El efímero hogar de versos de Andrés Neuman
Brillante, con frecuentes imágenes inesperadas, 'Casa fugaz' sitúa al autor entre los más lúcidos poetas contemporáneos
2 febrero, 2021 10:05Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), hijo de músicos argentinos exiliados, se afincó en España a sus catorce años. Su obra literaria editada incluye nueve libros de poemas, seis novelas, diversos volúmenes de cuentos, aforismos y ensayos, además de un diario, un tratado sobre el cuerpo o un diccionario satírico. Ha obtenido premios prestigiosos: el Federico García Lorca, el Hiperión, el Alfaguara, el Firecracker Award. En 2008, Acantilado publicó la primera recopilación de su poesía: Década (1997-2007).
Casa fugaz contiene versos escritos por Neuman entre 1998 y 2018. Se añaden unas páginas redactadas en 2020. El conjunto es analizado con perspicacia, en un prólogo titulado “Seis fragmentos de bienvenida”, por la poeta y profesora Erika Martínez. Esta nueva recopilación se divide en cuatro secciones. La inicial (“Poemarios”) ya encierra las características de una escritura que combina reflexión y potencia imaginativa.
Con nitidez expresiva, el autor busca el envés de las apariencias. Debe cuidar las raíces de un sauce encorvado, acaricia un fantasma, menciona una espalda sembrada de relojes y una hoja que resbala en el jardín de un cementerio. También se refiere a los roedores escondidos en un autorretrato, a un frutero que estalla, a los roces nocturnos. Dice que es elevado por las mujeres (una lectora, una “chica corriente”). Homenajea al poeta bosnio Izet Sarajlic. Abre y cierra en su memoria las calles de Buenos Aires, con mercados, pozos, bailarinas, balones. No faltan los helicópteros y cavernas del terror. Pronto asoma la primera advertencia: “La juventud no acaba con la edad / sino con la certeza de algún daño”.
Observando a unos animales (avispas, caracoles, transeúntes que ladran), Andrés Neuman retrata a los hombres como viajeros transitorios. Junto a una lupa que aumenta el silencio de su maestro José Viñals, un tambor de preguntas o un cajón de luz, repite con sutileza su obsesión por el tiempo que pasa. Sin pesadez, ahí está una lagartija llamada futuro. El escritor encuentra balas en el calendario mientras cada uno de los minutos de nuestra vida cae como una guillotina. ¿Cuál es su respuesta?: “Celebrar que ignoramos el destino. / Tomar un día libre / entre tanto trabajo de la muerte”. En la segunda sección, “Series poéticas”, el autor medita evocando a un jugador de billar, un antílope, un patio de locos. Diez poemas se inician con las mismas cuatro palabras: “No sé por qué”.
Brillante, con frecuentes imágenes inesperadas, 'Casa fugaz' sitúa a Neuman entre los más lúcidos poetas contemporáneos
El tercer apartado de la obra reúne veinticinco haikus, cinco de ellos son editados por primera vez. Las gotas negras o de sal son el símbolo elegido por Neuman para comprimir sensaciones. Ingredientes modestos (un hilo de agua, una hiedra joven, la lluvia hecha astillas, una luciérnaga, una bombilla) crean su asombro. Los detalles de la vida cotidiana transmiten un consejo al poeta: “no escribas ruido”.
“Poemas inéditos” es la sección final del libro. Sus textos coinciden en el rechazo de la tristeza. El autor nos comunica que en la tristeza vibran baratijas y el “espejismo / de una sabiduría”. Los ciento cuarenta y dos versos de “Canto de ti”, dedicados a Erika Martínez, impresionan por su sinceridad y precisión. El hijo futuro es esperado en “Hipocampo sin nombre”. Y, como un fondo inevitable, Neuman percibe de nuevo la fugacidad: “Iré perdiendo así cada palabra, / canjeada por dolores, / hasta quedar sin léxico ni cuerpo, / fantasma de la lengua, / puro yo nadie”. Para terminar, el ingenio es la espuma de la tragedia descrita en “Génesis, Covid 19:1”.
Brillante, con frecuentes imágenes inesperadas, Casa fugaz sitúa a Neuman entre los más lúcidos poetas contemporáneos. Viaja en buena compañía: Ada Benso Huguet firma la delicada ilustración de la cubierta de un libro editado con esmero.
EL TOBOGÁN
Ya comienzo a notar
una aceleración ajena de los años,
un vislumbre borroso, la antesala
del tobogán, siempre más breve
de lo que el niño desearía
y más veloz de lo que el hombre espera.
Soy, según dicen, joven, y no obstante
ya comienzo a notar esta aceleración
extraña, que no es mía, que es del tiempo
y planea arrastrarme, sin hacerme preguntas,
hasta un parque de arena y hierba seca
donde, impulsado a ser el niño que dejé,
subo la escalerita y caigo
al encuentro del hombre que me aguarda,
familiar, con los brazos abiertos.