Si aceptamos la definición de pícaro que planteaba Juan Luis Alborg en su Historia de la literatura española (Gredos) según la cual se trataba de un hombre desencantado que sabía que nada valía lo que nos costaba conseguirlo, convendremos en que Félix
Margallo, el protagonista de Aquí hay demasiada gente, no llega siquiera a esa categoría. Misántropo convencido y apasionado de las pelucas, el antihéroe de la primera novela de Carlos Castaño (Barcelona, 1972) comprende precozmente que su única vocación es la de ser un pensionado, es decir, la de “no trabajar, no tener horario ni contrato, ser en la práctica un jubilado, un jubilado que consigue su pensión dando de vez en cuando algún buen consejo”.
Si a eso le añadimos golpes de un humor surrealista más que negro, personajes como una inquietante niña, una hormiga que es la mascota/compañera de Félix, o la necesidad de éste de eliminar a sus antiguos compañeros de trabajo (apenas cinco) para borrar su pasado y acercarse más a su condición ideal, comprendemos por qué, como avisa en su prólogo Ferrer Lerín, hay que leer esta novela: porque pretende demoler algunas certezas sobre la ficción.