Recientemente los reyes de España, acompañados por el presidente del Gobierno y el lendakari, han inaugurado en Vitoria el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Lo dirige el periodista Florencio Domínguez Iribarren, que ha sido durante muchos años director de la agencia de noticias Vasco Press y ha publicado libros fundamentales sobre el terrorismo de ETA. Como ha destacado Antonio Rivera, catedrático de la Universidad del País Vasco, ese centro resulta tan incómodo como necesario. Incómodo porque buena parte de la sociedad vasca, que prefirió mirar hacia otro lado durante los años en que ETA asesinaba, desea ahora olvidar. Necesario no sólo por respeto a la dignidad de las víctimas, sino porque no debemos olvidar que el terrorismo representa un ataque a la democracia y al Estado de Derecho.
La inauguración del Centro es representativa de la atención que, en los últimos años, el Estado español viene prestando a las víctimas, tras décadas de desamparo. En nuestro país sería hoy inconcebible la insensibilidad de las autoridades británicas que en 2017 tardaron cuatro días en confirmar a sus padres la muerte de Ignacio Echevarría, el héroe español que se enfrentó a varios terroristas para defender a una mujer, usando como arma su monopatín, que hoy se conserva en el Centro Memorial de Vitoria. Los investigadores españoles del terrorismo también han comenzado a poner el foco en las víctimas, como lo demuestran los recientes libros de María Jiménez sobre la fundadora de la primera asociación de víctimas (Ana María Vidal-Abarca, el coraje frente al terror, Catarata, 2020) y de Pepa Bueno sobre dos niños que perdieron a su familia en 1987, en el ataque al cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza (Vidas arrebatadas, los huérfanos de ETA, Planeta, 2021).
El responsable de las actividades de investigación y documentación del Centro es Gaizka Fernández Soldevilla (Baracaldo, 1981), autor de varios estudios importantes sobre la historia reciente del País Vasco y coordinador con María Jiménez de una reciente obra colectiva sobre cómo los terroristas de distinto signo dificultaron la consolidación de la democracia en España (El terrorismo contra la Transición, Tecnos, 2020). En El terrorismo en España ofrece por primera vez una historia completa de este fenómeno desde 1960, el año en que un grupo radical hispanoportugués provocó la muerte de la niña Begoña Urroz, reconocida como primera víctima por la ley de 2011, hasta los últimos atentados producidos en nuestro suelo, los de Barcelona y Cambrils en el verano de 2017.
Esta obra se caracteriza por su amplia cobertura, su ponderación y su capacidad de combinar el rigor académico con la evocación de las víctimas
Tres rasgos caracterizan esta obra: su amplia cobertura, que no deja fuera ninguna actividad terrorista, incluidos los atentados cometidos por grupos cuya existencia nadie recuerda; su ponderación, que le lleva a no hacer distinciones entre unas víctimas y otras; y su capacidad de combinar el rigor académico con la evocación personal de algunas de las personas que vieron truncadas sus vidas por fanáticos asesinos de distinto signo. Para ello el libro alterna capítulos de análisis temático con breves biografías de distintas víctimas, gracias a las cuales se capta el horror que no puede reflejarse en las frías estadísticas de muertos y heridos, que Fernández Soldevilla también proporciona.
Su libro no rehúye los temas más controvertidos ni tampoco las víctimas cuya inclusión pudiera resultar polémica. Dedica unas páginas a Melitón Manzanas, el inspector de policía con fama de torturador asesinado por ETA en el verano de 1968 (recreado de manera magnífica por Antonio de la Torre en la serie televisiva de 2020 La línea invisible). Y también las dedica a José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, dos miembros de ETA que en 1983 fueron secuestrados en Francia, bárbaramente torturados y finalmente asesinados. Un crimen cuyos autores materiales e intelectuales fueron condenados por la Audiencia Nacional en 2000, entre ellos el entonces general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, que había estado al frente de la Comandancia de la Guardia Civil de San Sebastián, una de las más castigadas por el terrorismo. Ni Manzanas ni Lasa ni Zabala merecían su trágico destino.
La valoración del terrorismo antiterrorista de los GAL y sus predecesores por parte de Fernández Soldevilla es nítida: fue un delito gravísimo que denigró el Estado de Derecho, sin que la complaciente actitud que hasta entonces habían mostrado las autoridades francesas respecto a la presencia etarra en su territorio pueda darle justificación moral. La derrota final de ETA y de las otras bandas terroristas no se logró mediante atajos criminales, sino por los prolongados esfuerzos de legisladores, jueces, agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Muchos de ellos pagaron con su vida ese servicio a España y a los españoles.
Fernández Soldevilla ofrece un dato estremecedor: a día de hoy 307 asesinatos perpetrados por ETA han quedado impunes
El balance total de la violencia etarra fue de más de 853 asesinados, al menos 2.632 heridos y 86 secuestrados. A ello añade Fernández Soldevilla un dato estremecedor: muchos de los crímenes terroristas han quedado impunes. Sin contar los casos cuya responsabilidad penal fue borrada por la ley de Amnistía de 1977, no han sido condenados los autores materiales de 307 asesinatos perpetrados por ETA, 37 por los GRAPO y 18 por yihadistas. Además, algunos de los condenados fueron pronto indultados. Tras la disolución de Terra Lliure, los gobiernos de González y de Aznar indultaron en 1996 a 18 miembros de grupos terroristas catalanes, incluidos quienes en 1987 provocaron la muerte de Emilia Aldomà, cuando dormía junto a la pared de su casa que colindaba con el juzgado de Borjas Blancas, en el que habían colocado un artefacto explosivo.
Esa impunidad parcial no es un fenómeno específico de España, sino que se ha dado en otros países. Baste recordar el caso de Italia, cuya justicia ha sido incapaz de esclarecer la mayoría de los horrendos atentados indiscriminados, de matriz neofascista, que se produjeron entre 1969 y 1980. Tampoco lo es, recuerda Fernández Soldevilla, el propio fenómeno terrorista que nos ha afectado durante más de medio siglo, que se inscribe en dos grandes oleadas terroristas mundiales: la surgida en los años 60, en buena medida de inspiración ultraizquierdista, que declinó a fines del pasado siglo, y la yihadista, que ya tiene cuatro décadas de existencia. ETA y los GRAPO forman parte de la misma oleada que el IRA o la UVF irlandeses, las Brigadas Rojas italianas o los terroristas japoneses. Y por supuesto, los yihadistas que mataron en Madrid o Barcelona, forman parte del mismo movimiento que ha causado decenas de miles de víctimas, en su mayoría musulmanas, en docenas de países. El terrorismo es un fenómeno global.
Fernández Soldevilla ofrece también información sobre temas casi desconocidos. Tras el revuelo creado por la estancia en España del líder del Polisario y la injustificable reacción del gobierno marroquí, es por ejemplo interesante saber que, según datos del ministerio del Interior, esa organización saharaui fue responsable de la muerte de 21 españoles entre 1975 y 1981, en su mayoría mineros y pescadores, aunque la Audiencia Nacional no ha estimado que se tratase de atentados terroristas. A veces se dice que, tras la derrota del terrorismo, comienza la “batalla del relato”. No se trata de eso, sino de establecer la verdad de los hechos y este libro contribuye a ello.