Comienza a resultar inquietante, por no decir insultante, la capacidad que muestra Jonathan Coe (Birmingham, 1961), año tras año, para parir novelas estupendas, novelas de esas que no tratan en principio de demostrar nada, novelas que por tanto no pretenden trascender artísticamente dentro de la historia de la literatura, novelas en el fondo de lo más entretenidas, novelas tan emotivas como reflexivas, novelas que no toman por tontos a los lectores, novelas escritas con una solvencia técnica apabullante, novelas en definitiva que ya casi nadie parece querer (o poder) escribir y menos cuando se es un autor reputado, como es el caso, con unas cuantas obras de renombre ya publicadas, siendo entonces lo normal dejarse llevar por el éxito, repitiendo fórmulas ad nauseam para no tener así que preocuparse por seguir dando a la imprenta nada nuevo que merezca la pena, tan solo carnaza para los fans acérrimos, no siendo este, ni de lejos, el caso que nos ocupa.
Prueba de ello es que tras la a su manera ambiciosa novela El corazón de Inglaterra (2018), Coe se nos descuelga ahora con El señor Wilder y yo (2020), un texto en aparente tono menor absolutamente delicioso que hará aún más las delicias de los lectores cinéfilos, ya que su historia gira alrededor del rodaje en Grecia de la película Fedora (1978), penúltima dirigida por el gran Billy Wilder, sí, el Wilder al que se refiere el título de esta novela.
Por sus páginas pulularán por tanto el propio Wilder, el gran guionista I.A.L. Diamond (indiscutible mano derecha de Wilder, con permiso de Charles Brackett) y un muy “crepuscular” William Holden (amén de cameos a cargo de Miklós Rózsa o incluso Al Pacino), todos excelsamente humanizados por la escritura de Coe, preocupado aquí por mostrarlos tal cual (supuestamente) fueron entre bambalinas, durante las cenas de preproducción, durante los descansos del rodaje, engrandeciendo así su figura como creadores ya fuera del agua de una industria preocupada por otro tipo de cine.
El señor Wilder y yo es una novela deliciosa que hará aún más las delicias de los cinéfilos
Para acercarse a ellos desde la ficción, Coe inventa a un personaje memorable, Calista, una joven griega que desconoce por completo el halo mítico que arrastran aquellos hombres de cine y que precisamente por ello es contratada para hacer de traductora durante el rodaje. En su infantil inopia, Calista terminará ablandando los corazones de Wilder y Diamond, para entonces dos viejos cascarrabias empeñados en hacer una última película juntos, una película en cierto modo homenaje a un mundo en vías de extinción.
El señor Wilder y yo viene así a ofrecer el relato del ocaso de dos genios vivido en paralelo al del final de un sistema de producción artística, como fue el de los estudios de Hollywood, representativo de una forma en extinción de entender la cultura, basada por otro lado en la constante batalla intelectual entre la Vieja Europa y el Nuevo Mundo, siendo la novela en última instancia un cántico a la vida cimentado de fondo en el drama de la Segunda Guerra Mundial, vivido por Wilder en primera persona.
Resulta así de lo más significativo el hermoso bucle vital que Coe regala a Wilder en la novela, a quien muestra en primer lugar mofándose de los jóvenes directores “barbudos” (en clara referencia a los Spielberg, Lucas, Coppola, De Palma y Scorsese de turno), tan necesitados de plasmar en sus películas lo violento de forma explícita, precisamente, en opinión de Wilder, porque no les tocó padecer en sus carnes violencia alguna, entroncando aquí Coe dicha reflexión con el trágico pasado de Wilder, obligado a refugiarse entonces en Estados Unidos tras la llegada del nazismo a su país, atando uno y otro momento con dos escenas de carácter biográfico de lo más impactantes. Y entre medias, toda una vida, una filmografía única, un personaje aquí parcialmente desentrañado en la ficción por un Coe en estado de gracia.