Thomas Cromwell, un espía en la historia
Hilary Mantel pone punto final a su trilogía sobre la época de Enrique VIII con 'El trueno en el reino', un millar de páginas que cuenta la historia a ojos del secretario real
21 septiembre, 2020 09:21Cerca del final de Una reina en el estrado, la segunda novela de la trilogía de Hilary Mantel (Glossop, Reino Unido, 1952) sobre los Tudor, el verdugo de Ana Bolena recoge del patíbulo la cabeza de la ejecutada y “la envuelve en un metro de lino como a un recién nacido”. A Thomas Cromwell, secretario de Enrique VIII y artífice de la confabulación que acabó en la muerte de la reina, le queda el temor de no tardar en caer él también víctima de la manipulación de los volubles afectos del rey por parte de sus enemigos. Pero Cromwell decide atacar. “Dejémosles que intenten derribarlo”, escribe Mantel. “Lo encontrarán acorazado, atrincherado, aferrado al futuro como una lapa”.
El trueno en el reino, tercera y última novela de la serie iniciada en 2009 con En la corte del lobo, es otra panoplia de los Tudor repleta de personajes y vista en su totalidad a través de los ojos de Cromwell, un hombre de un carácter tan laberíntico como los corredores del palacio bajo su supervisión. Adornado con nuevos títulos y receptor de un cúmulo de nuevas propiedades, el canciller es un viudo “demasiado útil para estar triste”, al menos durante mucho tiempo. En medio de los desastres conyugales y teológicos desencadenados por el rey, lo agitan los recuerdos infantiles de su brutal padre herrero, de sus días de juventud en Europa como mercenario y del tiempo pasado al servicio del cardenal Wolsey, el todopoderoso lord canciller que acabó defenestrado por el rey. El pasado puebla el presente hasta tal punto que la autora incluye a los muertos en el elenco de personajes de la trilogía.
La corte de Enrique VIII es un pequeño mundo de terror, más orwelliano que antiguo a pesar de la espléndida ornamentación de época de la autora. Los rumores fantásticos y el capricho real generan su clima. Las caídas en desgracia son repentinas, y a menudo fatales. Enrique, que ocupa el trono desde hace un cuarto de siglo, es un Gran Hermano muy humano, no carente de vergüenza pero bañado en autocompasión, que está alcanzando nuevas cotas de grandiosidad. Hans Holbein piensa que es fácil de retratar porque “su rostro posee el brillo de quien se maravilla de sí mismo”. No obstante, su cuerpo se vuelve gordo y flojo. Cromwell lleva en secreto un Libro de Enrique, una especie de versión personalizada de El príncipe de Maquiavelo, en el que puede idear estrategias para lidiar con las vanidades de su rey.
Con toda su trama política, la novela deja huella principalmente por su maestría en el retrato, con Cromwell retándonos a cotejar sus valoraciones
Aun con la gran cantidad de amenazas que acechan a Enrique, Cromwell saca tiempo y espacio en su casa para una procesión de “chicos bulliciosos” en los cuales ve la combinación de duros golpes y coraje que hizo posible su ascenso en el mundo. Hay en el personaje una ternura que alcanza incluso a aquellos a los que tiene que arruinar, matar o amenazar con la tortura. Algunos de los mejores momentos de la novela relatan sus discusiones con Mary, la hija católica de Enrique y Catalina, en los que la presiona para que jure obediencia a su padre en vez de arriesgarse a ser utilizada por quienes desean anular la reforma anglicana.
Cromwel tiene que tener siempre en mente los matrimonios del rey. La unión con Ana de Cléveris tiene sentido político: Enrique necesita el apoyo de los gobernantes alemanes, entre ellos el hermano de Ana, contra el emperador y el rey francés. Desde el punto de vista teológico, el asunto es delicado. Los alemanes quieren que Enrique vaya más lejos con su reforma, pero el rey parece cómodo con Roma en lo que a doctrina se refiere.
Con toda su trama política y literaria, la novela deja huella principalmente por su maestría para el retrato, con Cromwell retándonos a cotejar sus valoraciones interpretativas con la enorme cantidad de conocimientos sobre sus preocupaciones, sus inclinaciones y sus manías que hemos acumulado. Uno de los puntales de la trilogía es Eustace Chapuys, embajador del emperador en Londres y gran defensor de Catalina. Chapuys es, al igual que Cromwell, un funcionario consumado. Entre sus enfrentamientos y subterfugios profesionales, a ambos les falta poco para poder tratarse sin reservas ni inhibiciones.
Mientras que ellos prefiguran la sociedad meritocrática actual, Thomas Howard, duque de Norfolk, representa el espíritu de la “sangre antigua” y la tierra. Al igual que la familia Pole, considera a Enrique un advenedizo y a Cromwell, una masa nauseabunda surgida de un desagüe. Los dos hombres no pueden evitar atacarse verbal y hasta físicamente. “Me parece que os gusta ser de baja cuna”, le dice el duque a Cromwell, un personaje extraordinariamente redondo, tras el que se percibe el celo que pone la autora en esculpirlo.
Después de la hazaña de Mantel es probable que el lector se niegue a ver la historia a través de otros ojos que no sean los de Thomas Cromwell
La trilogía En la corte del lobo probablemente sea el mayor logro de la última década en el género de la ficción histórica; los dos primeros volúmenes fueron galardonados con el Premio Booker. Sin embargo, después de Una reina en el estrado, la empresa, al igual que Enrique, ha aumentado de peso y prepotencia. El último libro parece algo sobrecargado aun cuando la brillantez de la autora es evidente.
Al final, la caída de Cromwell devuelve a la novela un impulso brutal. Tras el dilatado y meticuloso relato que las ha precedido, las últimas 75 páginas del libro pueden parecer apresuradas, pero la velocidad es artísticamente apropiada para la brusquedad del asunto. Justo después de que se le concediese el título de conde de Essex, el suelo cedió bajo los pies de Cromwell. El estadista siempre había sabido que Enrique “utilizaba a las personas hasta agotarlas”, y ahora había llegado su propia fecha de caducidad. Cromwell fue responsabilizado del fiasco de Ana de Cléveris, además de una serie de nuevas amenazas al reino. En ese momento “el rey cambia de humor como abril de tiempo. Los hombres cambian de religión como de abrigo. (…) Estamos jugando al ajedrez en la oscuridad”.
Sin embargo, hay suficiente luz para que sus viejos enemigos, incluido Norfolk, divisen una abertura para ellos. Los interrogatorios son rápidos, y las respuestas de Cromwell, sarcásticamente magníficas. Ha sido maltratado, despojado de su poder, de sus documentos y sus propiedades, y el proceso “se ha organizado con tanto esmero que se diría que ha sido obra suya”. Cromwell es condenado a la Torre, donde leerá la Preparación para la muerte, de Erasmo, y recibirá la visita de los fantasmas de Wolsey y Tomás Moro. Cualquier esperanza en la indulgencia de Enrique se demostrará tan estéril como la de Ana Bolena. Al rey le esperan otros dos matrimonios, pero aquí termina también la historia de Enrique. Después de la hazaña de Mantel, es probable que el lector se niegue a ver la historia a través de otros ojos que no sean los de Thomas Cromwell.
© New York Times Book Review
Traducción: News Clips