La literatura puede tener un valor catártico como ya dijeron los clásicos. Este carácter purgativo se acrecienta cuando el autor habla sobre sí y el lector, paralelamente, ve en la obra algo que refleja su acontecer vital. Es lo que sucede en Los apóstatas, trabajo con el que Gonzalo Celorio (México, 1948) cierra la trilogía 'Una familia ejemplar' (denominación irónica en alusión a su propio linaje) que inició con Tres lindas cubanas (2006) y continuó con El metal y la escoria (2015).
De los tres, Los apóstatas es, sin duda, el más comprometido porque recoge episodios vergonzosos que sucedieron en la infancia del autor. En cualquier caso, y a pesar de lo escabroso de algunos hechos, su importancia en el desarrollo de la historia es relativa, es decir, que la intención última del texto no es contarlos, sino tratar de explicar la personalidad y el desarrollo existencial de dos de los hermanos del escritor, y que para hacerlo este tiene que transitar por escenarios de indecoroso y lacerante recuerdo.
Eduardo y Miguel son dos personajes inmensos y Gonzalo Celorio los potencia con un relato pormenorizado y sutil, valiente y honrado, amoroso y crítico que está maravillosamente bien escrito. Nacidos en una familia modesta de doce hijos, los protagonistas dedican los primeros años de su vida a una disciplina religiosa (marista uno, dominico el otro) que abandonarán con el paso del tiempo para abrazar el marxismo evangélico de la teología de la liberación en el caso de Eduardo y un academicismo universitario algo irregular en el de Miguel.
Heterodoxia, valentía, amor, crítica y dolor, todo tiene un espacio en este espléndido relato que cierra la trilogía familiar de Celorio
Desde el punto de vista genérico, el volumen es un ejercicio de creación miscelánea que combina historia, biografía, autobiografía, memoria, escritura epistolar, oralidad y novela, denominación esta última que le atribuye el autor al conjunto en numerosas ocasiones. Y contiene, en su primera parte, una reflexión teórica sobre la categoría “novela” en la que se incluyen su escurridiza definición, algunos de sus componentes esenciales (entre ellos los vínculos entre ficción y realidad) y un ejemplo activo de "obra en progreso" porque no son pocos los fragmentos en los que se especula sobre el propio texto mientras se muestra cómo se construye.
A pesar de la mixtura y, sobre todo, de los referentes reales constantemente recalcados, la obra se lee como una novela no solo porque el narrador se reafirma en ello con notable insistencia, sino también porque hace tan interesante lo que cuenta que el lector se abandona a la historia en su deseo de conocer el desenlace de los episodios parciales, olvidándose de las especulaciones sobre el género o sobre cualquier otro enigma que lo aparte del contenido.
Sin dejar de lado lo formal, el uso de las personas gramaticales en referencia a los protagonistas reclama una mención específica: tú y él se intercambian con naturalidad y el hecho, aparentemente extraño, contribuye a la coherencia de una creación en la que abundan las combinaciones híbridas. Heterodoxia, valentía, amor, crítica y dolor, todo ello tiene un espacio en este espléndido relato.