Suele decirse que las grandes novelas nos brindan un microcosmos capaz de reflejar un mundo entero. Es el caso de la impresionante y celebrada Todo en vano, de Walter Kempowski (1929-2007), que publicó esta obra maestra tan solo un año antes de su fallecimiento. El microcosmos del que todo parte sucede en un tiempo y en un lugar muy concretos: el terrible invierno de 1945, durante el gran éxodo de los alemanes del Este, con la Segunda Guerra Mundial perdida y los rusos acercándose ya desde la frontera. El escenario principal es la gran hacienda, la casa solariega Georgenhof, de los Von Globig, una familia aristocrática prusiana.
En el momento de la acción –finales de una guerra que ya lleva seis años azotando Europa–, el marido, Eberhard von Globig, se encuentra destinado como oficial de intendencia en Italia. En la enorme casa viven solo la esposa (la hermosa, solitaria y melancólica berlinesa, morena de ojos azules Katharina), su hijo Peter, de doce años, una tía lejana, “la tiíta”, que hace de ama de llaves, y algún personal de servicio: polacos, ucranianos, a cargo de las cocinas y los establos… Kempowski pone en marcha un gran artefacto, una novela coral en veinticuatro secuencias donde comparecen con maestría una serie de figuras que entran, salen o circulan por la finca en esos días. El resto de la acción la compone la trágica huida ante la amenaza soviética, la pérdida absoluta de todos y de todo.
El autor, nacido en 1929, era un adolescente en aquellos momentos, de ahí su inmenso y desbordante conocimiento de los hechos, a lo que se sumó que Kempowski, desde los años ochenta, abordó un descomunal proyecto, Das Echolot, testimonios de la Segunda Guerra Mundial que dieron lugar a diez volúmenes publicados durante veinte años. La vida del propio escritor, uno de los más importantes de la posguerra alemana junto a Böll, Grass, Siegfried Lenz o Sebald, fue también digna de novela. Tras la guerra, en 1947, Kempowski visitó a su madre en Rostock, su ciudad natal, al Este de Alemania. Fue detenido por los soviéticos, acusado de espionaje y condenado a veinticinco años, de los que cumplió ocho. Tras esta experiencia, regresó a Hamburgo y se hizo maestro de primaria.
La galería de personajes que comparecen en el gélido paisaje bajo cero de esta novela termina tejiendo y componiendo la voz del pueblo alemán de aquellos días: aves de paso como el economista/coleccionista Schünemann, el “pintor artístico”, la violinista Gisela Strietzel (convencida aún de la victoria nacionalsocialista), el soldado manco Hofer, el fiel y pedante profesor Wagner, el peligroso e inquietante nazi Drygalski (que ejemplifica como pocos el ascenso de los mediocres con el impulso del Partido), el judío Hirsch y la peligrosidad de darle cobijo, el maestro Hesse, o la megalomanía de un supuesto barón báltico y su esposa…
Kempowski es uno de los grandes narradores centroeuropeos de posguerra, cuya escritura el gusto por contar, el trazo fino de quien sabe poner cada nota en su sitio
Pero Kempowski sabe hacer visibles también a esos misteriosos obreros de traje de rayas que trabajan en la fábrica de ladrillos o en la construcción de barreras de contención para la ofensiva soviética, o muestra los absurdos intentos de mantener la calma, el orden y la burocracia mientras todo se desmoronaba entre pillajes, robos e indignidad. La propia mansión, ya decadente, o la carretera por la que se intensifica en la huida el penoso tráfico de carromatos, coches, camiones, tanques o desoladas figuras a pie… cobran entidad de personajes, tanto como los ausentes, los hijos alemanes caídos en combate por la locura del Reich.
Destaca Katharina von Globig como gran figura, con el desdén de su marido y esa efímera historia de amor sólo apuntada con el alcalde Lothar Sarkander un día de balneario que quedó para siempre en la memoria como un momento único. También son remarcables el encantamiento y la seducción narrativa, el gusto por contar, el trazo fino de quien sabe poner cada nota en su sitio, el manejo de la ironía, el increíble relieve logrado a través de los usos y costumbres, personajes, objetos o películas de la época… Kempowski pertenece a la estirpe de los grandes narradores centroeuropeos, a los narradores de posguerra que experimentaron la locura y la tragedia, el delirio de un horror que fue en vano.