Nostalgia y pasos perdidos en la nueva novela de Leïla Slimani
La escritora se encierra en un museo para reencontrarse con su padre muerto en 'El perfume de las flores de noche', cuya virtud mayor es la inexistencia de argumento
19 marzo, 2022 02:31“Señora Woolf”, le dijo el narrador George Moore a una principiante Virginia Woolf, “jamás conseguirá usted escribir una buena novela totalmente desprovista de argumento”. Moore se equivocaba. Aunque El perfume de las flores de noche, de Leïla Slimani (Rabat, 1981), no es una novela, ni un ensayo, ni un texto puramente biográfico, lo mejor es la inexistencia de argumento. La breve narración es un experimento. Una divagación noctámbula sin asunto y sin amarras a partir de una sola noche en un espacio cerrado. Pero qué espacio: el Museo Punta della Dogana, de Venecia. En el ángulo entre el Gran Canal y el Canal de la Giudecca se levanta la antigua Aduana de Venecia, hoy convertido en museo, por obra y gracia de las colecciones de arte de François Pinault.
Slimani, la novelista de Canción dulce y El país de los otros, ganadora de un Goncourt y gran descubrimiento de las letras francesas, aceptó la propuesta de la editorial Stock para participar en la colección “Mi noche en el museo”. El confinamiento nocturno ocurría antes de la pandemia. Es relevante, porque la autora elogia el aislamiento y el claustro creativos, sin referirse a la condena de la reclusión obligada. A Slimani no le atrajo tanto dormir entre obras de arte sino la idea de estar encerrada: “Que nadie llegara a mí y que el exterior me fuera inaccesible”. Y a partir de esa vaga idea de detener el tiempo unas horas y en un espacio insólito surgen una serie de vagabundeos literarios, en un relato sin orden ni trama.
Los pensamientos, muchos sobre el hecho mismo de la profesión de escribir, surgen y desaparecen, o se entrecruzan y se solapan, para volver a repetirse más tarde. En este discurso narrativo, en breves capítulos, como en una fuga musical, se hilvanan recuerdos de la infancia en Rabat con la meditación sobre la soledad, se evoca el viejo cine americano que apasionaba a los padres, se reviven imágenes de las noches hirvientes de la adolescente, se asume la vivencia de no ser del todo francesa ni del todo marroquí.
Slimani también se detiene con sensibilidad en algunas obras de arte contemporáneo, aunque el arte no le interesa demasiado. Se esconde para fumar en los lavabos. Pero la emoción más intensa a lo largo de esos pasos perdidos por el museo es el recuerdo de la caída en desgracia de su padre. “Mi padre fue encarcelado en 2003 durante algunos meses en la prisión de Salé tras un proceso de varios años. Se vio envuelto, como expresidente de un banco, en uno de los mayores escándalos político-financieros que haya conocido Marruecos”.
En este libro intermitente, el interés se amplía cuanto más se hunde Slimani en su propia oscuridad
Aunque al final fue exculpado, murió al poco tiempo con una sensación de derrota. La confesión más profunda y sutil en la noche de Leila Slimani es la relación entre el padre vencido y su vocación literaria: “Al morir, mi padre me obligó a vengarlo. Me prohibió cualquier pereza, tibieza. Me puso las manos en la espalda y me empujó al vacío, como esos padres temerosos de que sus hijos sean cobardes”.
No es muy común que Leila Slimani hable de su intimidad. Lo hace con sencillez, sus reflexiones sobre la necesidad de soledad para escribir no son novedosas. Cita a Hemingway: “Los mayores enemigos de un escritor son el teléfono y las visitas”. Sólo a medida que avanza el relato y crece la noche empezamos a comprender el lento fluir de Slimani hacia la profundidad de sí misma. Es un libro intermitente, y el interés se amplía cuanto más se hunde la autora en su propia oscuridad. Asistimos al inicio de una búsqueda más honda de la música interior de la creadora franco-marroquí.