Stella Goldschlag, la judía que enviaba a sus correligionarios a las cámaras de gas
Takis Würger publica en España 'Stella', sobre una de las figuras más siniestras de la época nazi. El libro causó un gran revuelo mediático en su país y fue atacado duramente por una parte de la crítica
10 septiembre, 2020 09:45Cuenta Takis Würger (Hohenhameln, 1985) que una noche, hace cinco años, acababa de salir de ver el musical Cabaret cuando oyó por primera vez el nombre de Stella Goldschlag. Había ido al teatro con un amigo y éste le dijo que la obra, con su “mezcla fascinante de terror y belleza”, le había recordado a la vida de aquella mujer que, hoy sí, y en parte gracias a su novela, conoce cualquier alemán medianamente informado. “No había oído nunca su nombre —recuerda ahora el escritor y periodista del Spiegel—, pero lo busqué en Google y aquella misma noche supe que quería escribir una novela inspirada en esa figura histórica”.
La novela se titula Stella (Salamandra) y llega esta semana a las librerías españolas. Aunque el libro no pretende reflejar con fidelidad los hechos, sí nos muestra quién fue y qué hizo Stella Goldschlag, y hasta qué punto se justifican las leyendas que circulaban sobre ella por el Berlín en guerra.
Nacida en el seno de una familia judía, Stella era una mujer inteligente, atractiva y con un aspecto que encajaba en los cánones de la mujer aria: era rubia, de piel blanca y ojos azules. Ella y su familia no fueron deportados ni habían podido huir antes de que el gobierno declarara Berlín “libre de judíos”, por lo que permanecieron ocultos hasta que el 2 de julio de 1943 la Gestapo arrestó a Stella. Después de torturarla, la temible policía secreta de Hitler la reclutó para su causa y esta demostró ser su mejor agente. Pero, por espectacular que parezca, el caso de Stella no fue único y, según contaba Sven Felix Kellerhoff en Die Welt hace unos meses, recientes investigaciones históricas apuntan a que alrededor de veinte berlineses “perseguidos por razones raciales” colaboraron activa y continuadamente en la caza de judíos, haciendo así el trabajo de una Gestapo que, proporcionalmente, tenía pocos efectivos en la capital del Reich.
La Gestapo le prometió a Stella que salvaría a sus padres si ella entregaba a sus correligionarios, pero la Gestapo, como era habitual, no cumplió su promesa. “La Stella histórica se encontró con apenas veinte años en una situación atroz y moralmente compleja —explica Würger—: ¿estaba dispuesta a colaborar con los nazis para salvar a sus padres de la deportación? Desde el principio, yo no sabía la respuesta a esa pregunta. Y estaba seguro de que nunca la sabría”.
Sin necesidad de entrar a valorar sus razones, lo cierto es que el celo con que Stella se aplicó a la tarea resultó ser espeluznante. Durante meses se dedicó a engañar a otros judíos que conocía, iba a los barrios donde sabía que se ocultaban, los engatusaba, quedaba con ellos y en su lugar se presentaban los agentes. Würger elude juzgar, dice, a su personaje, y asegura que en su libro quiso centrarse “en la cuestión de la culpa individual”.
Es difícil saber ni siquiera el número aproximado de judíos que Stella denunció y entregó a la policía. Las cifras más modestas dicen que fueron trescientos; hay fuentes que apuntan a que fueron miles. La mayoría acabaron en Auschwitz. Después de la guerra, Stella, que cambió cinco veces de apellido (por sucesivos matrimonios), se convirtió al cristianismo y ahondó en un antisemitismo de conversa hasta su muerte en Friburgo, al sudoeste de Alemania, en 1994.
Würger pasó dos años investigando a Stella, buceó en archivos de Alemania, Israel y en campos de concentración como Auschwitz. Sobre el carácter de Stella, dice: “Hoy sigue siendo un misterio cómo era y lo que pensaba sobre su destino. Yo no lo sé. Como tampoco he vivido sucesos tan graves como los que ella vivió, no querría aventurar por qué hizo lo que hizo”.
La novela de Würger, por lo demás, prefiere ahondar en una historia de amor ficticia entre Goldschlag y el protagonista, un joven suizo que viaja a Berlín en busca de experiencias vitales. Würger dice que su libro se “inspira” en la vida de Stella, y el verbo no está elegido gratuitamente. No en vano, el libro levantó una de las mayores polvaredas mediáticas de los últimos años en Alemania. Le reprocharon falta de rigor histórico. Periódicos como Die Zeit o el Frankfurter Allgemeine Zeitung acusaron al periodista de haber hecho una novela kitsch sobre el Holocausto; un crítico del Süddeutsche Zeitung dijo que el libro era “un insulto, una ofensa”. Otros le acusaron de falsear el Berlín de la época y de presentarlo como una ciudad repleta de clubs donde era posible vivir como si nada ocurriera. Por si fuera poco, un abogado que decía representar los intereses de los herederos de Stella demandó al autor y dio varias entrevistas donde exigía que se prohibiera la distribución del libro.
¿Cómo vivió él toda aquella polémica? “Por supuesto, me gustaría que la gente, sean críticos o no, leyera mis libros con provecho”, comenta. “A algunos críticos no les ha gustado mi novela. Forma parte del juego. El caso del abogado es distinto, fue un capítulo muy desagradable. Pero duró poco. Stella Goldschlag no tiene herederos. No sé qué quería ese abogado, pero su denuncia recibió muchísima atención. Un tribunal alemán la analizó y no encontró motivos para abrir un proceso, de lo cual me alegro. Que se lea el libro es ahora lo único que me importa”.
Würger sabía, dice, que, debido al tema, su libro sería “observado con detalle en Alemania”. “Alemania es el país de los victimarios. Creo que es nuestro deber ser especialmente sensibles con el recuerdo de la Shoah. Las discusiones en torno a mi novela han mostrado que esto funciona, y por eso estoy agradecido”, afirma. Uno de los argumentos con que Würger respondió a quienes atacaron su novela es que, según él, cada generación de escritores debe ensayar aproximaciones distintas a la memoria del Holocausto. “Debemos encontrar un tono propio y ese tono hoy es distinto al tono de 1950”, comenta. Si lo ha logrado o no es algo que ahora les toca juzgar a los lectores españoles.