En Metrópolis: Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad, el historiador Ben Wilson (Londres, 1980) nos convida a un interesante recorrido por más de una docena de ciudades y miles de años, en el que examina los efectos buenos y malos de ese invento. Los efectos malos (“entornos duros y despiadados”) son consecuencia no tanto de las calles y los edificios como de lo que no es visible. La ciudad, desde el punto de vista del autor, es menos un almacén de arquitectura que un organismo que da forma a las criaturas que viven en ella. “Me interesa más el tejido conector que une al organismo, y no tanto su aspecto exterior o sus órganos vitales”, declara.
En los últimos tiempos, el cambio climático nos ha ayudado a repensar las ruinas de Uruk, la legendaria ciudad sumeria de 7.000 años de antigüedad, y la planificación de otros antiguos centros urbanos “como una manera de alinear las actividades humanas con el orden subyacente y las energías del universo”, escribe Wilson. En este sentido, las ciudades dispersas por el valle del Indo, en el actual Pakistán, eran paraísos de agua: no tenían templos ni palacios, pero sí graneros, salas de reunión y sistemas de alcantarillado que podrían haber sido los centros sagrados de la vida de las comunidades.
El infierno era Babilonia, o lo que ella representaba; la “Ciudad del Pecado Original”, plagada de los aspectos indeseables de la vida urbana denunciados al menos desde 2000 a.C. Un versículo de la Biblia hebrea podría figurar tranquilamente en un cartel reciente de propaganda política: “¡Ay de la ciudad de la sangre, llena de mentiras, llena de saqueos, nunca sin víctimas!”. Lo mismo puede decirse de la descripción de la ciudad que hizo Rousseau en el siglo XVIII calificándola de “depravada por la pereza, la inactividad y el amor al placer”.
El placer o, más exactamente el sexo, ha sido siempre un elemento complicado de las relaciones públicas de cualquier ciudad que repele (ver la serie pictórica Carrera de una prostituta (1731), obra de Hogarth, o atrae (la fascinación sensual de Uruk en la Epopeya de Gilgamesh).
Los capítulos de Wilson sobre las llamadas civilizaciones clásicas –Atenas, Alejandría y Roma– teorizan sobre la producción creativa de cada polis. Dinócrates de Rodas impuso una retícula de calles a la anarquía del espacio público griego e hizo de Alejandría una ciudad enciclopédica. La irregular Atenas, por el contrario, era “espontánea y experimental”. Cuando los romanos conquistaron el mundo, llevaron con ellos su entorno construido, como una subdivisión, a tierra salvaje. El baño, sostiene el autor, convirtió a los bárbaros en limpios, romanos y urbanos.
Wilson vincula el desarrollo más caótico y orgánico de Bagdad con el dinamismo que generó algunas de las ideas que Europa tardó siglos en comprender. Con su síntesis del saber griego, babilonio, persa, indio y chino contenido en las colecciones de Bagdad, Al Juarismi puso los fundamentos de las ecuaciones matemáticas que acabarían llevando a los humanos a la luna y los paquetes de Bezos a nuestra puerta.
'Metrópolis' es una empresa audaz que brinda una lectura apasionante, aunque plantee un futuro de las ciudades sombrío
En los albores del siglo XII, con las tribus cristianas y paganas luchando en las ruinas del Imperio romano, la frontera de Europa oriental era como un barrio desinvertido del siglo XXI cuando las cadenas comerciales acaban yéndose. De este sombrío paisaje surgió Lübeck, fundada por Enrique el León como la primera de lo que serían centenares de ciudades fortaleza que se beneficiaron de la guerra y se enriquecieron suministrando armas y provisiones durante el Drang nach Osten, la expansión hacia el este para purgarlo de musulmanes. Lo que llegó a convertirse en la Liga Hanseática era de hecho un cártel que utilizaba el poder económico y militar para hacer tratos que el resto de Europa no podía rechazar. Lisboa llevó el modelo de Lübeck a África y Asia, con su comercio de esclavos como combustible de alto octanaje.
Ya entrados en el siglo XVII, Ámsterdam puso en práctica una especie de metacomercio de la urbanización en el que el Gobierno conectaba a las corporaciones, los bancos y los comerciantes para crear el primer mercado de valores del mundo y los instrumentos financieros auxiliares.
Para Wilson, el arquetipo de sociabilidad es el Londres del siglo XVIII, aunque la sociabilidad de la capital quedó eclipsada por la exclusividad. La miseria está representada por Mánchester, en la que los trabajadores inmigrantes de una colonia británica (Irlanda) producían tejidos con el algodón cultivado y cosechado por personas esclavizadas en el sur del futuro Estados Unidos.
El infierno de la tierra
Engels llamó al barrio pobre de Mánchester “el infierno en la tierra”. Los ideólogos conocidos más tarde como Escuela de Mánchester creían que las políticas de libre comercio conducirían a una armonía mundial que –¡cuidado!, vamos a desvelar el final– todavía no ha llegado. Wilson acaba su recorrido en Lagos. Aquí está la urbe del futuro, en el que las ciudades se han transformado de ágoras en regiones engullendo tierra y recursos a un ritmo inimaginable. Mientras tanto, la desigualdad se extiende como una gran floración de algas.
Metrópolis es una empresa audaz que brinda una lectura apasionante, aunque, como la mayoría de las historias de ciudades, deja de lado a los amerindios. Tenochtitlán, más grande que París en el siglo XVI, se suele mencionar como un lugar conquistado por los españoles. La geografía racial en el centro de la empresa colonial europea tampoco recibe la atención debida.
En opinión de Wilson, el futuro de las ciudades es sombrío: pantanos rellenos de rascacielos para blanquear dinero; centros logísticos llenos de robots que abastecen a las ciudades de artículos producidos por procedimientos más baratos; cuidadores que tienen que hacer desplazamientos más largos y caros para ir a trabajar.
La esperanza es que empecemos a pensar en la ciudad menos como un invento técnico y más como un tejido colectivo, como ese tejido social, el entrelazamiento de vidas, experiencias y cuerpos. Ya formamos parte de él, lo sepamos o no.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips