En las primeras páginas de su emotivo volumen de memorias de 2006, Partirás al amanecer, Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) cita un viejo dicho yoruba: “Cuando uno se hace viejo, ya no se deja enredar en batallas”. En los 15 años transcurridos desde entonces, Soyinka ha rechazado tercamente este consejo. Como activista político, el Nobel de 87 años nunca ha dejado de intervenir en el debate público, ya sea para defender la libertad de expresión, condenar el fundamentalismo religioso o romper su tarjeta de residencia estadounidense tras la elección de Trump. Como escritor, ha dado a luz ensayos y obras teatrales con notable regularidad, pero Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra es su primera novela en 48 años, y solo la tercera de su larga carrera. También es la rebelión definitiva contra el dicho yoruba, un libro que es una gran batalla, y leerlo es contemplar fascinado cómo Soyinka se da el gusto de meterse en ella.
Crónicas... es muchas cosas al mismo tiempo: una cáustica sátira política, un relato de misterio sobre un asesinato, una historia de conspiración y un lamento hondamente sentido por el espíritu de una nación. La trama —enrevesada, a veces oscura— gira en torno a un siniestro negocio por internet denominado Recursos Humanos, que vende partes de cuerpos humanos para uso privado en rituales y supersticiones. Como suele ocurrir en las sátiras, lo atroz de la premisa narrativa es producto de su proximidad a la realidad: se sabe que en Nigeria se han practicado asesinatos rituales debido a la creencia de que los órganos humanos tienen propiedades mágicas que traen éxito en los negocios y poder. Soyinka incluso cita textualmente un titular verídico de un periódico nacional: “Desarticulada una banda de 13 miembros que practicaba rituales”.
Pero la novela no está interesada solamente en la indignación; se propone algo más grande. En apariencia, se pregunta quién dirige esta macabra industria de carne humana. Entre líneas, sin embargo, analiza el estado mental de una comunidad en la que cabe esta clase particular de violencia. ¿Dónde nace esta brutalidad, qué la alimenta, cómo triunfa? Estas preguntas, de naturaleza moral, son más difíciles de responder que el enigma de quién es el asesino, y también mucho más interesantes. Si la intriga principal pierde relevancia es porque las conversaciones importantes se desarrollan en otro sitio.
Esta novela es muchas cosas: sátira política, relato de misterio, historia de conspiración y lamento por el espíritu de una nación
Una de ellas tiene lugar a media novela entre los dos personajes principales: Duyole Pitan-Payne, un ingeniero al que le gusta la buena vida, y el cirujano Kighare Menka, cuya “vieja” amistad constituye la historia más conmovedora de la novela. Siendo unos jóvenes estudiantes en Inglaterra, ellos y otros dos nigerianos formaron el Gong de los Cuatro, una especie de remedo de una sociedad secreta con lenguaje en clave y un sueño común: volver a Nigeria e intentar devolver algo a su país. La suya era una misión abstracta que tomó forma más concreta con el proyecto de Menka de construir un hospital en su pequeña y necesitada ciudad natal. Décadas después, un miembro del grupo ha desaparecido sin dejar huellas, otro ha estado en la cárcel por blanquear dinero, y Duyole está a punto de marchar rumbo a Nueva York como representante en Naciones Unidas.
En cuanto a Menka, se ha convertido en una celebridad local. En una época en la que el terrorismo asola el país y Boko Haram mata a centenares de civiles cada mes, el cirujano se ha especializado en las amputaciones, que practica a las víctimas de los atentados suicidas, e incluso ha sido premiado con una distinción civil por su dedicación a estos supervivientes y a sus cuerpos heridos. Cuando los medios de comunicación informan de la última atrocidad —el asesinato de un agente desarmado a manos de una turba enfurecida—, Menka comenta lo afortunado que es su amigo Duyole, que ya no tiene que ver esas imágenes en Estados Unidos.
Aunque “allí tienen sus equivalentes”, reflexiona el médico. “Pregunta a la población negra”. Duyole no está de acuerdo: “No hasta ese punto. De vez en cuando, sí, estalla una escena como la de Rodney King, o una orgía fascista tipo ‘no puedo respirar’. Estados Unidos es producto de una cultura esclavista, la prosperidad como recompensa por la crueldad racial. Esto es diferente. Esto, déjame que te diga, es algo que llega … una palabra que preferiría evitar, pero no puedo: al alma. Pone en cuestión la noción colectiva de alma. Algo se ha roto. Por encima de la raza. Fuera del color y de la historia. Algo se ha quebrado, y no se puede recomponer”.
Algo se ha quebrado: en esta fractura es donde se desarrolla la novela. En un lado están los Duyoles y los Menkas, seres humanos decentes que intentan desenmascarar una empresa criminal en una sociedad corrupta. En el otro están los poderes fácticos, representados principalmente por dos hombres: Papa Davina y Godfrey Danfere. El primero es un líder religioso hecho a sí mismo, el cual, tras varios fracasos picarescos a lo Moll Flanders, se da cuenta de que “solo tenía una mercancía que ofrecer: la espiritualidad”. El segundo es el menos interesante de los personajes de Soyinka: mentiroso e hipócrita, mezquino hasta la médula, es una caricatura del poder político que va por mal camino. Ambos son inquietantes, y su posible implicación en el comercio de partes del cuerpo está siempre presente entre líneas. Pero, al mismo tiempo, son objeto de constante burla. Cuando Papa Davina construye un lugar para pronunciar sus profecías, lo llama “profesitio”. Sir Goddie es el líder del Partido de la Gente en Movimiento, pero jamás reconoce el hecho de que sus siglas en inglés son POMP [pompa].
A pesar de todos sus matices sarcásticos, esta es una novela pesimista, obra de un hombre sin las ilusiones que el irónico título insinúa
Lo que quiero decir es que entiendo perfectamente que Soyinka haya elegido la sátira como medio para explorar las encrucijadas en las que se encuentran la corrupción, el fanatismo religioso, los resentimientos endémicos y un legado de fragmentación colonial. El tiempo demuestra que el humor es un mecanismo de defensa. Pero, a pesar de todos sus matices sarcásticos y sus juegos de palabras, Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra es una novela pesimista, obra de un hombre con ninguna de las ilusiones que el título insinúa con toda la ironía.
Quizá esto explique por qué el mejor capítulo tenga solo una conexión casual con la intriga principal, a menudo artificiosa: un nigeriano ha muerto en territorio austriaco, lo cual desencadena un conflicto entre varios miembros de su familia, que quieren que lo entierren donde murió, y el doctor Menka, que quiere llevar el cuerpo de vuelta a Nigeria. La novela parece cambiar de tono y de ritmo en estos capítulos; se vuelve grave, emotiva y extrañamente íntima. ¿Qué ha pasado?
Aquí los lectores veteranos de Soyinka recordarán las memorias antes citadas, Partirás al amanecer, cuyas páginas más conmovedoras son las dedicadas a la amistad del escritor con Femi Johnson, un nigeriano que murió en Fráncfort, y a los esfuerzos de Soyinka por repatriar su cuerpo contra el deseo de la familia. Crónicas casi reproduce estos hechos reales. En él el lector oye cómo la voz del autor se libera de las exigencias del género y de las constricciones del intrincado argumento que ha ideado. Cuando un enterrador se siente cercano a un médico porque “los dos trabajaban con el mismo material”, oímos a Soyinka reflexionar sobre la mortalidad. La fragilidad, la vulnerabilidad del cuerpo humano: sí, concluimos, de esto trataba la novela.