filosófico. Camus ya decía que es la pregunta más importante que se hace el ser humano. Pensando en las estructuras violentas del mundo actual, lo transformo en literatura con un paralelismo entre el adolescente que se suicida y la mujer que tampoco quiere vivir. Muchas personas se suicidan cada día y no queremos hablar de ello, como si no fuera algo que forma parte de nuestra sociedad.
P. El suicidio ha sido recurrente en la historia de la literatura, pero ¿hoy adquiere otro relieve por la presencia de la salud mental en la esfera social y política?
R. Por supuesto. Me llama mucho la atención cómo todo aquello que no entra en los estándares de ser feliz en este mundo pasa a ser una enfermedad mental. Me da miedo que todas las personas tristes o incomprendidas seamos consideradas enfermas. Más allá de si es la salud mental lo que nos conduce al suicidio, me preguntaría si estamos normalizando lo de estar enfermos, porque igual el problema está en otro lado.
“A las escritoras latinas nos tienen que poner una etiqueta, algo que no ocurre con las francesas o británicas”
P. ¿Qué falta en una sociedad que todavía estigmatiza los trastornos mentales?
R. Que dejemos de buscar la felicidad en nuestras vidas. Es un peso muy grande. La felicidad es un estado momentáneo. Vivimos en una sociedad que nos impone ser felices y además demostrarlo, pero no hay condiciones sociales ni emocionales para alcanzar ese estado. Hay que dejar de decir al mundo que hay que ser feliz porque desemboca en una frustración.
P. ¿Qué correspondencias tiene el suicidio con el modelo económico occidental?
R. El suicidio es inherente a la humanidad. Una persona decide detener su vida por múltiples razones, por ejemplo, que padece una enfermedad terminal y no tiene mecanismos legales para morir. Sin embargo, el sistema neoliberal ha permitido el individualismo, cuyas estructuras económicas provocan que el tejido social sea débil: no tenemos con quién compartir el hecho de sentirnos mal porque nos sentimos únicos.
P. Se advierte en la novela una alusión a las víctimas indirectas y las consecuencias psicológicas del suicidio en quienes son próximos al fallecido.
R. Es lo que realmente me interesa de la literatura. Ese no saber qué sucede es lo que permite explorar las hipótesis, que derivan en las tramas narrativas. ¿Qué podría ocurrirle a este personaje si tiene una experiencia tan dura como esta? La magia de la literatura es que te apasione una historia y celebrar no estar viviéndola.
Racismo invisible
P. Sus dos novelas publicadas hasta el momento abordan cuestiones sociales. ¿Entiende la ficción sin aproximarse a asuntos de este calado?
R. Tenía miedo de volver a los temas actuales en esta novela, pero no podía salvarme de eso, es lo que más me interesa. Por otro lado, no creo en los que dicen que no hay que meter la política en el arte. Hablar de este tipo de situaciones es una oportunidad para hacer ver que hay decisiones políticas que afectan a la vida de las personas. Por ejemplo, es racista una ley de extranjería que no regulariza los trabajos de cuidados que hacen los inmigrantes porque puede destruir vidas.
P. El personaje que habla en catalán solo se dirige a la protagonista una vez en castellano para lanzar un insulto racista. ¿El nacionalismo es la antesala de la xenofobia?
R. Por supuesto. Cuando te hacen crear una identidad con respecto a valores que van a diferenciarte, se genera una rivalidad. Así han nacido las naciones, con la idea de defender su soberanía de un supuesto enemigo. En lugar de unirse por la prosperidad, se unen para generar disputas.
P. ¿Qué importancia tiene la idea del viaje en esta novela? Es un desplazamiento físico entre México y España, pero también emocional.
R. No fue casual utilizar Madrid y Barcelona porque he vivido en ambas y son los mayores centros económicos en España, mientras que Ciudad de México lo es en Centroamérica. No son espacios donde puedas integrarte tan fácil si vienes de fuera, aunque hables el mismo idioma, y yo quería hablar de ese desarraigo a través del Síndrome de Ulises generado por un viaje. Ceniza en la boca es el viaje de una adolescente que debe aprender a ser adulta, algo muy difícil de aceptar.
P. ¿Piensa, como algunos escritores latinos, que los españoles tienen más reparo en leer a sus compatriotas del otro lado del charco?
R. Conmigo aquí han sido muy generosos, pero algunas compañeras mexicanas sí han sufrido, desde el lado español, comentarios del tipo: “no voy a leer esto porque no está escrito para mí”. Es de una pereza mental increíble no acercarse a estos libros por no estar escritos en castellano neutro. Del mismo modo, las escritoras latinoamericanas en España somos consideradas “salvajes”. Siempre nos tienen que poner una etiqueta, algo que no ocurre con las francesas o británicas.