Fernando Benzo habla de "rubor" ante su literatura y sin embargo le han venido lloviendo premios y reconocimientos, del relato corto a la novela, y desde su más tierna mocedad. Que haya sido secretario de Estado, si se mira bien, es un recurso vital y literario más, que enriquece, aunque por veneros un tanto oscuros, eso que algunos llaman la creación y otros, los cursis, el regalo de la musa. Acaso porque la vida es siempre material literario y lo que se ve -y se recuerda- en un ministerio tiene tanta enjundia como Macondo, especialmente ahora que muchos son familia en los ministerios de las Españas pandémicas y celestes.
La cosa es que Fernando Benzo (Madrid, 1965) se sale de horma por razones diversas: la primera, la de su perfil biográfico, de servidor del Estado con una apostura de dandy introvertido que europeiza allí por donde pasa. La segunda es la de su propia producción literaria, que se inicia a los 23 años, cuando todo está por estrenar. Una pulsión de escritor que no se frena hasta que ha llegado a su novela completa sobre el terrorismo vasco, Nunca fuimos héroes, donde ETA se convierte en un género literario porque ya nos dijo el poeta que el espanto, sí, puede dar lirios.
Desde que ganó el Castilla-La Mancha de narrativa hasta hoy mismo, nuestro autor ha sido capaz de renovar los senderos de 'Beltenebros' de Muñoz Molina, de narrar la posguerra, de beber del cine negro y de definitivamente meterse en la arena de narrar los años de plomo. En año y pico.
Entre sus dos últimas novelas, entre Las cenizas de la inocencia y Nunca fuimos héroes, se adivina a un autor maduro que, como Shakespeare o Javier Marías, tuvo el don de titular bien y sugerente, que bien sabemos que no es arte menor (La traición de las sirenas, Después de la lluvia, Nunca repetiré tu nombre...).
Benzo se metió a calzón quitado en el Madrid topolino del Pasapoga y en Las cenizas de la inocencia redescubrió ese Madrid del jazz que llegaba a la capital del dolor, con el contrabando y con los primeros constructores que abultaron barriga y buchaca a la sombra del Régimen. Antes se había propuesto un visionario Madrid distópico -la realidad siempre nos supera- en Los náufragos de la Plaza Mayor. Y sucede que con el mismo afán totalizador se ha metido a narrar lo que supuso la lucha antiterrorista, con sus dilemas y con sus mártires. La ficción, reconoce, es en ocasiones "la mejor herramienta para contar la Historia".
A alguien con una exquisita formación puede resultar extraño que le dé por enfangarse con el asunto de ETA, pero Benzo lo tiene claro, más aún si tenemos en cuenta que fue director de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. ("ETA era, hasta cierto punto, un tema casi tabú para la literatura hasta no hace mucho. Yo creo que era necesario que pasara algún tiempo, que hubiese cierta distancia desde que la banda dejó de matar, para que se pudiesen superar ciertos pudores, ciertos prejuicios, y empezar a acercarse al tema del terrorismo vasco desde la ficción y no sólo desde el ensayo".)
Precisamente, es en la descripción del tono moral, donde no llega el ensayismo, donde Benzo más acierta en su intento de "fijar la Historia" a través de la novela. Evidentemente, en un país donde aún hay ciertos pasajes innombrables, sacar a pasear a ETA y a los GAL resulta de una valentía encomiable, y ya tenemos dicho por aquí que la valentía es una forma sublime de distinción, de salirse de horma.
Está claro que en este perfil iba a pesar, sobre todo, su novela más reciente. Y que al hablar de ETA, Benzo cree que algo, salvíficamente, ha cambiado en la sociedad española cuando han sido éxitos dos productos culturales tan dispares como Patria, de Aramburu, o los Ocho apellidos vascos de Martínez-Lázaro. Y así lo reconoce abiertamente, con esa sinceridad de los tímidos a la hora de defender una verdad que puede parecer boutade. Es en esta vitalidad improvisada donde también refulge ese dandy comedido que ya decimos que es Benzo. El mismo que ahora lidia con que la cultura madrileña no languidezca por las circunstancias víricas y concurrentes.
Más allá, tenemos un hombre que encontró la sagrada fórmula del relato -y así lo consignó la crítica-, que volvió a la novela y que hoy, siendo la mano derecha en los espacios culturales madrileños, ha querido ajustar cuentas con el thriller y con todo lo que España le debe a quienes dejaron lo mejor de su vida contra ETA.
Hay quien cree que los técnicos en Administración Civil del Estado no pueden salirse de horma: Benzo pasó por Interior y Cultura, y de dos gabinetes tan diversos siempre sacó algo: un paisaje, una mirada, un hombre. Eso también es hacer de la vida literatura. Aunque sea entre bambalinas y ujieres, y, ahora, como mano derecha de Andrea Levy y entre las gentes de la cultura madridí en mitad de una pandemia atroz. Tan devastadora para las artes y las letras.