El arte de contar con fluidez que imanta distingue a buena parte de la obra de Martín Casariego (Madrid, 1962). Ese instinto natural, fortalecido con una técnica solvente, alcanza máxima eficacia en Yo fumo para olvidar que tú bebes. El engañoso resultado inmediato es una historia de apariencia muy simple, entretenida y sin pretensiones. El propio título, en línea con otros del autor no menos juguetones (sólo recordaré Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero), apunta en tal sentido. Sin embargo, semejante fachada disimula notable espesor.
Durante bastantes páginas encontramos solo una historia amena e interesante. Sabemos, en su propia boca, las peripecias del romántico veinteañero Max Lomas, guardaespaldas privado, oficio que supone una variante de los habituales entre los protagonistas de la novela criminal, género en el que se inscribe el libro de Casariego. Sus capítulos alternan el trabajo en San Sebastián de Max, y de su tortuoso compañero Alfredo García, como escolta de un profesor universitario de filosofía amenazado por ETA, con el amour fou en Madrid por Elsa.
Esta trama de amoríos y aventuras se complica mucho y pasamos a un relato de intriga, misterios y violencias (no solo la etarra) donde el autor muestra su capacidad para urdir una narración intrincada. García siente también inclinación por Elsa, lo cual añade rivalidad y desconfianza. Max se enfrenta a otro admirador de la chica y a su grupo de pandilleros y el asunto lo liquida con fríos asesinatos. Entre los escoltas se descubre a un confidente de los terroristas y de nuevo se produce un asesinato como venganza. Y una trampa al custodiar a un narcotraficante pone a Max en situación límite.
Casariego ha creado un buen personaje, para, a través de él, hurgar en la realidad y hablar de dimensiones importantes de la vida
He anotado estos episodios para dar idea de la clase de materiales propios y distintivos de la serie negra que se instrumentalizan al servicio de un texto que persigue mayores honduras, llegando incluso a los mismos límites de la novela de pensamiento y reflexión. La verdad y la mentira, sintetizadas en la dimensión engañosa de la realidad, desempeñan un papel tan importante que se convierten en leitmotiv del libro. La incertidumbre de las apariencias aprisiona a los personajes. En paralelo se aborda el dilema de cómo resolver desde una perspectiva moral la delgada frontera que separa el crimen y la ley. En fin, se repite la falsedad sentimental, en el amor o en los afectos. De tal modo, la imagen global del mundo que se percibe desde la caverna platónica a la que el protagonista se refiere expresamente resulta muy cruda y negativa. Pero no desesperanzada. Max sale del engaño y el fracaso con la determinación de sobrevivir.
Pero esta novela diríamos que filosófica elude la especulación y la retórica. Su mundo de ideas se despliega por medio de las opiniones de los personajes, en particular de Max. La ideación del personaje lo permite. De familia rica, ha renunciado a las expectativas de su clan y ha optado por una vida de acción y riesgo. Pintor, estudiante de Bellas Artes, con una nutrida biblioteca en su casa, apostilla toda circunstancia con un rosario de citas y alusiones literarias, cinematográficas y plásticas. No se trata de exhibición culturalista sino de un afortunado recurso formal que Casariego maneja con gracejo. Los sucesos, por otra parte, tienen un plástico complemento en su localización en los tiempos de la Movida, con oportunas descripciones locales.
Casariego ha creado un buen personaje, para, a través de él, hurgar en la realidad y hablar de dimensiones importantes de la vida, la juventud, el amor, el fracaso o las ilusiones. Esperamos con el interés que despiertan estas primeras andanzas de Max Lomas sus siguientes “aventuras y desventuras”.