Isabel Coixet (Barcelona, 1960) se salió de horma desde el momento en que supo que tenía que interponer un idioma nuevo, el inglés, entre sus historias y sus personajes. De ahí que para la realizadora catalana las historias tengan un aire distinto, así en Tokio como en la América profunda. Hay, con todo, fijaciones de su mundo creativo que vienen a detenerse en una lavandería en la noche, o en una librería que pudiera ser todo el universo y así.
En el fondo, Coixet se licenció en Historia para ser ella misma quien tejiera las historias mínimas desde que la fortuna le puso en las manos una cámara de 8mm por la primera comunión. Hay algo teologal, pues, en eso de recibir a Dios y una cámara para hacer cine.
Coixet nunca se operará la presbicia, y defiende que sus gafas le dan más profundidad de campo. Coixet colecciona Goyas, pero sabe que en este país cada película es una experiencia agotadora, como un parto o como aguantar el confinamiento. De ahí que toda película empiece de la nada y, frente a otros del oficio, no sea Coixet de quienes crean y dirigen previa subvención/macutazo.
En el fondo, Coixet se sale de horma porque en una producción sostenida en el melodrama, cuando hunde tecla lo hace desde la confesión íntima del dietario. Así hay que entender su libro, No te va a querer todo el mundo (editorial Malpaso) en el que nada humano le es ajeno.
Lejos de suponer un compromiso cerrado con dos o tres obsesiones, los textos de Coixet que han ido salpimentando la prensa son un modo excelente para conocer qué procesos creativos operan en una cineasta tan refractaria a modas y manías creativas.
Coixet, cuando es escritora, sabe que el memorialismo es una cura para una creadora que muchas veces se pierde con brillantez en el detalle. Su prosa tiene mucho de confesión abierta. Hay momentos en que valora toda su producción y se pregunta con vértigo si lo que cuenta una película suya es "totalmente prescindible". Esta realidad ayuda a explicar que todo equipo de rodaje acabe convirtiéndose en una familia. Eso y que ella misma es su propia productora, con el riesgo y la artesanía que tiene esta forma de entender el cine.
Luego está también la Coixet que se enfrentó con bravura al 'procés' y que tuvo que soportar cómo la trataban de "fascista" en las peores calles de la peor Cataluña. Su relación con la actualidad es la que es, la de una creadora culta que tiene un compromiso con la Historia que pasa y, por eso, sus columnas periodísticas nos dan el envés completo de la cineasta a la que no le gusta el fútbol y que siente un respeto casi sacrosanto a la comedia.
Sus exégetas inciden en eso mismo: en que explote en la comedia lo que es todo un carácter. No le duelen prendas al exclamar que "gracias a Rimbaud es alérgica a las consignas". Y no es una proclama vacía, ni mucho menos una 'boutade'.
Coixet le ha puesto cámara a las crisis que han sido, y la que ya tenemos encima en breve será material creativo. De alguna manera, y aunque toda historia pertenece a su creador, Isabel Coixet sabe que es salvífico ir cortándose trozos de sí misma en los artículos periodísticos que, en ella, son el más caro ejemplo de la intimidad pública.
A Coixet, como personaje de su literatura, la entendemos redescubriendo Barcelona o Brooklyn bajo una manera muy personal de ser 'flaner'. En las gentes con las que ha tratado en vida o en diálogo creativo, se superponen el juez Garzón o Philip Roth, que en la variedad está el gusto.
Coixet redescubre Las Ramblas, una tarde de enero, escuchando a los Talking Heads. La valiente cineasta, la que se enfrentó a media Cataluña en los días más amargos, deja una lección fundamental: no ser deudora de ningún talibanismo. Así lo viene demostrando con las ventanas que tiene siempre abiertas: en la Costa Británica o en el Mediterráneo del pelotazo. Los premios, el reconocimiento de Francia ayudan a comprender a una creadora libérrima que ha aprendido a no callar nada. A vivir con la calma de las certidumbres morales intactas. Y eso, qué caramba, también es un modo de salirse de hormas y de rediles.
Coixet sabe de las concomitancias entre vida y creación. En estas memorias a vuelapluma trata de explicarse a sí misma, a la persona, mientras va tejiendo un mundo personalísimo sin ninguna horma que la sojuzgue. En eso consiste la libertad.
Mientras, Coixet, la creadora que no cesa, tiene en mente "películas sobre surfistas, sobre profesores de literatura en cárceles en los años treinta (...)". Y todo porque "la auténtica magia del cine, como la de la literatura, es poder transportarte hasta el fin del mundo. O como decía Welles: "el cine es el tren eléctrico más caro del mundo".