De la ascendencia que tuvo Iván Ivánovich Sollertinski en la vida (y en la obra) de Shostakóvich da cuenta esta afirmación del propio compositor: “Todo mi desarrollo se lo debo a él”. Por ese motivo la compilación de cartas que este le envió, cerca de dos centenares, constituye una valiosa aportación para profundizar todavía más en su periplo existencial y artístico. Es una pena que las respuestas de Sollertinski, polifacético erudito, no se conserven.
Aun así, el conjunto de epístolas reunidas en este libro, revela el grado de intimidad entre ambos: Shostakóvich le confiaba todo. Una de las conclusiones más llamativas que se extraen es que su apego a Sollertinski devino casi en adicción: necesitaba a toda costa sus consejos y su orientación durante los procesos creativos. Le consultaba compulsivamente porque sabía de su honestidad en el juicio y de su afilado sentido crítico, que acabó inoculándole. La exigencia de atención adquiría a veces el tono de un ruego: “Deseo que no me abandones en un momento de mi vida extremadamente difícil, porque la única persona cuya amistad yo estimo como la niña de mis ojos eres tú. Así que escríbeme, por el amor de Dios”.
Esta correspondencia nos adentra en la época del terror en la URSS y en la psique impulsiva de Shostakóvich
Imploraciones así se comprenden por la dependencia emocional del músico pero también por el periodo en que están escritas, entre 1927 a 1944. Es decir, años duros de purgas en la URSS, en los que el arte, por imperativo totalitario, también tuvo que ponerse al servicio de la causa soviética. Shostakóvich, que cayó en desgracia tras el estreno de su ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, puesta en la picota del diario Pravda por su vanguardismo aburguesado (“caos en vez de música”), sufrió una especie de exilio interior del que han corrido ríos de tinta (algunos desmienten la severidad del régimen sobre el compositor).
Las cartas ofrecen un material rico para reconstruir con más matices aquella época tortuosa al tiempo que permiten adentrarse en la psique impulsiva e inquieta, siempre en guardia, del autor de la Sinfonía Leningrado. Más documentación de primera mano, pues, para conocer su aventura creativa en la aguas turbulentas y traicioneras del estalinismo.