Viaje de invierno, un título en el que “invierno” es metáfora de la vejez, según una antigua analogía de las estaciones del año y las etapas de la vida, por ejemplo, en Horacio. Un invierno del personaje que incluso se data en uno de los poemas, “A las puertas del año 74 de / mi edad”, invierno que, sin embargo, da como fruto una poesía viva, toda vez que cada nuevo día es un comienzo y así es como lo vive el yo de este viaje, quien al reunirse de nuevo con sus cosas, los muebles, los libros, etc., –“Cada mañana en su presencia reencontrada / me parece oír un mudo ‘Buenos días’”–, da la bienvenida a un día más.
Se publica este libro casi cincuenta años después de la presentación de Miguel d’Ors (Santiago de Compostela, 1946) como poeta con Del amor, del olvido (1972). Autor de un buen número de poemarios, entre otros, Poesías completas (2019), y profesor universitario de literatura, cuya jubilación no deja de mencionarse, D’Ors da aquí noticia de cómo, pese a la edad –cuando “Ya ves cómo en tu cuerpo / la vida se retira en desbandada”–, la realidad continúa ofreciendo, claro que a quien está abierto a los ofrecimientos, regalos que, aunque puedan parecer nimios a alguno, resultan sanadores: el olor de unos limones, el canto de un mirlo, la contemplación de una pareja de “pajaritos” en cortejo o el sentirse terminando un poema más, le lleva a escribir “Es como si la vida me dijera: ‘Aún escondo / cosas que no conoces. Aún puedo sorprenderte / con nuevas chispas de Belleza’”.
Con todo, no hay aquí un optimismo ingenuo, la vida trae también dolor y muerte, las noticias de la mañana dan cuenta de los muertos por la pandemia, “los abuelos / enterrados a solas”, etc., y se escribe “hay que tener el corazón estrecho / para decir ‘El mundo está bien hecho’”.
D’Ors hace gala, y este es uno de los méritos de su escritura, de una mirada irónica tanto sobre su propia obra al volver en varias ocasiones sobre sus poemas anteriores (y, por ejemplo, cita algunas de las opiniones críticas sobre ellos o anota al final de un poema que “esto mismo lo escribiste hace siglos / y quizá hasta mejor”), como sobre sí mismo. Y dice que, si hubiese que catalogar un libro donde se relatasen “nuestros agravios”, “como vieran mi papel en la obra, / lo más probable es que al final dijesen / ‘Literatura cómica’”.
“Envejecer es ir / dejando en el trastero pedazos de la vida”, se lee, pero de ese desván que es el pasado se rescatan en este Viaje de invierno abundantes recuerdos, experiencias gratificadoras que en última instancia dan sentido a la vida. Se evocan en los poemas escenas de felicidad de la infancia, las vacaciones en la playa, atardeceres en Granada, música, lecturas –la mirada atrás no oculta malos momentos, con contrapuntos no faltos de gracia–, el amor, las amistades o en fin el don de la escritura poética, un don que vuelve a dar vida a todo aquello que fue, se fue y que, en la palabra y la emoción del recuerdo, aún es.
Al repasar su vida, cuando ha empezado “a pensar en los Novísimos / (a los catecismo me refiero)” precisa, D’Ors no puede sino sentirse agradecido por todo lo que la vida le ha dado y, en cuanto creyente, entona un Te Deum –así se titula uno de los poemas, un gracias-a-la-vida–, y ese mismo sentimiento es el que late en el conjunto del libro, de manera que, a pesar de lo que había dicho sobre la frase de Jorge Guillén antes citada, el mundo, pese a las adversidades, pese al consabido final del viaje, para él ha estado, y todavía está, bien hecho.
Guijarro de la playa de los muertos
Porque no sé si encontraré palabras
que logren conservar este momento,
la luz que esta mañana parece bendecirnos
frente a este mar inmóvil, soñoliento
(“como una balsa”, has dicho tú), la calma
que las gaviotas ponen en el cielo,
nuestros cuerpos dorados, este amor tan profundo
que ya solo es posible decirlo con silencio;
porque quién sabe a dónde nos llevará la vida
con su oscura cadena de causas y de efectos,
porque el futuro es poco de fiar,
toma y guarda contigo este pequeño
guijarro gris, pulido por las ásperas
manos del oleaje. Irá corriendo el tiempo
y, aunque yo no lo haga, dondequiera que estés
él sabrá recordarte todo esto
que ahora está siendo nuestra felicidad. Y allí
lo vivirás de nuevo.