“Por supuesto que ganar el Nobel me ha cambiado la vida”, reconoce al otro lado de la pantalla Abdulrazak Gurnah ante un centenar de periodistas españoles y latinoamericanos. El escritor tanzano (Zanzíbar, 1948), afincado en Gran Bretaña desde hace medio siglo, obtuvo el máximo galardón literario el año pasado, y sus obras están siendo reeditadas o publicadas por primera vez en multitud de países y lenguas. Después de Paraíso, que ha estado durante varios meses en la lista de los libros más vendidos, Salamandra publica una nueva edición de otro de sus títulos, A orillas del mar, su sexta novela, publicada en inglés originalmente en 2001 y en España por la editorial Poliedro en 2003 con el título En la orilla.
Gurnah está encantado con el interés que el premio ha despertado por su obra en todo el mundo, “el sueño de todo escritor”. Mucha gente le llama para hablar de sus libros o para proponerle proyectos. Pero tiene una contrapartida que señala con buen humor: “Ganar el Nobel me ha dejado sin tiempo para escribir”.
"Ya no podemos volver atrás, pero quizá a partir de ahora los autores de otros lugares fuera de Europa puedan recibir mayores reconocimientos"
Sobre el hecho de ser el quinto africano que recibe el Nobel en más de un siglo de historia, el escritor y profesor universitario opina que “esto expresa en cierta medida el escaso valor que se otorga a las producciones literarias no europeas” y “el provincianismo de la Academia sueca”, para acto seguido aclarar que no quiere criticarla y mostrar una vez más su gratitud. “Ya no podemos volver atrás, pero quizá a partir de ahora los autores de otros lugares del mundo o con otros antepasados puedan recibir mayores reconocimientos, algo que en cierto modo ya está ocurriendo”.
“Refugiado. Asilo…”
Hace mucho que Gurnah no relee completamente A orillas del mar, pero asegura que guarda “una memoria muy potente” de todos los libros que ha escrito. En esta novela aborda los grandes temas de su literatura: las consecuencias de la colonización europea del mundo y la experiencia del exilio.
Él mismo tuvo que abandonar forzosamente su país, que había sido una colonia británica hasta 1963. Tras alcanzar la independencia, Zanzíbar pasó por una revolución que persiguió a los ciudadanos de origen árabe, como es su caso. Con 18 años tuvo que abandonar a su familia y viajó hasta Inglaterra como refugiado. No pudo regresar hasta 1984.
El protagonista de A orillas del mar es Saleh Omar, un antiguo comerciante de 65 años que aterriza en el aeropuerto de Gatwick con un pasaporte falso, un cofrecito de caoba con incienso y poco más. “Soy un refugiado, un solicitante de asilo. No son palabras huecas, aunque el hábito de oírlas haga que lo parezcan”, declara el personaje, que también es el narrador en primera persona de su propia historia.
Siguiendo el consejo de quien le ha vendido el billete de avión, Saleh finge no saber el idioma, aunque se educó en una escuela inglesa. Cuando le preguntan, repite una y otra vez: “Refugiado. Asilo…”, así que los servicios sociales británicos recurren a Latif Mahmud, un poeta de la misma nacionalidad que Saleh, profesor y exiliado en Londres.
Gurnah explica que la semilla de esta novela fue una poderosa imagen que vio por televisión: “Sería seguramente en 1998. Un vuelo interno de Afganistán fue secuestrado y obligaron al piloto a poner rumbo a Londres. Una vez allí las fuerzas de seguridad convencieron a los secuestradores para que se rindieran y los pasajeros abandonaron el avión. Entre ellos había un hombre mayor con una barba gris muy poblada que le llegaba casi hasta el ombligo. Los secuestradores pidieron asilo, que era el motivo por el que habían raptado el avión. Al día siguiente, todos los pasajeros también pidieron asilo. Y yo pensé en aquel anciano de la barba. ¿Qué tendría en la mente para abandonar a su edad su país y su vida anterior? Quizá tenía razones para detestar su vida y querer comenzar una nueva”. Imaginar esas razones fue el detonante de A orillas del mar.
El desarraigo es un denominador común en la obra de Gurnah. “Es una sensación que pueden tener personas que están a solo 10 kilómetros de su casa, pero yo estoy interesado en movimientos de personas más amplios, gente que tiene que abandonar sus países, obligada por la guerra, la violencia y otras razones”, explica el escritor. “Yo también he tenido que lidiar con el desarraigo producido por estar en otro país. Es un fenómeno global que llevamos viendo muchísimos años no solo en Europa, también en América, Australia o Sudáfrica, pero ahora hay muchas personas que viajan desde el sur hacia el norte del planeta y en términos relativos es una novedad en Europa”.
Hablando de desplazamientos forzosos y desarraigo sería imposible no referirse a la guerra de Ucrania, que ha generado en menos de un mes tres millones de exiliados. “Siento compasión por ellos, qué otra cosa puede sentir uno cuando ve algo que es sin duda un ataque cruel sobre los hogares de muchas personas. Es terrible ser testigos de esto, pero en cierto modo tienen cierta suerte por una razón: muchos países vecinos han respondido con compasión, pero no todos los pueblos son así de bien recibidos”.
Exiliados de primera y de segunda
Para Gurnah, el motivo del rechazo que generan los migrantes que llegan desde los países del sur está claro: “el racismo”. “No todos los países han respondido así. Alemania lo hizo muy bien con la acogida de sirios, España y Portugal también han acogido a muchas personas, pero muchos países no. Se habla de los inmigrantes como delincuentes que están aquí para provocar daños, acabar con la prosperidad y arruinar sus cómodas vidas”.
"La literatura no puede intervenir contra la tiranía mediante la fuerza, pero sí puede aclararnos las cosas para que nosotros tomemos la decisión de luchar"
“No me resulta nada sorprendente que los europeos muestren más simpatía por los ucranianos. Son sus vecinos e incluso sus familiares en algunos casos”, continúa el premio nobel. “Pero es triste que este tipo de preocupación humanitaria no siempre se extienda a los afganos, los sirios o los iraquíes”.
Ante la urgencia de una guerra, uno puede caer en la tentación de considerar la literatura como algo inútil, pero Gurnah advierte: “Uno no puede parar un tanque lanzándole un libro. La literatura no puede intervenir contra la tiranía mediante la fuerza, pero sí puede aclararnos las cosas para que nosotros tomemos la decisión de luchar. No es habitual que una persona autoritaria lea un libro y descubra que lleva toda la vida equivocada y decida cambiar, pero lo que sí puede hacer la literatura es informarnos al resto de nosotros para que no permitamos que los tiranos abusen de nosotros”.