Mario Satz, la biblioteca en el centro del relato
En 'Bibliotecas imaginarias' el autor recupera historias sobre bibliotecas de todas las épocas
7 diciembre, 2021 02:27Clásico irrenunciable de la literatura, los libros de historias de bibliotecas, que narran las vidas de lectores y de los propios textos a lo largo del tiempo siempre han gozado del favor del público. Escritor detallista, imaginativo y sorprendente, como ya demostró en obras como Paraísos pequeños (2017) o El alfabeto alado (2019), el argentino Mario Satz (Coronel Pringles, 1944) rastrea y resucita en cada uno de los 42 breves pero intensos capítulos de este libro episodios de todas las épocas protagonizados por grandes gobernantes y sabios o por humildes lectores anónimos, pero en los que siempre hay un volumen concreto y único o toda una biblioteca en el centro del relato.
Satz resucita en cada capítulo historias, conocidas o inéditas, sobre bibliotecas de todas las épocas
Megalómanos delirios o terribles incendios y deportaciones, sueños imposibles de sabios o historias de apasionantes descubrimientos, cada capítulo de este libro, narrado con un estilo bellamente literario, mezcla diferentes tradiciones para legarnos plásticas visiones de episodios conocidos, como el hallazgo de la Biblioteca de Asurbanipal, el incendio de la de Alejandría o la historia de los manuscritos de Qumrán; así como historias mucho más selectas que hablan de hongos violetas devoradores de libros, de robos de códices de Leonardo, de medievales operaciones de cataratas, de la invención del papel, de un libro hecho de espejos de cobre bruñido o de la biblioteca secreta de Quevedo o el libro que salvó Pitágoras.
Como coda, Satz cierra este periplo que mezcla realidad y leyenda repasando la historia de la biblioteca más antigua conocida en Occidente, la del tirano ateniense Pisístrato, que tras pasar de mano en mano –el persa Jerjes y los filósofos Platón, Aristóteles o Neleo la poseyeron–, fue enterrada hacia el siglo III a. C. y luego desenterrada por Sila y llevada a Roma, donde se integró en el corpus grecolatino. Y es que, como remata el autor: “La inmortalidad de un libro radica en su escritura y la inmortalidad de la escritura en la voz humana que, transcribiéndose a sí misma se zafa de las fauces del tiempo para asombro de quien todavía la puede leer”.